SHIRLEY
*
Por alguna razón que no logro comprender, Luca estaba herido conmigo, no me dirigió la palabra esa noche ni apenas hablamos a lo largo de la semana. Estaba segura de que desde ese día iríamos juntos al trabajo, pero solo había contratado a un chófer para mí, el cual es corpulento y de expresión severa, casi parece más un guardaespaldas que otra cosa. Después de lo que pasó, imagino que lo es.
Yo me limito a esperar a que se le pase el resquemor, pues no creo que haya hecho nada malo. Si defender a mi amigo está mal, pues que me arresten. Mi conciencia está tranquila, pero no solo había pasado una semana, se sumó otra y con esta una tercera. Demasiado tiempo dirigiéndome con monosílabos a la persona con la que convivo.
Sin hablar de la maldita falta de sexo.
Por otro lado, el feo corte de mi cara ya está casi cerrado. El otro día fui a que me retiraran los puntos y ahora solo tengo que esperar a que termine de cicatrizar correctamente. Ahora que no están los puntos, ni se encuentra inflamado ni colorado, puedo decir que me estoy empezando a acostumbrar a tener este recuerdo en toda la mejilla.
Para ser franca conmigo misma, echo un poco de menos a Luca. A veces, cuando llega un poco tarde a casa me pregunto si ha estado con alguien. Tengo ganas de preguntárselo, pero sé que sea lo que sea lo que me fuera a responder, sería mentira. Y ya estaba un poco cansada de ellas.
He estado dándole vueltas a cómo sacar un tema que lleva demasiado tiempo sobre la mesa y el cual todavía no se ha tratado. Quiero saber qué le pasó a su madre. Dijo que la asesinaron, pero necesito respuestas. Me gustaría que pudiera compartir conmigo esa información, no como una pareja, que está claro que no lo somos, pero sí como una amiga. Al menos eso, una amiga.
Mis cuestiones se desvanecen cuando mi móvil comienza a sonar. Me encuentro en la oficina, por lo que mi primer instinto es colgar, pero cuando leo el nombre que figura en la pantalla, agarro mi teléfono y salgo corriendo hasta los aseos. Me encierro en uno de los compartimentos y me siento sobre la tapa. Es una videollamada y sé que va a quedar cutre la iluminación de un retrete y su decorado, pero me da igual.
Pulso el botón verde y la pantalla se queda un segundo en negro antes de visualizar la imagen. En la pantalla puedo ver a mis amigos; Spencer, Bruce, Thomas y Dalia. Ni siquiera sé cómo son capaces de aparecer todos sin matarse.
—¡Hola, chicos! —saludo entusiasmada.
—¡¡Feliz cumpleaños!! —exclaman.
Me he olvidado de mi propio cumpleaños. Jamás me había pasado. Supongo que ellos se darán cuenta de mi desliz también por la expresión que luzco, a menos que estén viendo unos cuantos pixeles mal definidos.
—Muchas gracias —digo con un nudo en la garganta.
Hacía meses que no les veía. Ni siquiera había escuchado su voz. Tan solo habíamos intercambiado unos pocos mensajes.
—¡Por Zeus! ¿Qué te ha pasado? —cuestiona Spencer acercando su cara a la pantalla y entrecerrando los ojos.
Mis ganas de llorar aumentan al darme cuenta de que no puedo ser sincera ni con mis amigos del instituto.
—Me corté con una copa.
—Lleva cuidado, burra. —Esta vez es Bruce el que habla—. ¿Cómo estás pequeño demonio? ¿Se porta bien contigo Italia?
Hago un repaso de los mil disparates que me han sucedido desde que pisé Palermo: la trampa de la agencia de modelos, lo peligroso que es Luca en realidad, que tiene una pistola y que hace poco me secuestraron... Joder, sonaba a serie de televisión.
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Odiada alianza
RomanceSiempre pensé que acabaría casándome por amor, pero mi realidad es otra. En el altar, miré a los ojos a aquel atractivo joven que se iba a convertir en mi esposo, ese que todos pensaban que me amaba tanto como yo a él, aunque lo cierto era que nos...