56| Essere tristi

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SHIRLEY

*

Llegué a casa de Samu a la mañana con la esperanza de quedarme unos días, idea que se desvaneció por completo cuando vi que vivía con sus padres.

Le había escrito un par de mensajes en la madrugada y en cuanto me respondió con el sol ya fuera, le llamé para explicarle que no me encontraba en una buena situación y que había abandonado mi casa durante la noche. Él se mostró amable y atento e incluso me invitó a quedarme a comer en su casa, a lo que yo accedí casi sin pensármelo.

Así que, allí me encontraba, en una bonita cocina de diseño ibicenco y con dos señores tan simpáticos que casi parecían tener su sonrisa cosida en la cara.

—¡Hola! —saludó primero su madre, con las manos juntas y una excesiva amabilidad en su tono de voz. Tenía el pelo corto y oscuro y los ojos marrones. El padre era castaño de ojos azules—. ¿Qué tal?

—Hola, bien. —Fingí una sonrisa para ocultar la incomodidad que sentía por mi cabello desaliñado y la mochila que colgaba en mi hombro.

—Es la primera vez que Samu trae a una chica a casa —comentó, ampliando todavía más aquella expresión afable—. Ponte cómoda, por favor.

Miré al mencionado de reojo, el cual se mostraba tan ambiguo como de costumbre.

—Vamos a mi habitación —dijo.

Le seguí en silencio hasta un cuarto impoluto y perfectamente ordenado cuyas paredes estaban pintadas de diferentes tonalidades de azules y, en el techo, estaban dibujadas las constelaciones.

—Gracias por dejarme venir —comenté sentándome sobre su cama.

—No es nada. Parecías angustiada y quería intentar ayudarte.

Aquellas palabras me hicieron darme cuenta de que no había sido mala idea contar con él.

—Eres muy buen chico. —Jugué con mis dedos mientras mi mirada viajaba de un lado al otro de la estancia, sin saber qué decir—. Tus padres parecen muy majos.

—Lo son. Y también muy pesados.

Solté una risa.

—Como todos los padres, créeme.

—Quiero irme de casa, pero ellos no quieren.

Era extraño que unos padres no quisieran eso; más aún si su hijo tenía edad para hacerlo.

—Bueno, posiblemente les resultará difícil hacerse a la idea de separarse de ti.

—No es eso. Es que no se fían de mí.

Levanté las cejas incrédula. ¿Quién no podía fiarse de Samu? Era más joven que yo y tenía un buen trabajo en una de las empresas más famosas de la ciudad. Era madrugador, responsable y aplicado. Y mientras me hacía esa pregunta, encontré la respuesta. Seguramente sus "limitaciones" sociales eran la razón por la cual sus padres no querían dejarle marchar. Tendrían miedo.

—Estoy segura de que sí que se fían de ti, simplemente les resultará complicado ver cómo das el paso. Dales tiempo, ya lo verás.

Era algo que pensaba de verdad. Debía ser duro para sus padres también.

El silencio se hizo entre nosotros. Al principio era agradable estar en él, pero la analítica mirada de Samu hizo que se tornara más incómodo.

—¿Qué ha pasado?

La terrible cuestión se encontraba sobre la mesa.

—Es complicado.

—Podemos hablar de ello si lo necesitas.

Odiada alianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora