5. El primer siglo

17 3 0
                                    

—Tengo sed

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Tengo sed.

Al despertar en medio del bosque, Katherine sintió su garganta agrietarse. Bladis tomó una vasija que llevaba en el morral de su caballo, y dio de beber a la joven novata.

—De ahora en más este será tu alimento vital —dijo Vlad Dragen—, ahora necesitamos que nos des información sobre el rey de estas tierras.

La niña limpió su boca con el puño, sintiéndose aliviada, casi extasiada por el metálico sabor de la sangre.

—Es un principado —explicó—, mi padre, el príncipe Asger Belmont heredó estas tierras hace al menos quince años. Antes solo era un pequeño pueblo, cuyo rey en el norte venía por sus dotes. El castillo solo era un lugar de paso, pero ahora es tiempo completo de nuestro soberano. No es un lugar muy transitado; el príncipe siempre fue un rebelde que quiso independizarse del poder de su padre. Más no sé.

—¿Quién diría? —Bladis le acarició la mejilla—. Eres una princesa.

—¡De ninguna manera! —Katherine agitó sus manos, ruborizada—. Soy una hija bastarda, mi madre falleció cuando nací, así que trabajo en el establo tiempo completo. Pago mi dote, como todos.

—Lo importante es que es un buen lugar para iniciar. —Bladis colocó su mano en el mentón—. Podríamos usar nuestra agilidad y tomar el castillo. No hay muchos guardias, el príncipe es un novato.

—Es demasiado. —Vlad mordió las puntas de sus dedos, pensativo.

—¡No podemos dar ni un paso atrás! —bramó Bladis—. Estamos al borde de la extinción. ¡No dije toda esa palabrería para que nos persiguieran hasta matarnos!

—Ya lo sé, ya lo sé. —Vlad intentó calmarlo—. Es solo que no es nuestro estilo, si seguimos con esta farsa de "los demonios", vamos a tener que seguirla hasta el final.

—Así será —respondió Bladis, viendo a su mentor.

Vlad frotó su rostro, una parte de él sabía que Bladis tenía razón. Ya no podrían seguir huyendo, tampoco quería hacerlo.



El asalto al castillo del príncipe Belmont fue rápido y certero. Los vampiros eran fuertes y ágiles como un pelotón, podían contra los cien hombres que cuidaban ese pobre castillo. Era su momento de suerte.

Quizás las tierras no eran las más propicias para las cosechas, ni el castillo era el más favorable para albergar demasiada gente, y a los alrededores acechaba la desolación, mas era todo lo que necesitaban para un nuevo comienzo.

Los soldados fueron asesinados, los religiosos encarcelados, los posibles traidores fueron colgados en la plaza pública por el mismísimo Bladis. Vlad Dragen ya no tuvo autoridad para detenerlo, el niño de las minas era un hombre decidido a aferrarse con uñas y dientes a la vida.

Día tras día, noche tras noche, las osadas brujas se desnudaban ante ellos, rogando ser parte del castillo, sus esclavas y sus fieles devotas. También se acercaban alquimistas, herejes, criminales, traidores, e incluso miserables y pobres. Todos los que no encajaban en el injusto mundo de dioses mezquinos e invisibles, se sumían al mundo libertino de los demonios, aunque la verdad la sabían unos pocos: Vlad Dragen, Bladis Arsenic y Katherine Belmont, los fundadores de la hermandad vampírica.

Con el correr de los meses la prosperidad invadió el pueblo. El castillo comenzó a crecer, los trabajadores ponían sus cuerpos para construir una muralla que lo rodeara, así como nuevas torres y habitaciones. Desde la muerte del príncipe Belmont nadie se atrevía a decir en voz alta que gozaban de una mejor calidad de vida. Incluso, luego de dar su dote de sangre a los nuevos reyes, podían ver su salud mejorar, por ello mismo era que no intentaban boicotearlos, nadie intentaba quitar del mando a unos demonios que los trataban mejor que otros humanos. Cada día era un nuevo soldado en sus filas, un nuevo convertido que juraba lealtad a sus reyes infernales.



Tras treinta años, la expansión de sus tierras había alcanzado hasta los ríos y las tierras fértiles, y el miedo que les tenían los poblados vecinos era tal, que nadie se atrevía a atacar.

—¿No conseguiste nada? —preguntó Katherine a una de sus sirvientas.

La pequeña jovencita que había sido alguna vez era una hermosa doncella de colmillos afilados. La mujer más respetada de las nuevas tierras llamadas "Vrampirya" al igual que el viejo poblado de la hermandad Dragen.

—Lo siento, señorita. —La sirvienta apretó sus puños, esperando algún reproche.

—¡No están buscando bien! —gritó Katherine, haciendo eco en todos los rincones de su habitación.

—Deja a esa humana en paz, Katherine. —Vlad se acercó a la vampiresa y acarició su cabeza—. ¿Cuándo acabará tu obsesión con los licántropos? ¿Acaso no te rindes? Tales bestias no existen.

Con un ademán de su mano, Vlad indicó a la sirvienta que se retirara de la habitación, justo cuando las lágrimas comenzaban a brotar de los ojos de la matriarca Belmont.

—Sí, existen —rumió Katherine, y de inmediato limpió sus lágrimas—, es solo que no se acercan porque ya no tengo sangre humana.

—¿Qué te hace falta, Kat? —indagó Vlad—. Tienes todo. Hijos, un castillo, nos tienes a Bladis y a mí. Tienes el respeto de todo el pueblo, joyas, vestidos, comida.

—Mis hijos viven sus vidas como demonios —admitió Katherine, con la voz temblorosa—. No quería ser una mala persona; por eso, si un lobo me elegía antes de ser quemada en la hoguera yo...

Katherine se sentó en su gigantesca cama de sábanas de sedas exóticas y bordados de flores.

—No eres una mala persona. —Vlad se arrodilló junto a ella—. Con Bladis tuvimos que tomar decisiones drásticas por lo que hemos pasado. No necesitas que un licántropo que te valide. Kat, eres el corazón de esta familia, y no me gusta verte llorar.

—Lo siento. —Katherine se dirigió a su espejo, en donde retocó su enrevesado peinado de trenzas doradas—. Aunque ya tengo cuarenta y tres todavía parezco una niña a su lado. A veces me siento presa de la debilidad; por momentos dejo de disfrutar de todos esos idiotas que se presentan a nuestra puerta, creyendo todas las tonterías del infierno, pretendiendo ser demonios cuando no son más que cerdos lascivos besando los pies de una bastarda campesina.

—Todos tenemos momentos de debilidad —dijo Vlad—, pero no estamos solos, por eso este gobierno es una hermandad. Puedes apoyarte en nosotros.

—Contigo puedo contar, lo sé —dijo Katherine—, con Bladis a penas hablamos. Siempre está en alguna campaña, en algún entrenamiento o disciplinando a posibles sospechosos de traición.

—Sí, es su manera de demostrar cuanto le importamos —musitó Vlad, sintiendo algo de culpa.

¿Era su responsabilidad lo que sucedía? ¿Él había criado a Bladis de esa manera? ¿Era lo mejor para su gente? ¿A sí debían vivir? Las preguntas los invadían, pero no podía cuestionar los resultados.

Los años siguieron pasando, Katherine olvidó su obsesión y avocó su vida entera a la hermandad, lo mismo hicieron Vlad y Bladis, y al cabo de cien años, la hermandad vampírica resultó por convertirse la fuerza más poderosa de todos sus alrededores.

Mil años de arsénicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora