5 Amigo

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Terminó mi primer día de trabajo en Arlington y me encontraba a unas cuantas calles de llegar a mi amado hogar. Siempre me ha gustado caminar cuando me pongo en eso que yo llamo "modo sabio" que es cuando pienso de forma muy profunda las bondades, tragedias y otras circunstancias de la vida. Sí, la verdad suena demasiado mamón y difícil de creer viniendo de una persona como yo, pero así es mi forma de pensar. A veces creo que el destino de cada individuo ya está trazado y sólo estamos viviendo algo que de antemano ya hemos escogido.

¿Por qué digo esto? Pues porque el hecho de haber ido a una escuela como Arlington y conocer a un adolescente con cara y voz de fémina al cantar no es casualidad siendo yo un fanático de la buena música. Hubo un tiempo en el que pensé en estudiar música, pero no creo que mi voz deleite oídos ajenos, aunque nunca he cantado para nadie y me sentiría raro si lo hiciera, por eso nunca entenderé a quienes se avientan el "palomazo" en los karaoke teniendo voces dignas de un perro con parvovirus en fase terminal.

—¡Hola Bruno! —me saludó alguien.

—¡Qué tal Pepe! ¿Cómo te va? —respondí a mi estimado vecino.

—De maravilla, no me puedo quejar. ¿Vienes de trabajar?

—Afirmativo —sonreí con satisfacción—. Hoy fue mi primer día como profesor en el Instituto Arlington.

—¿Te refieres a la escuela esa de niños fresitas?

—Sí esa —hice una mueca—. De ahora en adelante les voy a dar clases a esos apretados, ¿cómo ves?

—Pues mientras te guste lo que haces y te paguen, qué mejor —dijo Pepe jugueteando con su negrísimo cabello.

—Claro. Oye por cierto, creo que cumpliste dieciocho años el pasado fin de semana, ¿verdad?

—Así es, al fin soy mayor de edad —dijo el orgulloso y maduro adulto.

—Qué bien, muchas felicidades —lo abracé—. No pude felicitarte ese día, he estado muy ocupado y con mil cosas en la mente.

<<No es cierto, me valía un reverendo pepino>>.

—No te preocupes, mejor tarde que nunca.

—Bueno te dejo, tengo que llegar a mi casa, estoy algo cansado.

—Claro Bruno, gusto en saludarte y felicidades por tu nuevo trabajo.

—Gracias, buena tarde —me despedí.

Así que ese niño que conocí cuando aún usaba pañales ya es mayor de edad. Y de hecho se siente todo un adulto cuando no tiene ni idea de que si se porta mal puede obtener un pase directo y sin escalas al reclusorio más cercano donde no será más que carne fresca para los distinguidos huéspedes. Pobre, no lo culpo. Todos en algún momento soñamos con la llegada de la mayoría de edad sólo porque creemos que nos vamos a comer al mundo con nuestras bocas todavía con restos de leche. Pero bueno, son etapas por las que hay que pasar, pero sin dejar de aprender de las experiencias para que lo malo no se repita. ¿A quién rayos engaño? Nadie aprende en realidad.

Llegué a mi casa por fin y entré para encontrarme con mi mamá quien estaba dando los últimos toques para empezar a comer. Mi papá estaba ya sentado en la mesa del comedor viendo la televisión. Al verme, mi mamá se abalanzó hacia mí para darme un beso y un abrazo.

—Hola profesor, ¿qué tal le fue?

—Muy bien —le di un beso—. No estuvo tan pesado como pensaba y además parece que mis chicos son bien portados.

—Me da mucho gusto hijo, sabía que te iría bien.

—A mí también me da gusto hijo —dijo mi papá—, ojalá siempre sea así.

Mi querido HugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora