Parte 7: El documento.

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Juan preguntó a Facundo que si era eso una broma, a lo que le contestó que no, y le dejó su lupa para verlo.

Era él.

La forma de sus ojos, su nariz, incluso la parte de oreja que le faltaba era exactamente igual.

Se puso a pensar cómo era posible esa coincidencia. Nadie le iba a hacer una foto y a meterle en una escultura de ónice diminuta. Excepto que lo hubieran hecho.

Pero, si lo hicieron, ¿por qué?

¿Por qué razón querría alguien usar su cara, y no la de, no sé, uno de los cultistas? Sería mucho más fácil de obtener, incluso le podrían haber hecho un molde, para poder haberlo hecho mejor. Bueno, teniendo en cuenta el detalle de su pequeño modelo, no era necesario.

Se bebió un vaso de Coca-Cola. Luego otro. No era lo mejor que podía haber bebido. Podía haber ido al ultramarino de donde compró los sándwiches para comprar un paquete de 6 cervezas, e intentar olvidarse de lo que había visto, enterrando ese recuerdo en lo más profundo de su psique. Pero no podía todavía.

Tenía que averiguar lo que era.

Mientras tanto, Samuel Wellesley seguía buscando más información sobre esta caravana. Nada podría haber matado a tantos a la vez, ni haberlos enterrado en esa formación tan perfecta, como si fuera de una caravana.

Esto sí que era un descubrimiento que debía reportar a las autoridades de este periodo. Ahora sí que había obtenido un verdadero ticket para saltar a la fama en el círculo académico.

Pero un descubrimiento como este no le llevaría a la fama sin documentarlo todo.

Comenzó a escribir. Cuando no escribía, dormía. Cuando no dormía, escribía. Bebía y comía solo cuando era completamente necesario. No debía parar, no podía parar hasta que se completara.

Se iba a dejar los dedos en el teclado del ordenador, si eso era necesario, para obtener el reconocimiento de sus semejantes. Tal vez por la gran extrañeza de este descubrimiento, tal vez como forma de rellenar el vacío emocional que le dejó su padre al irse a comprar la leche cuando él era demasiado pequeño para andar, pero no para recordar.

Bueno, decidió seguir escribiendo. En sus sueños, mientras más escribía, más veía de esa figura extraña en la isla de negro ónice, más esculturas veía siendo esculpidas, más figuras habían huyendo de esa ola.

Cada vez, le resultaba más fácil escribir, menos tenía que pensar para escribir párrafos enteros, hasta el punto en el que no era necesario pensar, solo tenía que tocar las teclas para páginas enteras. Podía hacer otras cosas, como hablar con sus compañeros de trabajo, mientras escribía, a una velocidad sorprendente, mayor a la que jamás hubo alcanzado.

El último día, lo leyó todo. Era perfecto. Lo envió a uno de los expertos en este periodo, aparte de él, claro está, y se fue a dormir, sabiendo que, al despertarse, sería famoso.

En este sueño, pasaba lo mismo de siempre, pero está vez, pudo ver algo más curioso. Dos ojos, grandes como la Luna en el cielo, que irradiaban un color azul turquesa.

Se vio obligado a verse en ellos. Pero no se vio a él. Vio a una figura a contraluz, tan grande que sus ojos no lo podían ver completo, goteando agua. Pero gotas con el agua que hubieran contenido mares.

¿Lo peor de todo? Eso era lo que más real se sentía.

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