La gincana

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Mi grito, seguido de sollozos alertó a alguien que se acercó a mí.

—¿Samantha se puede saber que haces?solo había tirado la mochila un momento—Él suspiró y se agachó a mí lado— ¿Te duele mucho o puedes continuar?
Me levanté del suelo con cuidado pero el escozor de la rozadura me estaba matando.
—Duele, duele mucho ¿Hay algún sitio para sentarse?

Estaba molesto, pero me guío cerca de un sitio que tenía pinta de estar abandonado. Él abrió una puerta y tiró su mochila en un lado de esta, después me invitó a cruzar.
—Dios mío pareces un bebé,¿te asusta hasta una puerta o qué?
Resopló fuertemente y me agarró de la cintura para sujetarme al ver que no avanzaba, pero eso hizo que me pusiera más nerviosa y casi tropiezo con su mochila, por suerte la esquivé con un suave golpe.

Me sentó en una silla y parecía buscar algo. Toda la sala estaba sumida en una oscuridad tan profunda que se me cortó la respiración, de no ser por el tragaluz que había en el techo ya me habría asfixiado. Trataba de tranquilizarme pero solo lograba respirar cada vez más rápido.

—Caleb quiero salir de aquí ya, por favor— le dije suplicante.
El seguía concentrado tratando de buscar algo en unos armarios de madera que no se percató de que estaba a punto de estallar.
—Bingo, lo encontré, mira— me mostró unas vendas, con algo que parecía desinfectante y las aplicó suavemente en mi herida. Me quejé intentando apartar la pierna pero el me agarró más fuerte.

—Ya está quejica, encima que te lo desinfecto, a la próxima te dejo en el suelo.
Avanzó rápidamente hasta la puerta para abrirla e irnos pero no cedió. Se quedó ahí parado y después lanzaba patadas al manillar. Al ver que no había forma de salir se rindió y volvió a mi lado.
—¿Has tocado una mochila que he puesto en la puerta?
—Ah esa mochila con la que casi me hago otra herida pero en la cabeza, si la moví a un lado ¿Por qué?

Me miró con tanta furia que de verdad pensaba que me extrangularia ahí mismo.
—¡La había puesto para poder salir de aquí idiotaa, ahora por tus pocas neuronas no podemos salir— gritó furioso.
Sentí que el mundo se me caía encima, estuve al borde de desmayarme. No aguantaría mucho más aquí dentro. El poco aire que me quedaba dejó de entrar  y sentía que me ahogaba.
Es entonces cuando Caleb reaccionó y me sentó en el suelo justo debajo del tragaluz. Me apretó la mano y me suplicaba que me calmase, estaba tan nervioso que notaba que su mano temblando bajo la mía.
Todo empezaba a dar vueltas, entonces el me abrazó fuerte y susurrando contaba nuestras respiraciones. Después de unos minutos ya lograba entrar aire sin dificultad en mis pulmones.
El se levantó y suspiró aliviado al ver que me había calmado. Me quedé en el suelo, aún tenía miedo y estaba paralizada por lo que acababa de suceder, entonces me tumbé en el suelo y miré las estrellas desde el tragaluz, mi corazón seguía latiendo desbocado.

Al ver que no me movía se acercó a mí para comprobar mi estado. Entonces se sentó a mi lado, permanecimos unos minutos mirando al cielo hasta que rompí el silencio.

—Lo siento, no sabía que te daba miedo la escalada y no te pido que me perdones pero me arrepiento muchísimo.
Él no respondió, además noté que se tensó un poco.
Cada minuto se volvía más agobiante y aterrorizada me levanté para acercarme a la puerta, la pierna me seguía doliendo bastante y pensé en apoyarme en alguna pqred. Miré a mi alrededor y no lograba localizar las paredes en la penumbra,  me negaba a mirar más tiempo, poco a poco me fui a acercando a la puerta y pedí ayuda con todas mis fuerzas, escuché ruido fuera y seguí gritando.

—No te molestes, seguro que ya se han ido.
Él se encontraba en la misma posición dónde había estado yo antes, tenía la cabeza apoyada en sus manos y las piernas estiradas. La luz iluminaba sus fracciones y me tomé un tiempo para observarlas, sus labios estaban ligeramente abiertos y sus ojos brillaban, solo por un momento sentí que la habitación se iluminaba.

—¿Quieres una foto?— preguntó riéndose.
Pegué un bote y le puse cara de asco.
Entonces alguien tocó la puerta a mis espaldas y yo grité para que nos sacaran de ahí. Alguien desde fuera estaba dando golpes y segundos después la puerta se abrió. Sentí que me quitaban un peso de encima.
Salí rápidamente, sin notar el dolor de mi pierna por la adrenalina y di las gracias al chico de la puerta. Estaba todo el grupo ahí, visualicé a Amanda y me lancé a sus brazos. Ella me miraba preocupada, y puso la mano en mi frente.
—Dios mío Samantha estás muy pálida, vamos a enfermería— dijo preocupada.
Al darse cuenta de mi herida puso una mueca de dolor y me sujetó. Avisó a los demás y nos dieron una linterna.

Antes de irme busqué a Caleb con la mirada pero no le vi por ninguna parte.

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