Primeras confusiones 2

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Me encuentro en la puerta de mi casa, en Alemania. Vuelven a mi cabeza los recuerdos que tengo des de la última vez que pisé estos jardines. Los altos muros de ladrillos que llevan hasta la puerta de hierro pulido y blanco, las baldosas cuadradas del patio delantero, con la hierba perfectamente cuidada de un verde que hace resaltar el pequeño laurel, acompañado de la alta y bien talada morera.
Recuerdo las horas que me había pasado recorriendo todas las esquinas, en busca de hadas que venían del bosque para traerme felicidad. Abro la puerta para entrar en el jardín, pero esta se queda atascada, de manera que tengo que hacer fuerza para poder pasar, hasta que con el intento me rasguño la mano por culpa del hierro oxidado y olvidado.

Consigo entrar escalando la verja que se encuentra entre la puerta y la casa de la vecina. Miro hacia donde estaba, la carretera, y me doy cuenta de que los campos que llenaban el pequeño pueblo de historia, han desaparecido. Ahora sólo hay mala hierba seca y desnivelada. Me mareo aún más cuando veo que la hierba del jardín está en iguales condiciones que la de los campos, con la palmera también destrozada, la palmera con los foliolos puntiagudos de la cual me había clavado tantas veces.

Bajo rápidamente las escaleras para asegurarme de que el resto de los jardines siguen como antes, pero al segundo tramo de escaleras tropiezo con ramas y me clavo las piedras hasta llegar al suelo recto. Me quedo en el suelo unos instantes para que se me pase el dolor y, cuando consigo levantarme, llego cojeando hasta la piscina.

Las noches de lluvia que nos bañábamos a escondidas con Marcus, las luces de dentro del agua que iban cambiando de color, los pilla-pillas que dejaban ver llegar la madrugada, las broncas que nos metían los días siguientes por pasárnoslo tan bien. Todo eso ya no puede pasar nunca más, porque la piscina está podrida, igual que el agua, con la que me intento mirar con su reflejo. Veo el cielo detrás de mi cabeza, y puedo ver una manada de pájaros. Me giro para afirmar lo que he visto en el reflejo y sí, un manada de pájaros está acabando con la tranquilidad de la casa. Pero una cosa de la que no me he percatado con el reflejo es que todos los pájaros se acercan a mí. Sin saber qué hacer, me agacho tapándome la cabeza con las manos. 

Llegan a mí con tanta fuerza que me caigo en el agua verde, sin poder respirar. Abro los ojos para ver lo que me espera en el fondo de la piscina, y veo un gran agujero con una luz al final muy cegadora pero a la vez atrayente. Llego hasta ella esquivando y apartando con las manos las algas y ramas que me impiden el camino.

Cuando ya estoy casi llegando, veo una silueta de una persona. Ya estoy a un par de centímetros de dicha persona, pero sigo viendo una silueta oscura. Me percato de que estamos en un precipicio y que yo ya no estoy dentro del agua. La persona se gira y se queda mirándome, pero no puedo reconocer su cara. Nunca había visto a nadie parecido. Un viento muy fuerte de atrás mío nos invade y nos empuja hacia el precipicio.

Él se cae, pero yo consigo mantener el equilibrio y quedarme en el suelo tirada. Cuando el viento ya ha parado, miro hacia abajo y veo al hombre cayéndose y gritando mi nombre "¡Marta! ¡Marta! ¡Marta!" repetidamente.>

     -Marta, Marta, Marta... -Alberto intenta despertar a su hija. Cuando ella ya está en condiciones para ver lo que sucede a su alrededor, su padre le dice serio- Vamos a cenar y después, tú y yo, tenemos pendiente un gran y serio tema del que hablar. 

La Familia SyrochDonde viven las historias. Descúbrelo ahora