The Way I Loved You | JUJAE

cinco.

El nuestro fue un viaje de muchos altibajos, a veces más bajos que altos. Mientras más alta la subida, mientras más excitante fuera el camino de ida, más dolorosa era la caída. Contigo me hice a la costumbre de experimentar todo a la vez: raspones y besos, pasiones y frustraciones.

Aunque turbulento, especial.

Al menos, lo era para mí.

Me gusta pensar que para ti también fuimos algo digno de recordar, que tú estás igual de dispuesto que yo. Que tú también regresas de vez en cuando a ver álbumes de fotos nuestras en tu galería y te quedas viendo a la pantalla pensando en las changadas que solíamos hacer juntos, que recuerdas con cariño incluso las veces que peleábamos.

Quiero creer que ya te cansaste de fingir enojo y me esperas en casa con una justificada dosis de soberbia en la mirada, viendo como vuelvo a ti.

No sé cuándo dejé de ser yo y me volví un nosotros, cuando dejé mi autonomía y me convertí en un drogadicto que necesita de ti para poder sobrellevar la carga de seguir viviendo en esta triste, enferma y fea realidad.

A veces, en la noche, pienso y trato de hacer memoria, trato de recordarme las amarguras que estar contigo me trajo, pero, lejos de odiarte; me repudio a mí. En cómo me permití caer tan bajo y como, a pesar de que fui yo quien te dejó, no dejo de pensarte, de extrañarte. Soy patético.

Quizás y no hayas sido tú el que me hirió de gravedad y me dejó tirado en la acera, desangrándome.

Tal vez fui yo, tal vez todo tenga que ver con mis complejos y haya comenzado a urgir de tu aprobación y compañía el momento en que empecé a compararme con realidades biológicamente incomparables a la mía, pensando que mi problema era que no te podía dar lo mismo que una chica, pensando que me escondías porque no es fácil estar fuera del clóset.

Y te comprendí, me mantuve al margen porque pensaba que no estabas preparado para anunciarnos y eso era más que válido. Debía compensarte.

Cuando decidiste que era nuestro turno de abandonar el anonimato de nuestros cuartos y los pasillos solitarios, fue una de esas altas subidas que esperas durante todo el viaje sin considerar el descenso porque estás demasiado concentrado en el énfasis del subidón.

Como con cualquier droga, contigo no me importaba el regreso, solo pensaba en el viaje y la sensación de estar colocado.

Mi recuerdo favorito de nosotros es de los primeros que tenemos juntos; no tenía ni idea de quién eras, ni de que también solías frecuentar seguido la pequeña cafetería que estaba cerca de la universidad. Mucho menos estaba yo enterado que nuestros horarios extrañamente solían coincidir muchas veces a la semana como para que no te hubiera notado. En el camión de camino a la universidad, algunos pasillos, la cafetería misma, incluso, algunos conocidos en común.

Atónita, pues, fue mi reacción cuando pregunté por ti poco después de recibir aquel cheesecake de limón y hasta Sangyeon sabía quien eras.
Tú, en cambio, hacías más que saber de mí, el pastel, mi facultad, incluso mi banda favorita. Cuando te conocí, creí haber encontrado a mi mitad perdida, mi complemento y es que, éramos tan similares que esto solo podía ser el flechazo de cupido o el destino conspirando para juntarnos.

Tal vez no era el destino y fui solo un más de tus caprichos, tú querías tanto que te hiciera caso como yo esperaba a que terminaran las clases para ir por mi pastel.

En retrospectiva, el cheesecake de limón quizás haya sido un presagio del rumbo que nuestra historia perseguiría; dulce y acidito. Quizá el que lo comiera diario y no le hiciera mayor espectáculo a la acidez del limón te advirtió de mi alta resistencia.

Pensé que serías igual que el postre, que la acidez sería opacada por el shock diabético de dulzura con el que me recompensarías.

Carajo, Juyo, ya me harté de acideces sin pastel, ¿cuántas disculpas son suficientes? ¿Dónde estás metido?