Las alarmas de Arkham sonaron. Edward se tapó los oídos, agazapado en un rincón de la sala de interrogatorios mientras Batman dibujaba en el cristal un murciélago con algo de punta de diamante. Un golpe certero y fuerte. El cristal se hizo trozos en un sonido vibrante. A través de las irregularidades que deja el cristal roto, una mano enfundada en un guante negro se extendió al interior. Un movimiento grácil, delicado, como el de un caballero de la alta sociedad del siglo XVIII, pero que era capaz de sostener el mundo entero si así se lo pedían. Edward tomó la mano que le ofrecían, sintiendo todo su ser abrumado ante el toque tan ansiado con su alfa.
Las alarmas retumban cada vez más, pero Batman solo lo jala por los pasillos interminables de Arkham ignorando el estruendo. Lo ayuda a escalar por el techo, concentrado en poner sus gruesas botas en un punto de apoyo lo suficientemente fuerte para no caer. Se gira un momento y ve abajo a Riddler mirarlo con adoración. Es la vista más hermosa que ha tenido en mucho tiempo. Extiende de nuevo su mano y Edward vuelve a tomarla alegremente, se deja jalar para subir a la parte más alta de Arkham: Una torre rematada con un techo de aguja, flanqueada en cada esquina con cuatro agujas más pequeñas cuyo espacio entre una y otra creaba una terraza inaccesible para nadie. Excepto Batman, el amo y señor de la las alturas.
Batman no es capaz de esperar más. Cuando se siente seguro empuja al omega contra una de las paredes lejos de la barandilla que da al vacío en un arranque de desesperación. Su rostro se torna en la locura y así mismo mira al omega en lo que parece el estado de mayor apogeo de su enfermedad. Se lo ha ganado, es su premio. Es el león que ha alcanzado su presa, el cazador que ha dado en el blanco, el atleta en lo más alto del podio levantando su trofeo. Eso es Edward en ese momento animal que lo invade: Su maldita corona laureada después de tanta lucha. Sin embargo, se detiene. Edward no es un premio, no es un pedazo de carne que logró atrapar y se niega a ser igual que los malditos alfas elitistas que quieren el omega más bonito para sentirse bien. Él es mucho más que eso.
Ante sus ojos, el omega no es ningún trozo de nada que pueda ganar, es su igual.
Edward Nashton, Riddler, es mucho más que solo un omega bonito. Es la purga que esa ciudad necesita para ser lo que debe ser, es el elemento que va a sanear lo malo. Batman es su instrumento, su catalizador. Ambos son parte de algo mucho más grande que ellos, pero que solo puede funcionar si está compuesto por sus partes.
Batman puede visualizar a ambos por encima de todo: Una mente superior al trabajo de una fuerza superior y a la inversa.
En lugar de lanzarse a su cuello como un loco obsesivo, frente a la mirada paniqueada que el omega le lanza en ese momento, toma sus manos entre las suyas. Les regala una caricia entre sus dedos como si estuviera tocando la cosa más preciada del mundo y las levanta un momento para darle un suave beso mientras deja que sus ojos sigan fijos en los de Edward. Mira sus manos, la marca de su murciélago a medias está en la muñeca derecha de Edward; se inclina y la besa. En ese sitio huele demasiado a azúcar y calabazas y siente que se marea de lo bien e intenso que se siente. Se quita el guante. La otra mitad de su murciélago está allí y Edward suelta un suspiro de felicidad cuando la ve. Une su muñeca a la suya, dejando que el murciélago se complete al fin mientras las bombas que explotan por toda la ciudad hacen de banda sonora de su retorcido momento romántico.
—Vamos. Tienes que verlo.
Edward lo toma de la mano y lo jala hasta el borde de la terracilla. Ambos se asoman mirando el panorama de caos que es Gotham en ese momento. Batman desliza su mano hacia la cadera del chico de forma posesiva, intentando que su salvajismo interno no lo aprete y decida follárselo allí mismo en una torre sucia y olvidada del manicomio.
—¿Te gusta mi regalo, alfa? Lo hice solo para ti.
—Me encanta.
Y ya no sabe si se refiere al caos que anuncia la muerte y destrucción que tanto le excita o si, en cambio, está hablando de sus caderas, de la forma en como la espalda de Edward pierde el nombre en su curva final o si es el olor a calabazas y azúcar que lo está llamando a pecar. Sea cual sea, todas esas cosas le encantan.

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To the Batman
FanfictionEdward cree que nunca conocerá a su alma gemela. Sin embargo, cuando ve al hombre murciélago cruzar el cielo de Gotham, sabe que es un llamado para él. Responde con un cadáver, una carta y un acertijo. Si su alfa lo desea, que se esfuerce en encontr...