II

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La mañana después de la fiesta fue la primera mañana en la que Mike había despertado con un gran problema en sus pantalones. Se sentía extraño por decir lo menos, porque, literalmente, tenía una tienda de campaña en el pantalón de pijamas.

Mike sacó el edredón de algodón egipcio recientemente adquirido fuera de su cuerpo y luchó para desenredarse de los brazos de Jane. Ella estaba roncando suavemente y Mike encontró que era un poco molesto. Sabía a ciencia cierta que nunca roncaba, y no estaba seguro de si quería aguantar sus ronquidos el resto de su vida.

Se dirigió al cuarto de baño que estaba justo al lado de la cama (ni siquiera pensaba en compartir el baño) y se miró en el espejo, completamente asombrado por la vista que se encontró.

Tenía el cabello tan despeinado, que pareciera que no se lo cepillara en años; su blusa de algodón se pegaba a su barriga y su... oh Dios. Literalmente, podía ver su pene a través de sus pantalones, metido en el material, el cual necesitaba desesperadamente liberarse.

Mike suspiró y cerró la puerta, antes de sentarse en el inodoro y cerrar los ojos, pensando en su abuela. Su abuela en el inodoro, su abuela en el baño desnuda, su abuela en el baño desnuda sin su dentadura. Los pensamientos no sólo hicieron que su erección desapareciera, sino que también le dieron ganas de vomitar.

Después de que se cepilló los dientes y se lavó la cara, volvió a su habitación para ver a Jane despierta, apoyada contra la cabecera desplazándose a través de su teléfono.

"Buenos días amor." Dijo Mike, las palabras salieron como si hubieran sido ensayadas mil veces.

"Buenos días." Ella respondió sonriendo y acerco su mejilla a Mike para que la besara.

"¿Qué estás haciendo?"

Le mostró la pantalla de su teléfono, que estaba abierta en instagram. Se sentó junto a ella y pasaron unos minutos mientras veían las fotos de la fiesta de anoche.

Jane se detuvo en una foto recientemente publicada por Billy. Era él, Eddie, Patrick y Will, claramente borrachos fuera de sus mentes con los vasos rojos en sus manos y sonrisas perezosas en sus rostros.

"Él es una especie de escoria." Dijo Jane y Mike asintió. No podía estar más de acuerdo. Dormir con alguien que no gasta más de diez dolares en una camisa, antes del matrimonio, era malo a toda vista. Él pensó que tenía normas, pero al parecer había estado equivocado todo el tiempo.

Jane se vistió en el baño con algunas de las cosas que había dejado en la casa de Mike (tenía un cajón especial en su vestidor) antes de que ambos caminaran abajo para el desayuno. Sus padres no estaban allí.

Pasaron el resto del día en su casa, en la sala de Mike, viendo sus películas y programas favoritos (El diablo viste de Prada, Bride Wars y Project Runway). Para la cena decidieron salir a comer a su restaurante favorito. Ellos no necesitaron hacer una reserva, su padre conocía al dueño personalmente y él siempre podía hacer una excepción para Mike.

Así que a las ocho en punto fueron dejados frente al restaurante con la promesa de ser recogido dos horas más tarde.

Ni siquiera tuvieron que darle a la anfitriona su nombre, los reconoció al instante e inmediatamente y cortésmente, los guio a la mejor mesa en el restaurante, la que tiene la vista al centro de la ciudad, la cuál era preciosa una vez se hacía de noche.

Ordenaron lo habitual, Mike consiguió el ravioli de langosta y Jane consiguió la coliflor al horno con mantequilla. También decidieron pedir el mejor vino blanco y la menta soufflé Inglés como postre.

Jane comenzó a hablar sobre el próximo invierno, mientras Mike fingía escuchar. Estaba mirando por la ventana, y no pudo evitar que sus pensamientos vagaran de nuevo a la noche anterior, más específicamente al momento en que había entrado en el armario y Will besaba al maldito de Patrick contra la pared.

Bebé, el cielo está en tus ojos | BylerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora