Sangfugl

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Creí estar sola, Dallas no era mi pueblo favorito y menos en la época de los 60's, la gente era extrañamente feliz y conformista, la familia modelo surgía y los chismes estaban en cada maldita esquina, uno que comenzaba a molestarme era el que giraba en torno a mi, si tenía padres, o alguien que se hiciera cargo de mi, al principio solo tuve que escapar un par de veces de la policia no hacia nada malo, simplemente no entendían que no necesitaba la ayuda de nadie.

Un día encontré a Diego, el problema es que no podía verlo, no podía decirle que no era el único atrapado en esta maldita ilusión a la que Cinco nos había arrojado, y todo era porque el idiota estaba en un loquero, no tarde mucho en hacerme amiga de una mujer que visitaba a su esposo, tras contarle la trágica historia de como miss padres simplemente no querían saber nada de mi hermano loco, accedió a hacerse pasar por mi acompañante, así fue como pude verlo por primera vez.

–Idiota no soy un milagro

–Lo pareces... Creí que solo era yo

–Yo también, y luego vi como te atraparon en el periódico, entonces empecé a buscar una forma de entrar aquí... Claro sin terminar igual que tú

Diego rió y le respondí con una leve sonrisa, él se quedó perplejo, a diferencia de las otras veces esta no era una sonrisa bien oculta.

–Estoy seguro de que si te abrazo van a sedarme pero ¿Quieres arriesgarte?

–Por supuesto que no, tonto

Él estiró su mano para revolver mi fleco y yo aparté su mano de un leve manazo, nuestra conversación transcurrió tranquila, cuando Nancy la mujer que me ayudaba a entras al hospital a psiquiátrico volvió de la sesión de su marido yo ya me había puesto al día con Diego, le prometí que regresaría la próxima semana y él asintió mientras se lo llevaban de vuelta a su habitación.

Fueron dos semanas excelentes, Nancy no preguntaba mucho acerca de mi y yo no hacía preguntas acerca de la esquizofrenia de su marido, al terminar las visitas ambas caminábamos en silencio hasta que nuestros caminos se separaban, solía acompañarla dos veces por semana al hospital y conversar con Diego, hasta que un día me senté frente a él y noté su mirada, había culpa en ella.

–¿Qué te sucede?

–Sabes que te quiero ¿Verdad?

–A veces suelo dudarlo

Respondí en tono de broma, Diego lo notaba, a pesar de las dificultades vivir en Dallas me hacía bien, o al menos eso creía.

–Aurora, hablo enserio, te quiero y nunca haría nada que no fuera por tu bien.

Debí salir de ese lugar desde que dijo que hablaba enserio o quizás desde que vi a las monjas en la entrada del edificio.

–Reitero, a veces lo dudo

–Durante todo el tiempo que he estado aquí usé mi llamada mensual para advertir que pronto sucedería la masacre de Kennedy, esta vez llamé a alguien diferente... Sé que evitas hablar de como vives fuera de aquí con todos, eso me preocupa, no quiero que algo te pase y por eso las llamé a ellas.

Miré detrás de mi, dos mujeres me esperaban, mientras Diego simplemente bajaba la mirada, me levanté de mi silla de golpe provocando que esta se cayera, el estruendo hizo reaccionar a Diego rápidamente se paró y me abrazó cubriendo mi boca con su mano, traté de forcejear con él para que me dejara escapar pero simplemente no pude, cuando iban a sedarlo él se dio la vuelta provocando que la mitad de su dosis me la inyectaran a mi, aflojó su agarre y solo pude maldecirlo, me susurró al oído "No hagas nada estúpido" y lo demás simplemente no lo recuerdo.

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