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Gian había tenido un año bastante movido. Fue transferido al Colegio Ricci a principios de febrero, después de las últimas vacaciones de verano junto a su familia en su provincia. Fue becado gracias a sus excelentes calificaciones, para su suerte -o mejor dicho- su mala suerte.

Ahora pasa los días entre personas muy diferentes a él. No tuvo problema en adaptarse a su estilo de vida, pero no significa que lo aprobara. No tenía tanta plata como sus compañeros, eso era cierto, pero no se dejaba pisotear por quienes trataban de ofenderlo usando el dinero de pretexto.

Ni un millón de dólares podría darte la satisfacción de salir adelante, solo.

Porque Gian estaba solo en el mundo. A pesar de sus hermanos pequeños y su madre, a quienes amaba con toda su alma, su padre se había ido sin ni siquiera despedirse cuando cumplió los dieciséis tuvo que hacerse cargo de la familia entera. Trabajar, estudiar y salir adelante. Siempre salir adelante, como le habían enseñado.

-Che Gian¿Vas esta noche a la fiesta de cumpleaños de Maya?

Francisco, uno de sus amigos más cercanos, planeaba ratearse con el grupo de sexto año hasta la casa de Maya, que quedaba a poca distancia de la escuela. Conociéndolos, habría alcohol y alguna que otra sustancia ilegal. Gian no se fiaba de esas escapadas, sabía que su beca estaba en juego y no quería meter la pata.

Además, desde la muerte de Luisana, la chica de tercer año, todos los profesores se comportaban más pesados que de costumbre. Las reglas nuevas eran absurdas, desde controles estrictos hasta sanciones severas. No podía esperar a que llegue fin de año y por fin empezar la facultad.

Sabía que quería estudiar Ingeniería, se iría a vivir al Sur del país o a Europa si pudiera. Lo más lejos posible de Paraná, su ciudad natal.

-¿Qué están haciendo?

Sin previo aviso, la nueva profesora de Biología los vio fumando en el patio lateral. Nunca fumaban ahí, pero como no les dejaban ir al bosque y mucho menos al centro, no tenían tantas opciones. Casi nunca pasaban los profesores por ahí, no les importaba para nada el bienestar de los alumnos, tampoco daban mucha bola al reglamento. Había ciertas cositas que todos saben pero se hacen los desentendidos.

Como que el profesor de Educación física es un nefasto. Se pasa denigrando a los demás, se mete con temas feos como el peso o la imagen corporal. ¡Hace llorar a nenitas de primer año! Varias veces Gian quiso meterle alguna piña para frenarlo, pero nunca encontró el momento justo, y con estas nuevas reglas sería más difícil evadir el control.

-No te lo merecías.-Dijo sincero mientras apagaba el cigarrillo a medio terminar. Lo pisó con furia sobre el césped recién cortado, todavía tenía bronca.

Había pensado tanto en lo que le pasó a la chica que daba clases en el aula de tercero, a pesar de que se muestre segura de si misma, con esa cabellera fuego que enloquecía a todos, por dentro Gian notaba que ella estaba dolida. No parecía una profesora tipo, a ella sí le importaba el bienestar de los alumnos cosa que no se ve muy a menudo. Lo veía en su forma de andar, siempre observando todo con sus enormes ojos verdes. Le daba una mano a quién la necesite, hasta estuvo brindando ayuda con inglés a los chicos de segundo en la biblioteca.

Las joditas de nenes a él no le van, son pérdida de tiempo. Pero sabía que los chicos cuando están en otra hacen pavadas, más si son de este colegio. A veces sentía lástima por ellos, se ven demasiado acomodados pero no era así. Aunque hayan recorrido el mundo entero, desde Miami a New York, no conocen para nada la vida. Les dejás poca plata y una casa para administrar y en un día se mueren.

¿Lástima? Lástima te tienen a vos, ellos se limpian el traste con dólares y vos rezas para llegar a mandarle la mensualidad a tu vieja. Pensó Gian.

La Mala Influencia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora