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Los sillones se disponían de par en par. El fuego de la chimenea calentaba todo el lugar a pesar del gélido sentimiento de muerte que recorría a todos los presentes.

-Buenas noches, profesores. Estamos reunidos esta noche debido a los incidentes de los últimos días.

Un hombre de cabello blanco y traje azul brindaba instrucciones a los demás maestros sobre cómo encarar la jornada docente de ahora en adelante. A juzgar por su apariencia parecía calmado, sus manos acompañaban cada una de sus palabras. Giselle no captaba nada de lo que estaban diciendo, su mente sólo podía pensar en aquella chica, Luisana Bartis, quién debería ser su alumna y que estuvo ausente más de una semana. Ella estaba muerta, jamás la vería, nunca más estaría presente en este mundo. ¿Por qué estaban todos tan callados?

-Es crucial, que como director de estudios les haga llegar las instrucciones del Rector.- Repartió unas fotocopias, con el título de «Reglamento disciplinario»- Él mismo hizo los arreglos esta mañana, debemos estar con los ojos abiertos ahora más que nunca.

Reglamento Disciplinario del colegio J.M. Ricci.

Capitulo 1. Sobre la conducta y la ética dentro del establecimiento.

Art.1- Está prohibido circular en las afueras de las instalaciones pasadas las diez de la noche. Aquel alumno que se encuentre fuera de los dormitorios tendrá veinte amonestaciones y por lo tanto, la expulsión. [...]

En ese pequeño manual se encontraban escritas más de doscientas reglas de conducta. A Giselle le dio pereza de tan sólo pensar que tendría que leerlo completo. Pero si quería parecer corriente, debía saberse las reglas a la perfección. No quería dejar ningún cabo suelto, mucho menos luego de lo ocurrido.

-Pero entonces, ¿Qué vamos a hacer los maestros en los días feriados? Acá dice que "Ninguna persona del lugar puede ausentarse en la jornada sin una autorización".-Una pequeña mujer de anteojos con forma de medialuna levantó la mano y luego se acomodó en el asiento.

-La cita es clara, Profesora Suarez. El Rector es el único que autoriza las entradas y las salidas, hay que tener extremo cuidado.

A Giselle le pareció bastante exagerada la norma, pero no podía hacer nada al respecto. Si quería salir de la cárcel, debía pedir una firma del querido Rector, eso si lo encontraba primero. Entre sus reuniones y viajes recurrentes, era un milagro verlo dentro de su oficina.

-¿Es cierto que la policía estuvo esta tarde?

Los demás profesores comenzaron a hablar por lo bajo ante la acusación del hombre. Tomaba tranquilamente una taza de café, su camisa blanca estaba arremangada y se veía cansado. Traía un estuche de guitarra a su lado que dificultaba el paso al entrar al lugar. El coordinador de estudio lo recriminó con la mirada, como si hubiera soltado una bomba.

-Sí. Debido a lo que todos ya deben saber, mañana las actividades se suspenden hasta el medio día. El colegio está de luto.

El silencio reinaba en el lugar. Con esas últimas palabras, dio por finalizada la reunión. Los demás profesores no podían creer la noticia, a pesar de que las desapariciones en la provincia de hicieron recurrentes, nunca creyeron que una alumna del propio colegio se iría tan repentinamente. Sin dudas sería una noticia abismal para la prensa nacional.

-Disculpame. ¿Sos la profesora Ramírez?

El mismo hombre de camisa blanca arremangada hasta el antebrazo, pantalón ceñido y estuche de guitarra se acercó a la pelirroja. Su sonrisa fue acompañada de un apretón de manos, hablaba muy rápido y con un acento extraño. Una mezcla de inglés con porteño. A Giselle le pareció gracioso, como un cachorro de labrador.

La Mala Influencia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora