4. A Z O T E A

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—¿Por qué me has citado, Haxel?

—Existen belleza que merecen ser admiradas sin la envoltura que traen puesta —responde sin vacilar.

Estamos en la terraza del edificio más alto de la academia, un lugar que nadie visita nunca. La brisa nos roza la cara. El clima acá es fresco.

¿Cómo he parado aquí? Cuando estaba en clase de literatura encontré una bufanda pinta en mi mochila. No entendía cómo había parado ahí. Casi le pregunto a clase que a quien se le había perdido.

No lo hice por que revisé el papelito de la etiqueta, donde está la talla de cualquier prenda, y entonces vi escrita una hora y un lugar en letras pequeñas.

Debí haberme ido bastante como para que Haxel guardara tal cosa en mi mochila sin que yo me diese cuenta. Aparte de leer la mente, es muy escurridizo.

Además, me vigila todo el tiempo. Lo supe desde que descubrió mi necedad aquel día en el salón con solo ver mis movimientos. Cosa que aun me sigue dando vergüenza.

—Estás loco, Haxel.

—¿Por pedirte que me enseñes tu belleza sin envoltura?

—Si. No voy a someterme a ningún otro de tus experimentos extraños

—Si yo lo hiciese, ¿tú lo haces?

La idea jamás me va a convencer, pero ¿Por qué voy a mostrarle mi belleza sin envoltura al aire libre? Aquí puede verme cualquier persona que de casualidad decida venirse a echar una vuelta por este desolado lugar, y la belleza sin envoltura de cada persona no la puede ver cualquiera.

—Tampoco. —respondo a la pregunta de Haxel.

—El temor a que te vean te bloquea, ¿sabes?

Tiene razón, tengo temor a que me vean, pero y si no existiese ese temor, ¿qué? ¿Le demostraría mi belleza sin envoltura, así como si nada solo por que me lo ha pedido?

—¿Para qué quieres ver mi belleza sin envoltura?

—La belleza sin barreras que la cubran es algo plenamente lindo de admirar – susurra, fijando su vista esta vez no en el suelo sino en mis pies— Los tienes bonitos.

—¿Qué?

—Tus pies, ¿podrías quitarte tus sandalias?

Cada vez entiendo menos. Primero quiere verme toda al aire libre y al no aceptar ahora me pide que me quite mi calzado.

—¿Para qué quieres que me las quite?

—Me gustan los pies.

—¿Por qué te gustan los pies?

—Es como cuando bebes agua. El agua no tiene sabor, pero te gusta.

La comparación me deja bastante sorprendida, tiene toda la razón.

Decido ceder a su segunda petición. Después de todo quitarme mis sandalias no es algo tan fuerte como el hecho de dejarme ver al aire libre.

—¿Qué haces ahora, Haxel?

Haxel se ha puesto de rodillas, y ha acercado su cara a mis pies descubiertos.

—Observo de cerca la belleza de tu piel en esta zona.

Aunque no me estoy viendo en un espejo, juro que las mejillas se me acaban de enrojecer. No he conocido hasta ahora un chico que admire belleza en los pies de otra chica.

—Eres raro.

—Tú me denominas así.

—Si.

—Yo no me autodenomino así. —dice, sin quitar la mirada de mis pies.

Me dan ganas de preguntarle cosas personales como: ¿En dónde vive? ¿Quiénes son sus padres? ¿Por qué es así de raro y misterioso?

Pero de pronto recuerdo que les contaba a mis padres de crianza sobre él y su comportamiento (mientras plantábamos coloridas margaritas y extravagantes girasoles en nuestro jardín) y me quedo con el consejo que me dieron de seguirle la corriente si lo que quiero saber es más sobre él.

Total, ¿Qué pasa siempre que le pregunto cosas? Me confunde más con sus respuestas.

—Ya fue suficiente, Haxel. Debemos regresar a clases —le digo, cuando lo sigo encontrando concentrado en mis pies.

—Solo un beso —Le da un ligero y lento beso a mi dedo pulgar del pie derecho. El hecho de que me empieza a gustar me desconcierta.

—No lo hagas —le digo. Por que en parte (a pesar de que mis pies los mantengo muy limpios siempre) siento que se es tanto asqueroso.

Haxel desobedece y sigue. Procede a besar ahora primero mi pie pulgar, luego de haber sido el primero que besó, y luego besa cada uno de los otros dedos del mismo pie.

Hay escalofríos en mi cuerpo que me gustan, son como calambres que se activan desde la planta de mis pies (por ser el lugar que manipula con su boca) y suben de forma deliciosa por mis piernas.

Hasta que llegan a ese punto. Me espanta el hecho, ¿Desde cuándo me fascina que me hagan esto en los pies?

Me vuelvo hacia la cara de Haxel. Se levanta lentamente, posterior a eso se sacude el polvo de las rodillas con las manos.

Está encorvado, y cuando retoma una postura recta, la raya resaltada de su parte de ahí abajo lo delata: No fui la única que casi llega al punto más alto del placer, aquí.

H a x e l  ©  [Versión censurada de 361 Grados Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora