Amado

380 42 14
                                    

 Bruce estaba obsesionado con cada parte, tanto emocional como física, de Edward: Sus labios eran, desde aquella primera vez, su cosa favorita en el mundo y casi que le faltaban como el aire para vivir. En un mes y una semana, que era el tiempo que había transcurrido desde que lo marcó en su lecho, le había hecho el amor casi a diario y, probablemente, varias veces al día, lo que le había permitido conocer cada rincón de su cuerpo como la palma de su mano. El omega era sensible, sobre todo cuando hacía algo con sus pezones; ya sea besarlos, apretarlos o chuparlos, Edward se deshojaba en gemidos deliciosos que se convertían en música para sus oídos. También sabía que le gustaba experimentar de vez en cuando el dolor, lo supo cuando le dio una nalgada excesivamente fuerte y, en lugar de miedo, su lazo había experimentado un choque de excitación que lo puso como loco; probó con las mordidas pasadas, las uñas enterradas y marcando por su espalda caminos sin llegada, los empujones bruscos y las manos asfixiando su cuello dejándolo al borde de la inconsciencia: todo fue bueno para Edward.

—Bruce...

No lo dejó seguir con su intento de charla. Volvió a ahogar al chico en un beso profundo, mientras pasaba sus manos por su espalda que amenazaban con quitarle la camisa y dejarlo desnudo en el frío de la cueva.

Aunque, a decir verdad, no todo se trató de la pasión salvaje. Bruce también descubrió que lo obsesionaba la personalidad de Edward: sus miedos al abandono y la fácil forma que era manipularlo para que hiciera casi todo lo que quería, la dependencia que ejercía sobre su persona y que lo hacía sentir poderoso y enloquecido, pero también disfrutaba la forma en la que pasaba de eso a una reafirmación de su personalidad donde ni siquiera Bruce tenía opinión dejando un rastro de emociones inentendibles, alteradas y mezcladas en su lazo. Sin embargo, también le fascinó el toque casi maternal con el que cuidaba de Batddler, de los bichos más pequeños y de los cachorros perdidos en las calles de Gotham sin hogar. Lo vio varias veces hablarle suave a los niños asustados, como que si detrás de la máscara no hubiera un psicópata asesino con sed de venganza sangrienta sino un omega con ganas de dar amor, cariño y comprensión. Edward era un acertijo en sí mismo que no entendía y que no quería entender, pero le atraía y solo quería leerlo una y otra vez.

—Edward...

El omega se retiró un poco, no queriendo ser de nuevo ahogado en un beso. El alfa lo tomó por los cachetes en una caricia áspera y luego acomodó su pelo húmedo detrás de sus orejas. La silla giratoria hizo lo suyo y se movieron hacia un lado cuando el omega volvió a moverse y la desestabilizó.

—¿Por qué eres tan ...

Lindo. Edward odiaba que le dijeran lindo, adorable o algo así. Era como negar su propia naturaleza, su fuerza arrolladora ¿Quién era Bruce para hacerlo sentir como no quería?

—Me vuelves loco.

El sonido robótico de algo que se acababa de cargar sonó por toda la cueva. Ambos miraron a la pantalla donde decía que su video había sido subido con éxito.

—Bien.

Edward se empujó para atrás, Bruce lo agarró por la camisa para que no cayera mientras hacía una maniobra loca y estiraba su mano para alcanzar el teclado y el ratón. Solo fue darle clic al mensaje y su video especial se envió a la cadena televisiva de Gotham y a varios sitios de chisme, cuentas de redes sociales, blogs y de más que publicarían el contenido en segundos, seguramente. Las noticias de chismorreo fue la mejor forma de llegar a todos, la web profunda estuvo bien, pero allí solo había diez locos que, aunque seguían sus pasos y estaban de acuerdo con él, no saldrían de su escondite como Edward quería.

—¿En qué estábamos?

Ah, sí, los besos.

.

.

To the Batman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora