Eres tú

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Bruce estaba inclinado sobre la mesa. Seguía dándole vueltas a la pista que tenía entre sus manos, Alfred estaba aún en el hospital, aunque fuera de peligro, así que había pasado la última noche despierto y parte de la mañana mirando el papel. Levantó la vista cuando su ordenador le alertó de un nuevo mensaje. Su primer usuario en la web de Riddler había sido desbloqueado. Miró la pantalla y vio un mensaje del omega. Dibujó una sonrisa en su rostro cuando leyó el 'contesta' y, en seguida, la pantalla se iluminó.

Volvió a aparecer el fondo verde siendo distorsionado por la figura del chico con una camisa verde oliva y unos guantes negros. Las manos de Riddler se movieron un poco incómodas sobre sí mismo, como que si quiera hacer lo mismo del otro día. Incluso Bruce pensó que era la respuesta a su pequeño regalo y comenzó a emocionarse de más. Pero, en cambio, el momento fue interrumpido por un fuerte sollozo que provino del chico. La mano incómoda pareció ir hacia su rostro y se movió como cuando alguien se limpia con fuerza un rastro de lágrimas de la cara. Lo vio levantarse, quitarse del panorama de la cámara y lo único que pudo escuchar fue a un omega llorando. Era como un cachorro que llamaba a gritos a su madre, que rogaba por un poco de contacto y atención. La impotencia lo invadió cuando un sonoro gemido de esos que hacía un omega desesperado cuando llamaba a su alfa retumbó por su cueva.

Edward se metió en su nido, doblando las rodillas hasta su pecho y abrazándose a sí mismo, soltándose solo para pasar de nuevo su antebrazo por el rostro y limpiar las lágrimas que no dejaban de brotar. Se sentía sucio, humillado, dolido. Toda esa maldita vida viviendo en la miseria y la desesperación y, cuando creía que había alcanzado un punto medio entre la felicidad y el asco, la cuerda floja por donde caminaba se rompía y lo tiraba de nuevo a la podredumbre donde siempre había pertenecido.

Lo habían despedido, todo porque las 'las buenas intenciones y amabilidad' no son gratis, pero eso él ya lo sabía. Era consciente que su escape de una demanda por ponerse violento donde menos debía no fue solo por buena voluntad; no iba a rebajarse a ser usado como todos creían que debían serlo los omegas. Edward tenía un poco de orgullo, aunque eso no era un escudo que detuviera insultos, una cachetada, los gritos ni la humillación pública. Entonces, en la soledad de su habitación, habría pensado que estaría bien y se recompondría del degradante despido.

Pero él y su mente solos, en cuarto en la peor calle de Gotham, acurrucado en el suelo junto a la rabia nunca fueron una buena combinación. De la rabia había pasado a la tristeza y de pronto, su mente le había recordado lo que tanto quería evitar: ¿Qué no impide que Batman te deseche así también? Uh, él era uno igual que los demás. Seguro que Batman solo querría eso de Edward que las monjas tanto habían dicho que protegiera y luego lo dejaría en algún callejón sucio donde armonizaba de verdad. Y luego rabia otra vez. Los gritos, los jalones de pelo desesperados, las uñas clavándose en su piel y provocando líneas sin dirección ni control. Vio entonces la caja verde sobre su mesa, donde aún estaba el regalo del alfa y una sonrisa se instaló en su rostro mientras las emociones se aglomeraban todas en su bajo vientre como que si no tuviera otra emoción más que una ferviente excitación.

Las ganas de ver a Batman se instalaron en su mente como un pensamiento agonizante, tuvo que desbloquearlo y llamarlo. No importaba que lo descubriera, eso era lo que menos le importaba en ese momento. En cambio, se había puesto a llorar patéticamente frente a la cámara una vez que el otro había contestado a su llamado. Le permitió ver al otro lo débil que era, lo poco bueno que sería como un compañero; merecía que lo usara y lo dejara abandonado junto a un cubo de la basura. Se metió y revolvió en su nido de nuevo mientras volvía a llorar sin importarle que la llamada siguiera conectada.

Solo quería que Batman lo escuchara, que pudiera su capa sobre él y lo protegiera hasta de las gotas de lluvia que empañaban sus gafas.

—¿Riddler?

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