Capítulo 3: La barrera entre mundos.

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Samuel Wellesley, después de terminar su jornada, se fue a su ordenador, un poco anticuado para la época, pero seguía pudiendo buscar en Google, aunque fuera un poco más lento de lo habitual.

Comenzó a buscar acerca de Micenas, aunque fuera su especialidad, para comprobar si habían precedentes de este tipo de esculturas, tan detalladas y en tal cantidad.

Si se habían conservado tan bien, debieron ser enterradas. Esa era la única opción que entraba en el rango de lo considerado lógico.

Pero esa escultura más grande, que se estaba excavando todavía, explicaría más de lo que debía ser este misterio, uno como tantos que le apasionaron de pequeño, que le hicieron estudiar Arqueología en la universidad, a pesar de que sus padres le dijeron una y otra vez que no.

Les iba a demostrar que se equivocaban, que todo el mundo se equivocaba, y tal vez, solo tal vez, su padre le diría que estaba orgulloso de él.

Se fue a dormir a su pequeña cama, más parecida a una mesa grande de plástico que a un colchón, esperando impacientemente a que llegara el siguiente día.

En su sueño, él estaba en un espacio muy oscuro, sin poder ver nada enfrente de él. Por suerte, ese espacio, que parecía infinito, no contenía ningún obstáculo.

Al caminar por lo que se sintieron horas, pero probablemente fueran 2 o 3 minutos, vio una luz en la lejanía. Samuel, como una polilla comenzó a acercarse a esta luz blanca.

A cada paso que daba, sentía más y más la energía que transmitía esa luz. Calma, pero una calma extraña, como cuando un sonido es callado de inmediato, sin saber cómo ni porqué.

Al acercarse lo suficiente, comenzó a notar cómo el suelo, que formaba un socavón con la luz como su centro, estaba lleno de agua.

Siguió avanzando.

Al llegar a la altura de la cadera, le comenzó a escocer una herida que tenía.

Siguió avanzando.

Ya estaba muy cerca de esta luz, pero la pendiente del socavón era mayor cuanto más avanzaba.

Cuando el agua le llegó por encima del hombro, pudo probar que, en efecto, era agua de mar. Pero tenía un color negro, como si hubieran tirado 300 litros de colorante a esa piscina, pequeña en tamaño.

En esos momentos, comenzó a nadar.

Cada vez estaba más cerca.

Vio una pequeña isla, hecha de piedra negra, ónice tal vez, flotando libremente sobre ese agua de mar, como una balsa flotando en el océano.

Intentó subirse, pero antes de que esto pudiera ocurrir, la alarma le despertó.

Tenía que volver a trabajar. Cada vez, se acercaban más a resolver el misterio.

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