― Sigo sin entender cómo lo haces.
Daichi observaba a Kouki, fascinado por la fluidez en los dedos del mayor sobre la oscura masa.
― Ya te lo dije. Puedo recordar un rostro por el tacto ―explicó Kouki.
― Bien, sí, lo recuerdas pero, ¿cómo puedes manejar la arcilla? ―dijo pellizcando un trocito del montón de tierra mojada, tratando de darle una forma esférica sin mucho éxito―. Esta cosa se me pega en los dedos, además de ser muy dura. Debes ser muy paciente para hacer todos esos detalles.
― Papá Yusei me enseñó. El hecho de que seas diferente al resto no te hace incapaz de ser mejor que ellos, me decía siempre, muy a su manera. Me orientó tanto como su artritis le permitió, hasta que yo perfeccioné la técnica. Por ejemplo, hacerla más maleable y que "esta cosa no se me pegue en los dedos" ―citó esto último a forma de burla, sin dejar de moldear.
― Lo querías mucho, ¿verdad? ―dijo Daichi, abrazándolo por los hombros.
― Fue quién me crió, a pesar de que no teníamos ninguna conexión sanguínea y él apenas tenía para alimentarse a sí mismo. Es de esperarse que lo extrañe. Pero murió por causas naturales y con una sonrisa en el rostro. Es mejor tener una muerte en paz que aferrarse a una vida dolorosa.
― Ojalá pudiera darle las gracias.
― ¿Por qué?
― Por hacerte quien eres.
Daichi vio un ligero sonrojo en el rostro del mayor junto con una sonrisa sincera. Impulsivamente, plantó un pequeño beso en el rosa pálido de aquellas mejillas hasta que se tornaron completamente rojas.
Ya habían sido tres días desde esa ocasión que comenzó como un pequeño paseo por trabajo y terminó con una extraña admiración por la pirotecnia. Habían hecho el camino de vuelta en un silencio apenas cortado por uno que otro comentario meramente necesario. Pero no era un silencio incómodo, era un silencio que calmaba, y que ninguno de los dos quería romper por temor a quebrantar la paz en esa pequeña burbuja.
El trato entre ellos no era nada fuera de lo usual, a excepción del ligero nerviosismo que se formaba de vez en cuando, por causa de un acercamiento como el de recién.
Ninguno había dicho nada con respecto a lo que empezaba a surgir entre ellos, y que se había aclarado bajo la luz de cientos de explosiones. Allí no había rechazo ni evasión, sino una aceptación silenciosa que no tenían la urgencia de confirmar.
― Entonces ―carraspeó Kouki, alejándose con delicadeza del menor―, será mejor que siga haciendo esto antes de que la arcilla se endurezca y se quiebre.
Daichi se recostó en la cama del otro, con la confianza que había ganado de conocerse con Kouki durante ese medio año, y sacó su celular para distraerse con el simulador de ajedrez. Habían llegado a ese punto en que no necesitaban enfrascarse en conversaciones complejas o buscar salir de lo común, les bastaba con hacerse compañía.
Pasó media hora en la que Kouki terminó un figurín y Daichi venció dos partidas, hasta que unos conocidos golpecitos hicieron sonar la puerta.
― Yo abro ―dijo Daichi y así lo hizo, predispuesto con una sonrisa que se borró cuando vio el rostro de la niña.
― ¡Daichi! ―exclamó la pequeña que se aferró de inmediato a las piernas del joven. Aun si le sorprendió la reacción de Nanami, eso no lo detuvo para despegarla de sus rodillas y cargarla. Hace años que ella había dejado de ser una niña de brazos, pero no podía simplemente dejarla llorando a la altura del suelo.
― ¿Qué tienes? ―dijo Daichi, volviendo a sentarse en la cama con la niña que no quería despegar el rostro de sus manitas.
― No me quiero ir ―sollozaba Nanami sin alzar el rostro.
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Conversus in Luminaria [Gay]
General FictionUtagawa Daichi podría pasar por un chico mimado al que se le ha dado todo lo que ha querido. Pero, ¿a qué precio? Un hijo de la mafia japonesa criado entre lujos, a costa de más sangre derramada de la que se puede imaginar. Hasta ahora, Daichi ha vi...