4. Luz de medianoche.

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     Las melodías del cielo, eran preciosas notas tocadas por el viento, viajando entre mundos y llegando a oídos de los más escépticos de todos los seres vivientes.

El niño rubio siempre había amado el tiempo que pasaba en el exterior, siendo testigo de los cientos de notas que viajaban por la natural belleza del mundo. A su alrededor, siempre podía ver a través de los fenómenos naturales más simples e importunos para los demás, una sintonía que armonizaba con el cielo.

Fue por ello, que el ver nuevamente aquel manto azul sobre él, fue realmente hermoso luego de mas de un año de permanecer preso en la más densa oscuridad. Su ojo brillaba mientras veía cada metro del cielo, sin importar el ardor ante la luz ingresando por su retina. Para él, aquel dolor solo hizo más majestuoso aquel momento.

Sus dedos índices, se movían de arriba hacia abajo, sus brazos extendidos mientras eran sujeto por aquellos dos guardias. Sus pies arrastrándose por el suelo del castillo, mientras su cabello se arremolinaba alrededor de su rostro. Las personas a su alrededor lo observaban como si fuese alguna clase de monstruo. Él solo sonrió con diversión, porque era solo un demonio que gustaba de ver la luz del cielo.

Fue arrojado sin cuidado sobre una vieja y astillada silla de madera, sus manos fueros atadas al respaldar de la silla junto con sus pies a las bases, y fue dejado de lado cuando estuvo en aquella elegante y preciosa mesa alargada de madera de roble. El blanco manto extendiéndose por todo el fino lienzo, tocando con su largo las huesudas piernas de él, acariciando su sucia piel como el toque de una pluma.

Sonrió, porque supo que el cielo estaba en problemas cuando un demonio había sido sacado del infierno para sentarse en la mesa de los ángeles.

Mason observó fijamente al rubio, sus manos temblando mientras sentía el peso de la presencia del otro alrededor de su garganta. Sus palabras incrustándose en su lengua, mientras luchaban por salir y alertar su presencia al demonio. Pero viéndose incapaz de hacerlo, ya que a pesar de que el ojo del rubio estuviese opacado por su cabello, sabía que el demonio estaba totalmente al tanto de su presencia en el lugar.

Su sonrisa era la respuesta a cualquier pregunta no formulada, un hechizo silencioso, un susurro del inframundo que viajaba como el viento.

—Come.

El demonio no se movió, su sonrisa inmóvil en su rostro. Solo un leve movimiento de su rostro cuando cientos de platos fueron dejados frente a él uno por uno. Muchos olores, invadiendo su olfato causaron una reacción instantánea en su cuerpo. Solo en ese momento, cuando el hambre rugió tan duramente que el interior del niño rubio que se contrajo con tanto dolor, recordó los pocos alimentos que había obtenido en su estadía en el infierno y lo realmente frágiles que eran los seres humanos.

Levantó su mirada, observando con burla al pequeño cordero del señor. La mirada de Mason Pines lo observaba con severidad, sus ojos antes ilusos mostraban tanta emoción como una pared de hierro. Había cambiado por completo durante ese año que permaneció sin verlo, luciendo ahora como la silueta de un rey corrupto.

El rubio levantó su mano, su delgado brazo temblando, mientras se acercaba a un trozo de pan en medio de todos aquellos platos coloridos y humeantes. Sus dedos rodearon la crujiente masa, apretándolo mientras el sonido calaba profundamente en su cerebro. La boca del demonio babeó, acercándose el pan hasta estar frente a su rostro.

El ojo dorado observó los ojos marrones, que lo observaban complacidos al observarlo. La sonrisa del demonio se ensanchó, y justo cuando el pequeño rey pensó conseguir su objetivó, el pequeño rubio arrojó aquel trozo de pan con toda la fuerza que tenía, logrando que aquella crujiente y deliciosa masa chocara contra el rostro del príncipe del país.

Golden tears || BillDipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora