11. Segunda oportunidad

81 25 0
                                    


Tres días pasaron desde ese entonces y Madeline se sentía cada vez más desolada, más frustrada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tres días pasaron desde ese entonces y Madeline se sentía cada vez más desolada, más frustrada. Se imaginaba la desesperación de Russell por su desaparición, la de sus hijos esperando por ella, la del clan. Se preguntaba si su amor seguía vivo, si alguien más se había contagiado, pero sobre todo se culpaba de no haberlo escuchado. Más que nunca quería estar con él, acompañándolo en el momento más doloroso, sosteniéndole la mano hasta el último suspiro.

—Madeline. —Bladis la llamó para un nuevo interrogatorio—. Tú no tienes la peste negra.

—La gente está sufriendo —dijo ella, mintiendo—. Quería llevar la cura al pueblo.

—¿Qué te hizo pensar que podías entrar a la habitación de un demonio y salir ilesa?

—Nada. —Madeline trató de hablar, con la voz desgarrada—. No hay esperanza de un futuro, y pronto moriré. En tus manos o con la peste.

Bladis sonrió.

—Podrías haberte ofrecido para ser transformada como vampiresa.

—¡No quiero ser un demonio! —exclamó adolorida, pero de inmediato se calmó al ver el rostro del vampiro—. No es por mi vida que vine aquí, es por la de los demás.

—Qué mujer tan estúpida. —Bladis fue por un trago y dio vueltas a la jaula—. Si nadie te ha enviado y no tienes nada más que decir, esta noche serás ejecutada en la Salamanca.

Madeline cerró los ojos y comenzó a llorar. No suplicaría, sabía que con el Diablo no tenía sentido. Al menos en la muerte se libraría del mal, al menos no caería en su trampa, no sería convertida. Pues ella creía en el más allá, y confiaba que volvería a ver a Russell y a sus hijos, aunque fuera en otro plano.



La puerta de la jaula se abrió cuando llegó el momento de la sentencia final. Madeline supo que era el día de su muerte. Cuatro doncellas la tomaron, la desnudaron y la metieron a un enorme tacho con agua para bañarla bajo la maldita supervisión perversa de Bladis. La tierra y el sudor de días y días se desvanecía. Recordaba que la última vez que había tomado un baño así había sido en el palacio del sultán. Pero lo que más le preocupaba era su marca sobre el hombro, una cicatriz que los licántropos dejaban como símbolo de unión, sin embargo, el vampiro la pasó desapercibida. Bladis no tenía idea lo que significaba.

—¡Vaya! —carcajeó Bladis al ver a Madeline temblar en la fuente—. Sin toda esa mugre eres muy bella para ser humana. Tus caderas son bien redondeadas, como nada que haya visto antes, y tu cintura es muy fina, pareces una bailarina.

<<¿Bailarina?>>.

Madeline abrió sus ojos, de inmediato se turbó. ¿Podía ser que supiera su verdad, si sabía de dónde venía? Si había averiguado más de ella, podía ser posible que hubiese hallado el escondite de los lobos ¡era lo último que quería!

Mil años de arsénicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora