*Better Broken — Fintan & Alex Porat*
Victoria
31 de diciembre, año 2164
La Vida.
La palabra que sin dudas tiene muchos significados.
Una definición sencilla de esta palabra, es que la vida es Fuerza o actividad interna sustancial mediante la cual obra el ser que la posee.
Otra podría ser que la vida podría ser entendida como el tiempo que duran las cosas o bien como la fase evolutiva.
Pero, a la definición que todos en su mayoría nos referimos a ella todos los días es sin duda la más compleja de las tres, pues es la que le da su peso en cuanto a definición se refiere. Filosóficamente la vida es entendida como ese algo que acontece, que cambia, moldea o enseña. Es aquello que tiene el impacto suficiente como para que se pueda considerar el haberla disfrutado en su plenitud, o no.
Y en un mundo como el mío. Esa palabra con esa última definición era algo muy difícil de aceptar, porque simplemente, vivir tu vida era algo que se acondicionaba a lo que estaba bien para todos. Aunque eso significara que no estuviera bien para ti.
El vivir era visto como un conjunto de experiencias hechas a base de hacer lo mismo una y otra vez. Vivir en la plenitud de ese significado estaba condenado.
Penado.
Cuando me levante la mañana siguiente, como ya era costumbre a las 7:00 am en punto. Sabía exactamente que día era. Aunque anhelara con todas mis fuerzas que mi mente, al igual que todos mis recuerdos oscuros, borrara ese día y su significado para mí. En cambio, como cada año, ese día, ese estúpido e insufrible día lo recordaba con una fuerza abrumadora. Mis pocos ánimos decaían de manera de rápida. Me arrebataba las ganas de por lo menos salir de mi cama. O de siquiera querer rozar el suelo con la punta de mis dedos. Cada año ese día me atormentaba. Me deprimía. Porque cada 31 de diciembre, se añadía otro día vivido más, otro número se unía a la lista de años trascurridos de mi vida en la tierra.
Era mi cumpleaños.
Y lo odiaba.
Había cosas en las que no estaba de acuerdo, como podrás recordar. Más sin embargo, existe una en la que no podía negar su verdad. Y era que no me gustaba celebrar la vida ¿Para qué hacerlo si con ello me voy acercando a mi fin? Y si bien sé que la razón por la que el hecho me desagrade viene ligado con que estaba cada vez más cerca a que un pueblo el cual no me conoce me acepte. La otra gran cara de esa situación era que la simple idea de tener que pararme frente a un estúpido espejo y que este me dijera.
No.
Me impusiera quien iba a ser mi esposo, me impusiera que debía de hacer, de ser, de vivir, de amar, causaba repulsión en mi interior. La idea me causaba nauseas. La idea me enfermaba.
Y he allí el porqué. Un síndrome de Peter Pan a pleno ojo.
Pero ese año, era el peor. Ese año era diferente. Ya no faltaban diez, siete, cinco o dos años. Solo faltaba uno. Estaba cumpliendo justamente mis diecisiete años.
Y aunque todo de mí no quería levantarse de allí, debía de hacerlo. Sin importar que fuera domingo, ese día en particular se me tenía que ver en el palacio. Presenciar el último año antes de ser vista y aceptada por un espejo. Cada quien siguiendo las pautas específicas y adecuadas para ese día.
Los cumpleaños no se celebran, pero si deben de ser llevados presentes en la mente de los demás. No se les puede felicitar, no se les puede regalar nada o se le da una comida especial, un pastel, una canción, nada. Solo bajar la cabeza al ver a esa persona, a modo de espera, de respeto. Pero luego de que esta pasa por el día Espejial, tal práctica no se vuelve a realizar.
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Efímero
RomanceSimulemos que nada de lo que ahora ves es real, que este mundo tal y como lo conoces se fractura para convertirse en un muy mundo diferente. Sin internet, sin clubes sociales, sin salidas cuando quieras, sin ver ni siquiera una película junto a tus...