Momento 16

14 1 1
                                    

Verlo llegar como hacía todos los días siempre me hacía sonreír. No importa el tiempo que haya pasado, yo siempre lo veo y sonrío como tonta. Lo amo con toda el alma y después de conocerlo siento que toda mi vida mejoró con creces.

Uy, llega muy cansado hoy. Corro a atenderlo para ayudarlo y veo que se tambalea al bajar del auto.

- ¿Te sientes bien?

- Sí, solo estoy muy cansado.

- Vamos, te ayudo...

- No te preocupes...

Pero antes de que pudiera decirme nada, pasé su brazo por encima de mis hombros e hice que se apoyara en mí.

- ¿Cómo te fue hoy?

- Bien, creo. Nos llenaron de tareas y no nos dejaron modificar el calendario porque los jefes cometieron un error y todos nos atrasamos.

- Eso suena muy feo. ¿Pudieron solucionar aunque sea parte del problema?

- Sí, por suerte sí, pero nos llevó muchas horas que no pensaba gastar en el trabajo. Perdón por llegar tarde. ¿Tu día bien?

- Sí, todo bien. Terminé de enviar unos trabajos y ahora estaba por comenzar a preparar la cena - le dije con dulzura.

- Pero, ¡yo hago la cena!

- Sí - reí -. Pero hoy llegabas tarde y quise prepararla yo. La próxima vez que yo necesite, tú me ayudas y preparas el almuerzo, ¿te parece?

- Bueno... Pero entonces, yo lavo los platos.

- Sí, eso sí. Yo no pienso hacerlo.

Ambos reímos. Hacía unos meses nos habíamos mudado juntos después de llevar varios años de novios. No pensábamos casarnos, pero sí quisimos mudarnos juntos. Las tareas las definimos al principio, pero aún teníamos problemas cuando nuestros trabajos nos impedían realizarlas. Además, últimamente no habíamos podido pasar mucho tiempo juntos, por culpa precisamente del trabajo, y por esa razón había estado esperando este día para poder estar con él.

- Ah... - pensé - Está demasiado cansado como para que podamos tener una cita en casa. Seguro que se va a quedar dormido ni bien comience la película.

De todos modos, sonreí y juntos entramos. Lo ayudé a sentarse en el sillón y luego le serví la cena.

- ¡Ah, qué maravilla! ¡No he probado bocado desde la mañana!

- ¡¿Qué dices?! ¡¿Cómo que no almorzaste nada?! - exclamé muy enojada.

- Perdón... Pensé en ir a comprar algo al mediodía, pero las tareas no terminaban más, los jefes seguían presionándonos y cuando quise acordar ya era hora de irnos y todavía no terminábamos.

- Con razón estabas tan débil... Bueno, ahora come todo lo que quieras. Hay mucho así que puedes comer hasta llenarte.

- ¡Qué suerte! - sonrió - ¡Gracias!

Y cenamos en silencio. Poco a poco el color le volvió a las mejillas y su semblante mejoró. Entonces, le dije:

- Si no te compras algo para comer en el trabajo, yo te prepararé los almuerzos para que los lleves. Aunque sea un sánguche, algo te vas a llevar.

Al principio me miró sorprendido y algo avergonzado, pero luego su mirada se hizo picarona y contemplativa.

- Entonces voy a dejar de comer para poder disfrutar de tus platillos en el trabajo.

- ¡No digas eso! - le dije enojada, pero de inmediato me calmé - Si quieres comer mi comida... Solo pídemela y te la prepararé. No puedo asegurarte que siempre sea una comida superelaborada, pero al menos será mejor que no comer nada.

Él me sonrió y tomó mi mano.

- Gracias.

Terminamos de comer y me dijo:

- Es hora del postre. ¿Qué tienes preparado?

- ¿eh? ¿Postre? No tengo nada...

- ¿Cómo? ¿No hay postre? Yo siempre te preparo postre en la cena...

- Sí, ya sé pero con suerte pude hacer la cena, no tuve tiempo de...

- No importa, algo tendrás que darme de postre.

- Pero...

- ¿Sabes qué? Yo mismo lo buscaré.

Entonces se levantó de su silla con el ceño fruncido, caminó hacia mí, me observó con atención mostrando su mejor cara de decepción para luego levantarme de la silla cargándome con gran facilidad.

- Es... Espera... ¿Qué...?

- Te dije que quería postre. Si no me preparaste nada, entonces tú serás mi postre. Prepárate, porque tengo mucha hambre todavía.

Me ruboricé de pies a cabeza y sentí como mi cuerpo ardía. Agaché la cabeza.

- Es... Está bien... Yo... También quiero postre.

Él se quedó en silencio un momento y cuando levanté la mirada, su cara era un tomate. Sonreí, tomé su rostro entre mis manos y lo besé profundamente.

- Eso no será suficiente - me dijo -. Quiero más.

Y así entre besos y caricias disfrutamos de nuestra cita. Realmente extrañaba mucho el aroma y la sensación de su piel. Habíamos dejado pasar mucho tiempo y ambos estábamos en nuestro límite. Pero también admito que el cansancio afectó mucho nuestro rendimiento y poco después de empezar ambos acabamos durmiéndonos. Eso no me importó. Nada me importó. Todo era perfecto, pues al fin y al cabo podía estar en los brazos de mi amado y sinceramente, no había en este mundo nada mejor que eso.

MomentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora