Victoria estaba a un paso de tocar el timbre de la casa de Marión, sentía que se revolvía el estómago cada que conocía a nuevas personas, pero sabía que lo disimulaba muy bien, por alguna razón las personas siempre la encontraban encantadora, sus modales siempre eran espléndidos, sus padres habían hecho un gran trabajo criandola, o al menos eso decían ellos.
El día estaba soleado y el clima era fresco, la casa de Marión se encontraba en un elegante suburbio, era de color azul pastel con ventanas blancas de contornos azul marino y se podía notar la chimea justo en medio del techo de la casa. Tenia un jardín delantero amplio donde solo había cesped con un camio de piedras que te conducía hasta la entrada del hogar, justo en la entrada había cuatro arbustos del mismo tamaño, cada uno separado a la misma distancia, entre ellos había una variedad de flores plantadas de varios colores, hasta ellas parecían caras, elegantes y arrogantes, Victoria sentía que la juzgaban por ser una extraña. Era un clásico hogar de una familia feliz con estabilidad ecónomica. Pero ella más que nadie sabía que hasta las familias que parecían perfectas ocultaban todo tipo de problemas detrás de esa fachada.
Victoria había tomado una ducha antes de ir y se vistió con una falda verde de franjas grises (le encantaban las faldas), medias negras, con una camisa del mismo color y una chaqueta de cuero color caramelo que combinaba con sus botas, tomó su bolso negro, se despidió de su tía Sarah y salió de casa.
Liberó un largo suspiro de sus labios carmesí y tocó el timbre, no tardaron mucho en abrir la puerta, un hombre mucho mayor que ella, apareció en el umbral, llevaba un suéter color azul marino con un pantalon de vestir negro, cabello rizado y oscuro peinado para parecer presentable, y una barba de tres días que rodeaba sus labios. El padre de Marion, dedujo, pero no podía ver a Marion en él, no se parecían en nada, su piel era color canela y sus ojos eran marrones con los parpados caidos, y una nariz grande que lo hacía ver más masculino, en cambio Marion tenía rasgos caucásicos. Tal vez era alguien más.
—¡Hola!—dijo el extraño acompañado de una sonrisa cálida que de inmediato fue correspondida.—Tú debes ser Victoria, soy Óscar Hernández, el papá de Marion—. ¡Ah!, entonces sí era su padre después de todo. Le extendió la mano y Victoria la tomó. Su mano era mucho más grande y pesada que la de ella, y las mangas remangadas del suéter dejaban a la vista las venas marcadas de las manos y los antebrazos.
El apretón de manos fue tan sutil, que pareciera que Óscar intuía que Victoria era tan frágil que su mano se rompería si la apretaba de más. Como si se tratase de una muñeca de porcelana.
Fue entonces cuando Victoria se dió cuenta que hasta ahora no había dicho ni una palabra.
—Sí, Victoria, esa soy yo, esa Victoria, la amiga de Marion—respondió muy rápido y torpe a la vez, empezó con el pie izquierdo, pensó, parpadeo dos veces y de inmediato recupero la compostura, eran los nervios de conocer a alguien nuevo, eso debía ser.
Oscar rió con los labios cerrados al escucharla.—Que suerte que eres esa Victoria, pasa, por favor—.Era un alivio que lo encontrara gracioso y no incómodo.
Victoria atravesó la entrada en tres pasos para quedar dentro de la casa y mientras Oscar quedó a sus espaldas cerrando la enorme puerta. pudó notar el aroma que emanaba de su cuerpo, una fragancia de un perfume para hombres, era dulce y a la vez varonil, le recordaba a sus vacaciones en Italia, reconoció que era caro, era como los que solía usar su padre.
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Solo una obsesión | Oscar Isaac
Lãng mạnEl destino no existe, cada quién es responsable del camino que sigue y las consecuencias de sus acciones. Entonces qué excusa podría tener Victoria para interrumpir de forma tan abrupta la vida tranquila y rutinaria de Oscar cuando el destino no fue...