Momento 7

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Inspirado por la canción Fuyunohanashi del animé Given.

El desierto inmenso e interminable me destruía con cada segundo que pasaba. Hacía varias horas que había terminado mi último trago de agua y a no ser que un milagro me salvara, estaba destinado a morir. Sonreí con dolor.

- Ni siquiera pude hablarle.

Siempre quise hablarle a la chica de mis sueños; siempre, siempre, siempre. Pero por alguna razón, cada vez que quería hacerlo, mi voz no salía. Siempre era lo mismo; siempre, siempre, siempre. Iba caminando, me la topaba en la calle, estaba listo para saludarla y justo cuando quería pronunciar siquiera una palabra, mi garganta se reusaba a actuar. Y así, una y otra y otra y otra y otra vez, lo único que hacía era verla y sonreírle, pues mi voz nunca pudo ser articulada por mis cuerdas vocales. Entonces supe que debía hacer algo para cambiar esta situación. Decidí que un viaje era lo mejor y yo siempre había soñado con viajar a Egipto. Valientemente, buscando fortalecer mi carácter y decidido a cambiar mi vida de una vez por todas, hice que me despidieran y me fui a Egipto con la indemnización; buena plata después de diez años de fiel servicio.

En Egipto, como era de suponerse con cualquier turista inexperto, me timaron, estafaron y robaron todo lo que pudieron, pero por alguna razón era feliz; sentía que por primera vez en la vida estaba haciendo algo por mí y eso me hacía sentir estupendo. De alguna forma u otra terminé en un supuesto tour por el desierto, y luego de unos kilómetros, terminamos en cualquier parte menos en donde debíamos. Ahora, a muchos kilómetros de la civilización, lloro amargamente que mi travesía no haya tenido el fin que yo quería.

¿Me arrepiento de haberlo hecho? Desde luego que no. No tengo ningún resentimiento para con mi yo del pasado. Pero sí estoy enojado; y estoy enojado con mi yo del presente. Es que sin importar cuanto quiera, esa parte de mí que solo piensa en el futuro me saca de quicio. Y es que ni bien me perdí, ya veía como una profecía el momento donde me quedaría sin agua; y ni bien me quedé sin agua, pude ver el momento en el que mis piernas cederían del cansancio; y sé que ni bien mis piernas cedan del cansancio, el sol llegará a su punto más alto; y ni bien llegue a ese punto, los buitres comenzarán a rondarme; y ni bien se acerquen a mí y vean que no tengo fuerzas, me sacarán los ojos y yo, aún vivo viviré la peor de las torturas sobre la faz de la tierra: ser comido vivo. ¿Saben acaso lo estresante, rompepaciencia, desesperante y frustrante que es convivir con alguien así? Y peor aún, ¿alguien del que nunca se podrán deshacer porque son ustedes mismos? AAAAAAHHHHHHHHHHHHH. ¡¡¡YA BASTA!!! ¡¡¡PARÁ UN POCO, LOCO!!! ¡¡¡BAJÁ UN CAMBIO!!!

En el momento en el que escucho mi voz gritándome, percibo el silencio que me rodea y vuelvo a la realidad. Y aunque la realidad se parece mucho a la que me dice el yo que odio, no quiero escucharlo, no quiero saber nada de él, solo quiero salir de esta prisión de arena y calor. Lo único que me alegra es que pude escuchar mi voz, pero parece que debía estar atrapado en el desierto para poder hablarme con claridad. Y como estaba casi seguro de que mi yo negativo tenía absolutamente toda la razón, comencé a hablarme como nunca antes lo había hecho. Y me dije de todo. Me recriminé todas las veces que me acobardé de hacer algo, me dije estúpido (y toda la familia de insultos similares de mayor y menor grado de vulgaridad, me cuestioné las mil y una veces en las que me quedé considerando las opciones y perdí la oportunidad por no actuar, me dije a mí mismo que nunca había logrado hacer nada de lo que alguna vez soné ser y me eché toda la culpa (aceptándola de inmediato), me dije que me odiaba y que era el peor yo que había existido sobre la faz de la tierra. Luego de decir esas últimas palabras, mis piernas cedieron al igual que la fuerza que hacía para contener mis lágrimas. Y en el suelo de rodillas, mientras lloraba, comencé a gritarme la mayor cantidad de insultos que pude proferirme y me herí con mis palabras de todas las formas que pude pensar en ese momento. Y una vez que lo hice todo, una vez que me dije todo lo que me quería decir y mucho más, me tiré en la arena tibia. Estaba extremadamente cansado y somnoliento. Entonces, un yo que hasta el momento no conocía me dijo:

- ¿Por qué te lastimas tanto?

Y yo me quedé, tipo '¿Qué?'.

