dieciocho

2 0 0
                                    

Acostumbrarse a una diferencia horaria podía resultar complicado, sin embargo Eleanor logró adaptarse satisfactoriamente en poco tiempo, aunque el clima tan gélido parecía aún difícil de sobrellevar, incluso tuvo que dedicar un día de compras de ropa térmica y especial para aquella zona geográfica, sin quitarle créditos a Dominic por ayudarla muchísimo durante su primera semana para que no sufriera tanto en su nueva ciudad de residencia.

Eso sin mencionar que después de siete semanas en las que se estuvieron viendo prácticamente a diario, Eleanor por fin le dio su teléfono a Dominic, claro, para cualquier emergencia que surgiera. Pasó a tener cinco contactos, lo cual lo hacía irónico porque por alguna razón pensó que conseguiría más rápido el número de Tuukka antes que el del hermano pelinegro.

Las cosas para Eleanor en Finlandia habían cambiado por completo desde que se encontró con él, todo ese ambiente depresivo fue desplazado por momentos cómicos. Al menos no tendría que estar tan ansiosa por no conocer a nadie y por no saber cómo comunicarse con los locales, puesto que tenía a su propio guía personal.

Aquella mañana la brisa matinal se colaba por las finas cortinas de la ventana en la habitación de Eleanor. Lunes y el plan era recorrer la bahía en bicicleta mientras esperaban el amanecer.

—¿No podía ser más tarde? Nunca en mi vida me desperté a las cuatro de la mañana—se quejó la menor frotando sus felinos ojos y haciendo un purchero, mientras abría la puerta de su habitación, maravillado a Dominic con la vista.

—¡Vamos Eli, verás que valdrá la pena!

Y sin más salieron del hotel donde ambos se hospedaban para comenzar su aventura.

—No te preocupes, pedí que la adaptaran para que no te moleste la altura—la voz matutina de Dominic la sacó de sus pensamientos, casi como si le leyera la mente continuó: —no creas que me burlo por tu estatura, en serio lo juro —alzó sus brazos inocentemente.

—Sólo callate y vayamos antes de que me arrepienta y se me peguen las sábanas—bufó Eleanor subiendo a la bicicleta y pedaleando, dejando atrás a un Dominic que le reclamaba por adelantarse.

Al llegar al muelle, Dominic detuvo su bicicleta estirando su kilométrica pierna, esperando por la menor, quien lo imitó. Se quedó contemplando la entrada del sol de entre las montañas que tomaban un color azulado muy bonito.

—Sé que sonará raro... Y eso, pero gracias por venir hasta acá—admitió la menor de manera tímida, mirando sus botas—, cuando llegué- No. Desde que aborde ese avión sentía que en cualquier momento podría ponerme a llorar como nunca, y verte aquí me reconforta bastante Dominic.

Aquellas simples, aunque significativas palabras, aceleraron el corazón del pelinegro sin mencionar la gigantesca sonrisa inocultable que le provocó aquello, rodeó cálidamente entre sus brazos a Eleanor. Internamente no podía soportar que la menor estuviera sufriendo por estar tan lejos de casa, pero si podía mejorar aunque fuera un poco aquella sensación, él estaba más que satisfecho.

—Pará mi es un placer pasar tiempo contigo, y de paso ser tu guía personal.

—Oye Dominic, perdona por cortar el ambiente y eso pero... ¿Estoy loca o se ve algo entre las montañas?—sin separarse de los cálidos brazos del otro, sólo dirigieron sus miradas hacia aquella dirección señalada, achicando sus ojos para enfocar mejor. Ya saben, cosas de miopes.

—Humm... No estás loca Eleanor, es sólo el ave fénix despertando —respondió el mayor restándole importancia, aún sosteniendo entre sus brazos a la pecosa, quien demostró sonoramente su confusión tratando de deshacer el abrazo pero Dominic no lo permitió, estrujándola aún más—, es tal vez la segunda vez en mi vida que lo veo. Eres muy surtuda, el despertar del fénix ocurre muy pocas veces.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 08 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

You could be my only starDonde viven las historias. Descúbrelo ahora