Dos

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Harry prefiere olvidar los días que siguieron a aquel. El chico regresa cada noche al Sunflower Café, pero apenas intercambia dos palabras con Harry y ni siquiera es capaz de mirarlo a los ojos. Harry no dice nada, tan solo actúa como lo ha hecho siempre, hablando y haciendo preguntas que resuenan en una habitación en silencio y sonriendo y deseando poder arreglar aquello que deja al chico en aquel estado.

Harry está realmente preocupado. Quizá es porque desde que consiguió un trabajo el chico apenas ha tenido días malos, o quizá es porque Harry no puede abrazarlo porque no quiere parecer un aprovechado, el caso es que no le gusta nada el aspecto cada vez más demacrado del chico.

Tampoco le gusta que haya empezado a aparecer con moratones que intenta ocultar con sudaderas y jerseys de mangas excesivamente largas. Harry no sabe qué le ha ocurrido, pero tiene la sospecha de que no son de accidentes en el trabajo. A juzgar por la actitud vacía y ajena a la realidad del chico, se trata de algo serio, muy serio.

No obstante, Harry no está listo para lo que ocurre cuando concluye la semana. El chico aparece, como cada noche, pero cuando Harry alza la mirada para sonreírle se encuentra con un rostro destrozado. Tiene la ceja partida, la sangre le resbala lentamente por el rostro y sus pómulos están amoratados. La nariz sangra a borbotones, como si estuviera rota. Harry quiere vomitar allí mismo, porque no entiende quién ha podido hacerle tanto daño a un chico tan dulce y maravilloso como él.

—Pequeño, ¿qué te ha pasado? —pregunta Harry, corriendo hacia él y poniendo sus manos sobre sus brazos.

No le importa que el chico interprete aquel gesto como algo más que platónico, no le importa que a Harry le haya destrozado el corazón. En aquel momento, solo existe el chico y su rostro magullado.

—Estoy... Estoy bien —dice el chico, y su voz suena sorprendentemente estable. Sin embargo, el tono insensible pone la piel de gallina a Harry.

—Siéntate, vamos —Harry lo toma de la mano y lo conduce a su sitio habitual—. Tienes las manos heladas, pequeño...

—Estoy bien.

—Toda tu cara está cubierta por heridas. ¿Qué te ha pasado?

El chico niega con la cabeza, los ojos brillantes por las lágrimas. Y eso es realmente raro en el chico, porque nunca le ha visto llorar. Por supuesto que llora, Harry lo puede ver en los ojos rojos e hinchados y en los pequeños hipidos de los días malos, pero jamás delante de Harry.

—Pequeño...

—He perdido mi trabajo.

La frase cae como una losa sobre Harry. Aquello no puede estar pasando, el chico estaba tan feliz con su trabajo, iba a lograr un ascenso. Se iba a comprar un piso propio con el dinero que ganara, un piso solo para él, para irse de la casa de sus padres. Y ahora ya no tiene trabajo y su sueño de irse de casa ha quedado reducido a minúsculos fragmentos.

—Lo siento muchísimo —una horrible idea cruza la mente de Harry—. ¿Han sido ellos los que te han...?

El chico sacude la cabeza bruscamente. Una lágrima resbala por su mejilla, perdiéndose entre la sangre y el sudor que cubre la cara del chico.

—Vale... Vale... —Harry no puede evitarlo. Extiende su mano para rozar el rostro del chico y secarle la lágrima con máximo cuidado—. Espera aquí, por favor. Traeré algo para... Espera un momento, tan solo...

Harry corre a la cocina y busca el botiquín que tanto le costó que su jefe pusiera. Tuvo que casi amputarse un dedo para que Simon se diera cuenta de la importancia de tener material de primeros auxilios allí. Saca algodón, tiritas y agua oxigenada y regresa junto al chico.

Efecto Mariposa - L.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora