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11 días después

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11 días después.

26 de septiembre de 2011


Tal y como Hilario lo había esperado, cuarenta y cinco minutos después de que su hijo volviese al que fue y siempre sería su hogar, en la entrada principal del rancho de los Meléndez el secretario de seguridad, el fiscal general y el General Lozano, actual líder del ejército mexicano, esperaban a que Hilario los recibiese.

En cuanto Sebastián arribó corriendo por los sembradíos traseros del rancho, no hubo demasiado tiempo para explicaciones, Hilario le hizo una señal a su hija Denisse que esta comprendió al instante, padre e hija habían aprendido a entenderse con una sola mirada, la guerra los obligó a eso. Justo gracias a ello, a la guerra en la que su familia se vio inmiscuida, fue que Hilario aprendió a ser más malicioso y menos ingenuo, por su ingenuidad perdió cosas que le importaban, no estaba dispuesto a perder nada en absoluto a causa de su idealismo, sobre todo si se trataba de su familia.

Cuando creyó que había perdido a Sebastián para siempre, Hilario cayó en una depresión que, aunque se esforzó por ocultar, llegó un grado en el que no pudo más y tuvo que buscar ayuda; el punto de quiebre ocurrió el día que su hijo volvió a marcharse de su lado, un miedo irascible lo invadió en cuanto vio a Sebastián subirse al avión que lo llevaría a ese destino que eligió, pero que él, como padre, se negaba a aceptar. Durante dos semanas enteras, Hilario luchó contra esos sentimientos asfixiantes que querían apoderarse de su ser y se forzó a cumplir con sus obligaciones como presidente municipal; sin embargo, cuando una mañana entró a la habitación de Sebastián y encontró la cama vacía e impoluta, el miedo se apoderó por completo de él y lo paralizó, unos cuantos segundos después perdió el conocimiento.

Fue Denisse quien lo encontró tirado en la entrada de la habitación de Sebastián, asustada, la hija mayor de la familia llamó a los hombres de seguridad para que la ayudasen a levantar a su padre. Hilario recuperó la conciencia un par de minutos después y se descubrió recostado en la que era la cama de su hijo, se enderezó sobresaltado y quiso abandonar la habitación, pero Denisse no se lo permitió. Una hora después el médico familiar y mejor amigo de Hilario llegó para revisarlo. Testarudo por naturaleza, Hilario se negaba a ser atendido, lo último que quería era preocupar a su familia, no obstante, si él era testarudo Denisse lo era aún más y terminó ganando esa batalla padre-hija.

A la mañana siguiente Denisse y Dalia lo llevaron al hospital general del municipio para que le hiciesen los estudios que el médico había ordenado. Al salir, mientras caminaba por los pasillos, Hilario se encontró con una puerta en la que podía leerse «Psicología», como si se tratara de una epifanía, la palabra hizo una conexión abrumadora con Hilario, así le dio sentido a lo que ya sabía pero no quería aceptar: sus problemas más que físicos eran emocionales. Un par de días después, sin que Denisse ni Dalia lo supieran, regresó al hospital y pidió una cita con la psicóloga.

Fue durante las sesiones con aquella joven mujer que pudo ponerle nombre a todo lo que sentía y lo abrumaba. En un principio fue complicado poder abrirse con esa mujer que lo miraba con una paciencia apremiante, pero conforme las sesiones avanzaron Hilario se descubrió hablando de su infancia, de su vida y de sus miedos. Ahí entendió que un sentimiento de culpa no resuelto era lo que más lo afectaba en su día a día, que esos ataques que lo paralizaban se debían al estrés post traumático luego de lo sucedido con Sebastián y todo lo que vino después. Minerva, así se llamaba la psicóloga que lo ayudó a entender y afrontar sus miedos, lo animó a hablar sin tapujos de lo que sentía, en ese espacio Hilario se sintió por primera vez en mucho tiempo libre, podía expresarse sin miedo a ser juzgado, y esa libertad fue la que lo hizo entender que su lucha no había terminado, apenas comenzaba.

Trilogía Amor y Muerte ll: El Hijo DesgraciadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora