·𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐·

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Días desde aquella memorable visita habían pasado.

Jade comenzaba a sentir sus brazos pesar después de llevar todo el día trabajando. Las jarras de cerveza y los cuencos de comida cada vez parecían estar más llenos.

– Enseguida les sirvo, señores. – Sonrió cordialmente a los últimos soldados en entrar por la puerta.

– Podrías servirme para mucho, preciosa. – Murmuró uno de ellos mientras la miraba de arriba a abajo y dejaba entrever sus pensamientos en una sonrisa ladina. No dudo en caminar por el comedor con aire orgulloso, como si aquel lugar le perteneciera, y sentarse en la primera mesa que vio. Los otros dos soldados que lo acompañaban lo siguieron.

Eran tres caballeros. Un trío de capas rojas con el león dorado decorando sus armaduras. Uno era mayor a juzgar por la canosa barba que decoraba su cara. El segundo parecía algo más joven, aunque sus cansados ojos marrones delataban que habían visto demasiadas cosas. Por último, el tercero era un joven soldado, de no más de diecisiete años, un crío de cabellos oscuros. Para nada sorprendieron a la joven. Muchos como ellos pasaban por allí cada día. Ninguno es como él pensó.

Jade podía notar como aquellos ojos la devoraban con la mirada, y un sentimiento de asco le recorrió el cuerpo. Sin embargo, no dijo nada, y tan solo se dispuso a llevar dos tragos de buen vino a otra mesa.

Sirvió otras dos mesas, trataba a toda costa no acercarse a la mesa de esos tres. En cada viaje de comida y alcohol, miraba las puertas de la cocina dónde su jefe, Eamon, cocinaba. Pensó en la posibilidad de que este saliera y la librara de atender a aquellos desagradables clientes, pero eso no pasaría. Así que cogió aire, tranquilizándose, y puso su mejor sonrisa falsa para ir a servirles.

– Has tardado mucho en venir, muchachita. – Le replicó el mayor con algo de amargura.

– Lo lamento... Supongo que los señores querrán comer algo además de beber. – Les ofreció ella.

– ¿Tú no estás en el menú, preciosa? – La pregunta salió de los labios del mediano, y dejó algo paralizada a la joven.

– N-no, en absoluto, aquí tan solo ofrecemos comida y bebida, señor. – Al contestarles, los dos mayores encontraron miradas por un instante, cosa que no pasó inadvertida para Jade. Esta miró al chico que los acompañaba con algo de vergüenza. Aunque para su suerte, aquel muchacho se encontraba también fuera de lugar, pues tan solo reía las bromas de los adultos por conveniencia.

– Es una pena. – Habló una vez más el caballero de barba blanca. – Entonces tráenos una jarra de cerveza para cada uno...¡y también estofado! – Añadió cuando Jade ya se encontraba alejada unos pasos.

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La pelirroja iba y venía, de una mesa a otra. El cansancio que la abrazaba se hacía más pesado a cada hora que pasaba. El Sol se había escondido, y junto a él una gran cantidad de soldados y viajeros habían dejado sus mesas en el comedor para seguir su camino o volver al campamento instalado a varios kilómetros de allí.

Los últimos hombres que allí quedaban murmuraban cosas inentendibles y caminaban de lado a lado a causa del alcohol. Jade apenas les hacía caso, tan solo terminaba de limpiar las mesas con un trapo viejo, y ayudaba a alguno a llegar hasta la salida. En ocasiones, le causaba gracia como trataban de darle las gracias por su ayuda, cuando apenas podían vocalizar dos palabras seguidas.

Cuando terminó su tarea, miró una última vez el edificio, asegurándose de que todo estuviera en orden. Desde que el Sr. Eamon dejaba antes la cocina y se marchaba antes a su casa, Jade era la encargada de cerrar la taberna. Un trabajo injusto para los pocos diezmos de oro que recibía a cambio.

THE BLUE EYED DEATH // Jaqen H'gharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora