Día 3

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Desde que el circo llegó, no había ido a sus paseos matutinos y eso lo descontrolaba poco a poco. Andrés se adelantó esa noche al grupo, consumido por la paranoia, así que de nuevo despertó sospechas en los corazones de Lisa, Patty, Gerardo y Elena.

Lisa de todos modos llevaba a Lidia firmemente de la mano. Había insistido en llevar el mismo vestido de la primera noche y su pecesito de peluche. No hacía tanto frío como la noche anterior, así que Lisa había accedido, con la esperanza de poder hablar un poco con... Emily.

Para sorpresa de todos, no había nada afuera de la carpa cuando llegaron; ni siquiera los postes con guirnaldas de luces, así que avanzaron con cuidado entre la oscura maleza hacia la carpa: el único faro en ese mar de obscuridad.

Gerardo tomó la mano de Patty, y ella la de Lisa. Elena caminaba con apariencia inmutable en frente de ellos. Lisa había notado unos momentos antes su inquietud ante la idea de ver a su pequeño otra vez.

Entraron en silencio y cautelosamente. Lo único realmente iluminado era el centro de la pista, donde se erguía la figura de Daniel. El significado de su nombre artístico Efímero ahora cruelmente tenía sentido. Efímero como un atardecer, una estrella fugaz o una flor. Efímero como la vida de esos chicos.

Cuando todos habían tomado asiento, Efímero hizo una gran reverencia hacia donde los padres de los niños presentes estaban sentados.

—Buenas noches—saludó y sin más, las luces se apagaron.

Entonces, reflectores color verde apuntaron hacia la parte superior de la carpa, donde los presentes pudieron ver a Antos, colgado boca-abajo envuelto en cadenas. Así como el primer día, este se liberó con facilidad, y cayó en una red predispuesta para atraparlo. Bajó de esta a una plataforma más adelante, en donde había algo que parecía un telégrafo, y una pizarra con un mensaje desconocido. Violines comenzaron a tocar una inquietante melodía desconocida para todos los presentes.

Luca, a diferencia de Emily, Edgar y Daniel llevaba un peinado distinto al de si niñez, y el cambio solo hizo que a Elena se le encogiera el corazón con pena.

Al terminar de decodificar y transmitir el mensaje a través del telégrafo, un trapecio descendió de las alturas. Antos tomó impulso y se lanzó hacia el, columpiándose s una plataforma recién revelada por otro reflector de color verde. Los violines tocaban con más desesperación y el suspenso se adueñó del público, mientras Antos se dedicaba a girar cuidadosamente unas tuercas para abrir una puerta. Una plataforma más abajo fue revelada y Luca bajó de un solo salto a esta. Aquí, de nuevo había un telégrafo, pero en la pizarra habían notas musicales: corcheas y negras únicamente.

El joven se rascó la cabeza, pero descifró el mensaje sin tardanza. Entonces, una red se reveló mucho más abajo. Luca buscó la señal de algo más y Elena fue la primera en notar que... aún con una red, la caída podría ser demasiado peligrosa.

Entonces las luces se volvieron de un color carmesí y los violines dejaron de tocar.

Antos respiró hondo. Tomó impulso y con el público teniendo el corazón en la boca, saltó. Expresiones de asombro retumbaron en el lugar y las luces se volvieron verdes nuevamente, revelando que Antos había logrado aferrarse a un trapecio colocado más abajo pero que resultaba difícil ver por la iluminación. El joven se columpió y se reveló una última plataforma antes de la red, de donde sería un poco más seguro saltar.

Se columpió con cada vez más fuerza y apenas aterrizó bien en dicha plataforma. Ahí, lo único que había era una máquina de cifrado.

Tardó poco más de un minuto, pero finalmente lo logró. El resto de la carpa se iluminó y confeti estalló de varios lados, al tiempo que los violines pararon y para sorpresa de absolutamente todos, la orquesta invisible tocó "Luz de Luna", la canción que sonaba al principio de un programa de TV que a Elena le gustaba ver con Luca.

El público se puso de pie y aplaudió al ingenio del joven. Quien más vitoreaba era su madre, quien comenzó a bajar hacia la pista a sabiendas de que... quizás esa sería su última oportunidad de verlo de cerca.

Luca divisó una cuerda en medio de la carpa, así que saltó hacia ella, con la esperanza de no tener que saltar directamente a la red.

Elena se detuvo en seco al ver que sus manos resbalaron, y su cuerpo comenzó a girar, enredando violentamente su cuello. La luz se apagó de nuevo, y Elena corrió hacia abajo, en pánico.

—Tranquila, no hay nada de que preocuparse ya.

La voz de Daniel resonó en su cabeza y se detuvo en seco. Sintió su sangre hervir dentro de su cuerpo y unas horribles ganas de llorar. Claro que ya no tenía por qué preocuparse.

Las luces se encendieron de nuevo y Efímero estaba en la misma posición.

—¡Que susto! ¿Verdad? No se apuren, mañana todos estaremos presentes para nuestra despedida. Solo les pedimos por favor que no traigan a sus hijos.—Volteo a ver al otro lado de la carpa—esto es solo para ustedes.

Andrés sintió la pesada mirada de Efímero sobre su ser, y un escalofrío recorrió su espalda. El joven siguió hablando, pero Andrés emprendió la huida hacia su casa. Él tenía una muy buena idea de qué sería la dichosa sorpresa, y sintió que el bosque a su alrededor se cernía sobre él; miradas desconocidas de ultratumba lo esperaban: lo llamaban por su nombre hacia las tinieblas.

Una vez más, Lisa trasnochó con compañía después de acostar a Lidia. Pero esta vez no serían los cuatro solamente.

Entre ellos se repartieron su historia y deducciones para contárselo al resto de los adultos dispuestos a escuchar. Sería iluso creer que no habrían objeciones, no solo a la credibilidad de sus conjeturas, sino a la idea de fantasmas buscando venganza.

Aún así, prácticamente todos accedieron a ir en la mañana del día siguiente según las instrucciones del maestro de ceremonias...

El Circo de los Recuerdos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora