14. La melodía del sol de Medianoche

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Terminada: 23 de mayo del 2020

Editada: 10 de junio del 2020

Reeditada: 03 de enero del 2021

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Medianoche, el lugar donde solo los viajeros podían cruzar, donde si te atrevías a mirar atrás o a retroceder caerías, estaba frente a él. Nunca había estrellas, y ningún dios cuidaba a los que decidían andar por ahí.

Con el atardecer eterno en el horizonte, con un sol que no se veía, pero que tampoco ocultaba sus rayos, la hierba ardió, silbó y bailó como aquellos que habían muerto tratando de entrar, y llegar al final.

Los hogares sin techo, sin protección del eterno sol, con paredes de roca ocre agrietadas, empolvadas y pilares quebradizos eran testigos de todos los que se habían atrevido a andar por ese camino.

Antes, de los sabios errantes y los mitos de la tierra que aquellos que nacían en ese lugar, morían sin siquiera exhalar su primer aliento. Aunque por más que cualquiera tratara de entenderlo, seguían siendo palabras sin sentido. ¿Cómo nacía algo en un lugar donde todo moría, donde todo acababa?

También, había escuchado rumores de guerreros que entraban en un intento de ganar fama y jamás volvían. Eso lo entendía, aquel no era sendero de guerreros, era de los que terminan de vagar, de aquellos que no tienen sendero al frente.

Una última advertencia que había escuchado antes de dirigirse ahí, era que aquel era el único lugar donde los magos podían desarrollar la magia de luz, por lo que era seguro que encontraría a alguno cerca y debía tener cuidado. Nunca se podía estar seguro de que medidas tomarían para complacer al emperador.

Pese al riesgo de ser asesinado por un mago, aquel era su último viaje como errante. Era un sitio de paso, una tradición, una decisión y una prueba que no involucraba experiencia ni edad. La única regla era no mirar atrás y no retroceder.

Al final, cuando el errante alcanzaba la noche, los dioses obsequiaban a los viajeros todo lo que siempre habían querido. Y les daban un lugar apropiado en el mundo a cambio de olvidar los senderos que habían andado.

Llamaban La melodía del sol de Medianoche a los deseos, y a lo que había después, aunque no entendía por qué.

Sin embargo, a pesar de la promesa de un deseo, mientras caminara por esos terrenos sin nombre, por esos valles de sol eterno, donde ni las aves se atrevían a sobrevolar, los dioses lo desampararían. No tendría protección.

Su corazón golpeaba contra sus oídos, y sus pies flaquearon. Era como mirar al mar en la oscuridad. El arrepentimiento hormigueó en su cabeza, el vértigo abrazo su espalda. Tal vez todavía no era tiempo de caminar por ahí.

La cara borrosa de su madre fue a su cabeza. «Es lo último que tengo que hacer». No cedió

—¿Eres mago? —dijo una voz ronca.

Él se dio la vuelta y encontró a un hombre de edad avanzada con ojos anaranjados como el sol de Medianoche. Tenía el sello de los magos imperiales marcado a fuego en su mejilla. Llevaba una capa corta roída que apenas cubría sus brazos. Lucía como un desterrado.

Bajo la mirada en respeto

—No, señor.

El hombre inclinó su cabeza, una sonrisa se curvó en sus labios arrugados y pálidos.

—Ya veo... Entonces, ¿eres un errante? ¿Vienes por la promesa?

Inspiró, y decidió no responder. Si buscaba burlarse, entonces merecía ser desterrado.

Tetera de ranaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora