Prólogo.

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En el interior de una base subterránea ultra secreta situada en la costa de Scott; próxima a los bordes de la gran barrera de hielo del Mar de Ross. Tierra de Victoria. Antártica Oriental.

Durante los últimos días del verano austral de 1947.


En medio de aquel ambiente extremadamente frenético y convulsionado donde podían vislumbrarse a una gran pluralidad de hombres quienes de un lado a otro iban y venían de manera incesante; de entre toda aquella muchedumbre podía destacarse la figura de un hombre uniformado de mediano rango, quien parecía correr de manera mucho más desesperada que todos los demás a través de aquellos enormes e interminables pasillos laberinticos pesimamente iluminados que se extendían por todo aquel vasto y recóndito sitio. Un uniformado cuya carrera presurosa le hizo atravesar a toda prisa aquel amplio corredor, el mismo que le llevaría a situarse frente a un amplio y gigantesco portón, el cual era la puerta de entrada a un gigantesco salón de estrategias donde personas muy importantes debían oír lo que ese hombre tenía que decirles. Por ello, y sin esperar siquiera a ser llamado, mucho menos autorizado para ello, aquel hombre se atrevió a abrir de par en par y con todas las fuerzas que le quedaban las amplias y gruesas puertas de ese gran salón para irrumpir raudamente en su interior; donde altas personalidades se encontraban planificando asuntos demasiado importantes para todos los allí presentes, personalidades quienes forzosamente tuvieron que interrumpir todas aquellas disquisiciones en las cuales estaban enfrascadas para poner atención en aquella figura que de pronto osaba interrumpirles. Y antes que el pleno de las altas figuras castrenses allí presentes responsables, encabezadas por la adusta figura del Comandante de aquel operativo, osara siquiera demandar un porque para tamaña interrupción, aquel agitado hombre inmediatamente procedió a brindar la respuesta que tácitamente todos los allí presentes estaban demandando de manera imperiosa.

-Señor. Tenemos novedades desde el frente-. Señalo aquel hombre, apenas con aliento en su voz.

-Pues he de esperar que en esta oportunidad no se trate de una falsa alarma y se trate de algo verdaderamente importante como para que venga a interrumpirnos de esta forma, Hauptmann Schimitz(1)-. Le señalo severamente aquel hombre mientras enseñaba a dicho hombre una mirada penetrante de tal manera que fue capaz de congelar en el acto a ese hombre.

-Y bien, ¿Cuáles son las novedades del frente?-. Demando saber con severidad aquel Oberst(2), quien no se encontraba con demasiada paciencia como para que esta fuera vanamente desperdiciada en aquellos segundos de tensa y larga espera. Por eso, y de manera titubeante, el subordinado se limito a decir una frase vaga, pero concisa; capaz de decir por si misma muchas cosas.

-Señor. No tenemos noticias alentadoras-. Respondió Schimitz con algo de nerviosismo.

-¡¿A que se refiere usted con eso de que no hay noticias alentadoras?!-. Le espeto con molestia el militar a cargo de la base.

-Señor. La última línea defensiva ha sido destruida.

-¿Destruida está diciendo?-. Señalaría ahora profundamente sorprendido aquel hombre, ello mientras su semblante pasaba a ensombrecerse, mientras preguntaba ahora de forma incrédula. -Explíquese bien, ¡¿Cómo es eso de que ha sido destruida?!

-Completamente destruida señor, todas nuestras tropas están huyendo despavoridas ante el poderío de los bombardeos enemigos...

-¡¿Cómo es eso de que están huyendo...?!

-Los hombres ya no tienen capacidad de resistencia. Los bombardeos...

-¡¿Y que eso de los bombarderos enemigos?! Acaso no habíamos logrado mantener detenida a la flota enemiga en la entrada del estrecho de McMurdo. Ellos nunca pasaron y tampoco tenían la capacidad de pasar el estrecho o rodear la isla sin que los hubiéramos detectado.

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