Cuando tenía diez años, mi mamá tomó la decisión de mandarme por primera vez a una tienda a comprar cosas que faltaban en la casa. No es que fuera tan difícil, pero con una niña de esa edad, que pensaba solo en andar en bicicleta sin parar y que se distraía por todo, se tornaba una odisea recordarme de los productos y lógicamente fallé en mi primera travesía. En su afán de llevarme por el camino de la obediencia y el sentido de responsabilidad, tomó varias decisiones logísticas para que no pasara y que yo empezara a adquirir la cualidad de cumplir con lo encomendado y retornar con las cosas (y el vuelto) sanos y salvos:
1- Amenazas (¡Te voy a sacar la bici si te olvidas de algo!);
2- Corrección disciplinaria (¡¡¡TE-DI-JE-QUE-TE-I-BA-A-PE-GAR-SI-TE-OL-VI-DA-BAS-DE-AL-GO!!!) una y otra vez con el místico artefacto predilecto de las madres (la chancla, claro que sí);
3- Tácticas de recordatorio (Anota en un papel, lo que te voy a dictar: traeme...); y
4- Suspensiones (Porque compraste dulces del vuelto, TE QUEDAS SIN DINERO PARA EL RECESO)
Y así y así, hasta que ya no me olvidaba o usaba descaradamente el resto del dinero para disfrutar de un delicioso caramelo.Ya experta y confiada en el asunto, un día caluroso me dirigía en mi adorada bici más ruidosa que yo (que por influencia de mis amiguitos, tenía un plástico atado por encima de la rueda para simular que el escape de una moto) a realizar otra misión de compra.
Estaba en mi mundo, leyendo los carteles y preguntándome como es que se imprimían esos enormes anuncios, cuando pasó: escuché un sonido, la voz de alguien, un hombre, llamándome "psss, psss, psss" como si yo fuera un gato.
Mi mamá me había enseñado tres reglas, que yo por mi edad y por nunca pasar una situación de esa índole, nunca vi necesaria aplicarlas pero siempre las recordaba: primero "No hagas caso a alguien que te llama, al menos si es un conocido" , segundo "no aceptes nada de nadie, no importa si es un conocido" y tercero "Si te quieren llevar, nunca te vayas con nadie, no importa si es un conocido".
Al mirar de reojo, reconocí esa cara, porque era uno de los hombres que vivían cerca de mí barrio, que tenía una hija preciosa dos años menor, a quien yo le tenía mucho cariño por tener los ojos tan preciosos. Ya lo había visto, lo conocía, y nunca vi realmente señales de alarma, porque no era consciente del peligro. Pero esa tarde, tampoco vi nada extraño en el, salvo que me miraba con unos ojos, que hoy día, ya con veintidós años, sé que ignoraría sin pensar si estoy caminando por la calle.
El no dejaba de insistir con su llamado y a mí me hacía sentir incómoda, pero los recuerdos de mi mamá retándome o dándome un toque de atención por no saludar a alguien que conocía, vinieron a mi mente. Recuerdo pensar que no quería que este hombre me acusara por mi poca cordialidad, y darle un motivo más a mi madre para que pudiera regañarme. Entonces, pensando todo eso, lo miré y le sonreí. El me respondió con una sonrisa entera, que a esa edad yo no habría sido capaz de reconocer sus intenciones. Y empezó a llamarme con la mano.
Habían dos hombres y una señora que estaba pendiente a su hijo antes de mi turno, así que realmente iba a estar un tiempo allí. En mi inocencia, pensé las reglas con detenimiento, pero realmente hablar con este hombre no iba a romper ninguno, era un conocido y el no me estaba llamando desde un auto para irme con él. Solo me sonreía, y me hacía un gesto con la mano para que me acerque a él.
La curiosidad, la poca falta de experiencia y la confianza inocente de un niño, hicieron que avanzara hacia él encima de mi bici, hasta que estuve a tan solo dos metros, y con una sonrisa y la cortesía que enseñaron, le pregunté el más amable pero más desganado "¿qué pasó?"
-Hola, niña hermosa, hace mucho no te veía. Te vi y realmente quería saludarte. ¿Cómo está tu mamá? No sé si te recuerdas que fuiste con ella a venderme algunas ropas y jugaste con mi hija. No te veo hace tiempo, estás hermosa y grandota.
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Pensamientos De Una Joven Incomprendida
PuisiVivimos con miedo a demostrar quien en verdad somos, quien está detrás de la fachada. El mundo vive enpeñado en destruirnos, más nosotros estamos muertos. Sin ser vistos.