El silencio invadió mi mente y me di cuenta, una por una, de todas las veces en las que me traté mal y me dije cosas feas (básicamente siempre que las cosas no iban o no terminaron siendo como yo quería). Y resultaron ser muchísimas veces; de hecho resultó ser prácticamente toda mi vida. Entonces, me pregunté:

- ¿Tan mal hice las cosas como para tratarme de esa manera? ¿Hacía falta que me tratara así de mal TANTO? ¿Acaso gané algo con todo eso?

Y de nuevo el silencio invadió el ambiente y yo mismo me respondí:

- Únicamente, en este momento en el que estuve cansado de ser un cobarde y nunca hablarle y decidí cumplir mi sueño de venir a Egipto.

Y allí, en medio del desierto, tirado sobre la arena, con el sol sancochando mi piel con la grasa de mi transpiración, me di cuenta de algo de lo cual curiosamente no me había percatado: estaba en Egipto.

O sea, yo, yo, yo estaba en Egipto. Pisando tierra egipcia; la misma tierra que pisaron mis héroes de la antigüedad, y bajo el mismo sol abrazador; Egipto; mi sueño de siempre. Yo... Yo había logrado cumplir mi sueño y ni siquiera me había dado cuenta.

Tal vez suene demasiado estúpido, pero para mí no lo era porque genuinamente no tenía ni idea de lo que había logrado, porque lo único que podía ver era que estaba perdido, con hambre y sed, y que probablemente terminaría muriendo en poco tiempo, y que jamás le hablaría a la linda chica porque mi voz se rehúsa a hablarle, y que soy un cobarde, y que nunca logro nada, y bla, bla, bla, bla, bla... Pero, y esto ¿qué?

Y entonces, ahí en el medio del desierto, con mi piel ya color caramelo medio quemado, comencé a recordar todas las cosas que había logrado a lo largo de mi vida. Todas y cada una de ellas. ¿Y saben que hice? Me agradecí por ellas y me felicité por mis logros. Incluso me desee bendiciones para el siguiente año y... Bueno, ahí supe que no quería morir. Y es que luego de mi tremendo hallazgo, había una barbaridad de cosas que había logrado hacer por mí y para mí, y otro enorme tanto de cosas que quería hacer y todavía no había hecho. Entonces, me levanté de la arena, me sacudí como pude y sin pensar en mi cuerpo, sino pensando solo en esos sueños que aún no alcanzaba y en aquellos que sí había alcanzado (para analizar cómo los había logrado), comencé a caminar.

Y la verdad es que no tengo idea de cuánto tiempo estuve caminando. Solo sé que en algún momento me encontraron unos beduinos y me llevaron a su aldea para poder recuperar mis energías. Y me hice amigo de ellos y recién luego de varias semanas retomé y viaje, pero no regresé a casa. Continué mi viaje por el sureste asiático y visité todos los países que estaban en la región. Y así, de país en país, terminé recorriendo el mundo entero haciendo eso que siempre había soñado hacer, solo que había tenido terror de hacerlo: viajar. Y a medida que pasaba el tiempo, y yo aprendía y me hacía más ducho en esto, ya no pudieron engañarme ni robarme, sino todo lo contrario. Encontré trabajos temporales y viví de ellos por bastante tiempo. Y cuando menos me lo esperé terminé en Paris (no me pregunten cómo ni por qué, porque ni yo mismo lo sé).

Y allí, en la calle, mientras caminaba me crucé con la hermosa señorita a la cual nunca había podido hablarle. Por un segundo me quedé mirándola en seco, sin saber cómo actuar. Ella de igual manera se había quedado en su lugar y solo por momentos me miraba nerviosa. Y entonces, el yo de las predicciones del futuro quiso hablarme para decirme qué sucedería después de que mi voz no resonara por mi aparato fonador y ella se me quedara mirando, y yo pasara la peor y más desgraciada de mis vergüenzas, y otras cosas más que ni recuerdo, cuando abrí mi boca y le dije:

- Hola, qué gusto verte aquí. ¿Te gustaría tomar un café?

A lo que ella, ya sin nervios ni timidez respondió:

- Hola. Sí, me encantaría.

Y entonces, la tomé de la mano y la invité a un café que no quedaba muy lejos. Luego le presenté Paris, y luego mi apartamento. Después de un tiempo nos casamos y tuvimos hijos. Todo salió bien. Nada fue como yo quería, ni pude lograr todo aquello que soñé lograr alguna vez. Pero dejé de escuchar a la voz que me hablaba del miedo, del odio, de la recriminación y del enojo que me tenía, y que al fin y al cabo solo coartaba mi accionar y torturaba.

Y entonces mi vida no fue nada de lo que esperaba, sino que fue un millón de veces mejor. Y desde ese día, simplemente vivo.

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