El día del viaje

35 4 0
                                    

Me desperté con la alarma del móvil, eran las siete de la mañana y solo quedaba una hora para que mi verano cambiase por completo.
Me vestí rápidamente con unos leggins negros y una sudadera gris. Después de recoger mi habitación me até el pelo en una coleta y bajé las escaleras.

—¡Date prisa Samantha! —gritó mi madre desde la cocina.

La vi cocinando mi desayuno pero yo no tenía nada de apetito, pensar en tener que convivir con un montón de desconocidos me estaba poniendo de los nervios. Pero que no me lo consultaran desde un principio antes de apuntarme me enfadó bastante.

—Mamá no tengo hambre, te pedí que no me preparases nada.

— Venga hija tienes que comer algo,¿sigues enfadada?— dijo mi madre observándome.

—¿En serio me lo preguntas mamá? Me habéis apuntado a un campamento a mis espaldas y encima tiene actividades acuáticas y yo ni siquiera se nadar, seré el admereir de ese sitio.

—Venga hija, ya lo hemos hablado, solo es un campamento, seguro que te lo pasas muy bien —comentó haciendo que perdiese la poca paciencia que me quedaba.

Había estado quejándome todo el fin de semana, pero ni siquiera se habían replanteado dejar que me quedase en casa, solo decían que dejase ya el tema. Aunque la verdad es que por una parte les entendía, mi verano anterior se basó en morirme de calor en casa, salir pocas horas al día y dormir pero eso no significaba que me tuviesen que mandar fuera de casa.

Salí de la cocina y terminé de hacer maleta, llevaba bastante ropa ya que el campamento duraría casi todo el verano.
Teniendo ya todo preparado bajé la maleta y me despedí de mis padres con un abrazo.

El autobús del campamento llegó pronto.
Dentro del bus aún quedaban algunos sitios libres. Observé los asientos, tenía que elegir un sitio agradable, para pasar la hora de viaje.
Vi a un chico rubio con cascos mirando la ventana absorto en sus pensamientos y decidí que ese sería mi sitio, al lado de alguien que pareciese tranquilo.

—Hola, ¿me puedo sentar? —le pregunté señalando el asiento vacío en el que reposaba su mochila.

Me miró y asintió apartando su mochila.
Sentada le observé, tenía los ojos azules, labios gruesos y una mandíbula perfectamente marcada.

Minutos después se quitó los cascos y me dirigió la palabra.

—¿Comó te llamas? —preguntó con curiosidad.

—Me llamo Samantha , ¿Y tú? — respondí con curiosidad.

—Yo, me llamo Thomas.

Hablamos durante varios minutos hasta que un ruido en la parte trasera seguido de risas me llamó la atención.
Al parecer a una chica se había caído de su asiento al intentar coger su mochila y su batido la había manchado entera.

—Lisa no sé cómo lo haces pero cada año te vuelves más torpe—dijo un chico riéndose y los de su alrededor se rieron con más fuerza. La chica parecía estar apunto de llorar e intentaba limpiarse la ropa.

Me levanté de mi asiento pero Thomas me detuvo pidiendo que me sentase de nuevo.

—No creo que quieras meterte con él, su padre es el director del campamento y eso le hace un completo idiota, su padre le cree en todo y siempre se sale con la suya, es capaz de hacer cualquier cosa si le molestan —dijo señalando al que parecía ser el cabecilla del grupo.

Le observé unos segundos, su pelo es castaño oscuro, un poco ondulado y corto, sus ojos son de un color peculiar, como una especie de gris azulado. Por desgracia es atractivo y eso les da más aires de superioridad y lo que más destaca en él, es la enorme cicatriz que muestra en el lado derecho de su cuello.

Haciendo caso omiso a las palabras de Thomas, me levanté y grité al chico de carácter arrogante. No pensaba quedarme viendo cómo se metían con la chica.

—¡Déjala en paz! Que seas un niño de papá no te da derecho a ser un imbécil.

El chico me fulminó con la mirada pero a la vez noté confusión en su rostro como si nunca le hubiesen levantado la voz. ¿Tanto miedo le tenían? Antes de que me pudiese responderme, el conductor anunció que habíamos llegado.

—Salvada por la campana —dijo Thomas —te deseo suerte Samantha.

—Eso díselo a él.

Cuando vi que empezaba a alejarse de mí me entró el miedo de quedarme sola.

—Espera, salgamos juntos, no tengo ni idea de dónde está la cabaña.

Thomas me miró con cara de pena y asintió.

—Vale, pero si no me haces caso acabarás teniendo problemas, no es mi primer año aquí así que puedo aconsejarte. Sígueme, las cabañas de las chicas están por ahí. —dijo señalando un montón de cabañas juntas.

—¿Que número de cabaña tienes? — me preguntó.

—Tengo la cinco.

—Perfecto es esta.

Todas las cabañas eran iguales, de madera, rodeadas de una inmensa arboleda. La puerta de mi cabaña estaba abierta y enfrente de mí había dos chicas sacando la ropa de sus maletas. Parecían muy amigas, ya que no paraban de reír. Me quedé paralizada preguntándome demasiadas cosas, ¿serán buenas personas?, ¿se reirán de mí?

Como Thomas veía que no me movía me sacudió y me hizo volver a la tierra.

—¿Piensas quedarte a dormir aquí parada o qué? —preguntó sonriendo.

—Tranquila, todo va a estar bien. La chica rubia se llama Amanda y la morena Carolina, son muy majas ya verás —dijo intentando calmarme.

Campamento Olympia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora