Capitulo 5

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Cat vio desaparecer la alta y elegante figura masculina tras la puerta de cristal y suspiró. No le extrañaba que Leo la odiase; era consciente de que su táctica para bajar los humos a los hombres a veces levantaba ampollas, pero estaba convencida de que Leopold Gallagher necesitaba doble ración.

Nunca había visto a un hombre tan serio, tan comedido, tan odiosamente educado. Todavía no era capaz de entender cómo un tipo así había podido besarla con tanta pasión en el barco; parecía más frío que un congelador industrial. Y luego estaba su fabulosa, maravillosa y hermosa novia. A Cat le bastó una ojeada para saber a qué tipo de mujer se enfrentaba y no le cupo duda de que era de esas que se dedicarían a potenciar los rasgos más desagradables de la personalidad de su desgraciado novio.

«𝘉𝘶𝘦𝘯𝘰, 𝘓𝘦𝘰 𝘎𝘢𝘭𝘭𝘢𝘨𝘩𝘦𝘳 𝘯𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘶𝘯 𝘢𝘴𝘱𝘦𝘤𝘵𝘰 𝘮𝘶𝘺 𝘥𝘦𝘴𝘨𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢𝘥𝘰, 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥», 𝘢𝘥𝘮𝘪𝘵𝘪ó 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘴í, «𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘰 𝘴é 𝘱𝘰𝘳 𝘲𝘶é, 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘤𝘢𝘣𝘦 𝘥𝘶𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘧𝘦𝘭𝘪𝘻 𝘺, 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴 𝘮á𝘴, 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘦𝘯𝘤𝘪𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘳á 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘰 𝘮𝘦𝘫𝘰𝘳 𝘴𝘪𝘯 𝘦𝘴𝘢 𝘵𝘪𝘱𝘦𝘫𝘢 𝘧𝘳í𝘢 𝘺 𝘤𝘢𝘭𝘤𝘶𝘭𝘢𝘥𝘰𝘳𝘢, 𝘱𝘰𝘳 𝘮𝘶𝘺 𝘨𝘶𝘢𝘱𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦𝘢».

Convencida de la bondad de sus propósitos para ayudar a su pobre vecino, Cat comenzó a silbar una alegre melodía y subió de dos en dos los escalones de granito de la entrada del imponente edificio de acero y cristal, seguida de cerca por Milo.

La inauguración estaba siendo un éxito. A esas horas ya se habían vendido muchos cuadros y los alumnos de Catalina estaban eufóricos por la emoción. La mayoría de los asistentes eran familiares de los chicos y todos ellos le había trasmitido a la joven su inmensa gratitud por el placer que les daba ver a sus hijos o hermanos felices de sentirse, al menos por un día, como cualquier otra persona. Diego, el dueño de la galería de arte, rodeó la cintura de Cat con uno de sus brazos y le susurró al oído:

-Parece que la cosa funciona, ángel mío.

Catalina se volvió hacia él, sonriente, y le contestó:

-Está siendo todo un éxito. Ya casi hemos recaudado la mitad de lo que necesitamos para reparar el edificio. Muchas gracias, Diego, no sé qué habríamos hecho sin tu ayuda -su amiga Fiona se acercó a ellos en ese momento.

-Caramba, Cat, algunos de estos alumnos tuyos tienen las manos muy largas -se quejó intentando sacudirse a un muchacho bajito, de grandes ojos y sonrisa perpetua.

-Martin, cielo, deja a Fiona tranquila, ahora no quiere jugar contigo.

El muchacho asintió con la cabeza y, sin perder su sonrisa, se alejó en dirección a otra chica que andaba por allí.

-A Martin le encantan las chicas guapas y creo que tu pelo le ha deslumbrado -comentó Cat admirando los rojos rizos de su amiga.

-No te quejes, Fiona, para una vez que un hombre te presta atención... -como de costumbre, Diego no dejó pasar la ocasión de pincharla.

-Ja, ja, Diego, eres muy gracioso -respondió Fiona, lanzándole una mirada asesina al dueño de la galería.

Fiona y Diego habían mantenido una tormentosa relación durante casi tres años, hasta que ella lo dejó por uno de los jóvenes artistas que exponían en su galería. Desde entonces, no podían verse sin intercambiar alguna que otra pulla.

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