capitulo 6

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Leo abrió la puerta de su piso, encendió la luz y echó una ojeada a su alrededor; todo estaba como de costumbre, reluciente y sin nada fuera de su sitio, y por primera vez desde que vivía allí, pensó que su hogar resultaba algo frío. Molesto por ese absurdo pensamiento, sacudió la cabeza tratando de borrarlo. Le gustaba su casa, había contratado a uno de los mejores arquitectos de interiores de Londres para decorarla y se sentía satisfecho con el resultado. No entendía a qué venía ese repentino descontento.

«𝘜𝘯 𝘱𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘳𝘪𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘵𝘶 𝘦𝘹𝘤é𝘯𝘵𝘳𝘪𝘤𝘢 𝘷𝘦𝘤𝘪𝘯𝘢, 𝘎𝘢𝘭𝘭𝘢𝘨𝘩𝘦𝘳, 𝘺 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘰𝘱𝘪𝘯𝘪ó𝘯 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘉𝘦𝘳𝘭𝘶𝘴𝘤𝘰𝘯𝘪 𝘥𝘦 𝘢𝘮𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘷𝘦𝘪𝘯𝘵𝘦𝘢ñ𝘦𝘳𝘢», 𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘱𝘳𝘰𝘤𝘩ó, 𝘥𝘪𝘴𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘪𝘨𝘰 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰.

No entendía qué le pasaba últimamente; Leopold se consideraba un hombre razonablemente feliz, tenía unas metas muy claras y había encaminado su vida hacia ellas, sin desviarse ni un milímetro. Sin embargo, de un tiempo a esta parte notaba como si le faltara algo, una ligera insatisfacción lo acompañaba con frecuencia.

«𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘰 𝘯𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘦𝘳 𝘤𝘰𝘯 𝘊𝘢𝘵𝘢𝘭𝘪𝘯𝘢 𝘚𝘵𝘢𝘱𝘭𝘦𝘵𝘰𝘯», 𝘴𝘦 𝘥𝘪𝘫𝘰. «𝘛𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘰 𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘮á𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘢𝘤𝘤𝘪ó𝘯 𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘶𝘯 𝘴𝘩𝘰𝘤𝘬. 𝘌𝘭 𝘴𝘩𝘰𝘤𝘬 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶𝘱𝘰𝘯𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘮í 𝘩𝘢𝘣𝘦𝘳𝘮𝘦 𝘥𝘢𝘥𝘰 𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘯𝘰 𝘢𝘮𝘰 𝘢 𝘈𝘭𝘪𝘴𝘰𝘯, 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘶𝘯𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘤𝘢𝘴 𝘴𝘦𝘮𝘢𝘯𝘢𝘴 𝘣𝘢𝘳𝘢𝘫𝘢𝘣𝘢 𝘭𝘢 𝘪𝘥𝘦𝘢 𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘴𝘢𝘳𝘮𝘦, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘪 𝘴𝘪𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘮𝘦 𝘤𝘢𝘦 𝘣𝘪𝘦𝘯».

Leopold siempre se había preciado de conocer hasta el último pliegue de su alma y no entendía cómo había podido engañarse a sí mismo durante los dos últimos años; esa noche sintió como si se le hubiera caído la proverbial venda de los ojos. De repente, sentado a su lado en la elegante mesa que les habían asignado, rodeado de lo más granado de la sociedad inglesa, se dio cuenta de que Allison tenía una risa estridente que le ponía de los nervios. Después, la escuchó realizar un par de comentarios que a Leopold le hicieron ponerse aún más recto de lo que estaba en el asiento. Los demás rieron divertidos, pero, por vez primera, él fue consciente de que el sentido del humor de Alison era ofensivo y cruel. Reconocía que era una mujer muy bella y que muchos hombres lo envidaban por tenerla como pareja. Quizá por eso había estado ciego hasta ese momento, le resultaba halagador saber que otros codiciaban lo que él poseía. Durante toda su vida había estado muy orgulloso de sus éxitos, tanto en el terreno laboral como en el personal; sin embargo, esa noche, de pronto, le pareció todo absurdo y sintió unas ganas terribles de escaparse de allí cuanto antes.

Alison se enfadó mucho cuando le dijo que deseaba marcharse. Por primera vez, no pudo ocultar sus sentimientos y su rabia se desbordó de una manera que hizo que Leopold se pusiera aún más rígido de lo que ya estaba. Tuvo que echar mano de toda su buena educación para mantenerse impasible ante los comentarios de Alison y le anunció en un tono muy cortés que él se iba y que ella tenía dos opciones: quedarse allí o permitir que la acompañara hasta su casa. Alison decidió quedarse y enseguida se puso a coquetear con uno de los mayores rivales de Leopold que llevaba meses detrás de ella. Incrédulo, Leopold se dio cuenta de que no le importaba lo más mínimo y, sintiendo un profundo alivio, se fue de la fiesta y condujo hasta la galería de arte.

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