8. Sangre real.

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     La familia real era considerada como el linaje más importante y puro existente en todo el continente desde toda su existencia, la sangre de la familia real era tan valiosa y preciosa que nadie se atrevía a dudar de aquellos que se hacían llamar los corderos de Dios.

Incluso alguien como Bill, un hijo del infierno, entendía a la perfección la importancia de la familia real. De hecho, eran los demonios quienes sabían primero de esto desde que su simple existencia era por el bien de la familia real. Nadie entendía mejor a la familia real que los demonios. Todos respetaban y amaban a la familia real, y nadie se atrevería a dudar de ellos sin importar qué sucediera.

Aún así, Bill no podía negar que aquella situación era algo peculiar para alguien como él que creía haberlo visto todo.

Él estaba en silencio sentado en aquel mullido sofá en aquella vieja cabaña en las afueras del pueblo abandonado, mientras frente a él estaba el príncipe del país sentado mientras con agilidad cosía la herida en su costado derecho. El delicado rostro del príncipe estaba manchado con sangre y barro, su labio estaba partido y su quijada estaba magullada. Aun así, el príncipe estaba tratando la herida de Bill para evitar que siguiera desangrándose, como si no hubiesen estado a punto de morir una hora antes.

Y frente a ellos, recargado contra una pared estaba la fuente de todas las dudas de Bill en ese momento. El hombre que los había salvado en el último momento, a quien Mason había saludado tan casualmente y lo había llamado tío en medio de todo el caos.

Por primera vez en todos esos años, la mirada de Bill brillaba ante alguien más que no era Mason. El interés del demonio por el hombre desconocido era visible desde muchos kilómetros. No solo por su insistente mirada, sino también por aquella sonrisa de maníaco que tenía en esos momentos, completamente ignorante del dolor en su costado al ser su carne cosida nuevamente.

—Cierra la boca, ver tus dientes amarillos me disgusta —ordenó Mason mientras seguía enfocado en terminar de coser la herida de Bill. Su comentario hizo reír al demonio.

—No creí que vería el día en que su alteza real estuviese manchando sus puras manos con la sangre de un demonio despreciable como yo —comentó casualmente el demonio mientras se recostaba contra el sofá cómodamente, como si fuese suyo.

Bill notó a Mason apretar los labios y gruñir levemente al sentir el dolor en su labio partido, haciendo reír nuevamente al demonio.

La mirada de Bill se enfocó nuevamente en el hombre frente a ellos, quien no había dicho palabra alguna desde que los llevó a aquella vieja cabaña y los había estado vigilando todo ese tiempo sin moverse de su lugar. Era un hombre anciano por lo que podía notar, sus cabellos eran completamente grises, su rostro estaba arrugado y tenía unas cuantas cicatrices. Pero lo que más le sorprendía era aquella fiera mirada que tenía, una intensa mirada que solo había visto una vez al ver al rey de ese país.

Los rasgos familiares nunca desaparecen sin importar el tiempo que pasase.

—¿No tienes curiosidad? —preguntó Dipper luego de unos segundos cuando terminó de coser la herida de Bill, y ahora limpiaba con suavidad los alrededores de la herida para evitar infecciones.

Bill miró al chico castaño con su ojo dorado, luego sonrió con sorna.

—Tengo más curiosidad por aquella marca en tu frente en estos momentos —respondió Bill con voz suave y burlona, Mason entonces recordó su desaliñado cabello luego de la lucha, y que probablemente la marca en su frente era visible en ese momento. El castaño rápidamente bajó su cabello cubriendo nuevamente la marca, mientras un ligero sonrojo adornaba su rostro, Bill sonrió al verlo.

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⏰ Última actualización: Aug 17 ⏰

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Golden tears || BillDipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora