Capítulo II: La joven Chávez

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Por supuesto que se había impresionado.

No todos los días ves a una mujer tan bella, mucho menos si esta era capaz de igualar la suya. Luego de pensarlo unos momentos, se abofeteó mentalmente. ¿Cómo podría si quiera llegarse a imaginar que aquella mujer era más hermosa que ella.

«Relajate, Teresa. Ya» pensó para si misma en un intento de controlarse. Se consoló con la idea de que era solo una vaga primera impresión.

La señora Ferrer podría ser de lo mas preciosa, pero ¿qué más tenía? Aparte de un gran carácter
-que dejaba mucho que desear- no le conocía otro atributo.

Teresa soltó un suspiro, terminando de arreglarse las ondas su oscuro cabello, frente al espejo de su nueva habitación. Una extenso y espacioso cuarto, lujoso como ningún otro. Vió las paredes bien cuidadas, su amarillo pálido apenas contrastando con el blanco. Luego, Teresa fijó sus ojos en el antiguo escritorio de roble, lleno de libros y material de estudio, seguido de un precioso ramo de flores rojas que resaltaba con todo lo demás.

Esto era lo que siempre había querido. Lo que siempre anheló poseer.

Teresa se acercó al ramo, su mano tomó con delicadeza una de las rosas y se la acercó al rostro. El aroma de la flor se impregnó en su nariz. Ella sintió que podía respirar hondo, que el aire por fin entraba en sus pulmones.

«Ya no más techos bajos, ni goteras que se filtren atravesándolo. Ya no más pinturas descascaradas a su alrededor, ni manchas de moho por la humedad del ambiente. Ya no más dormir en un viejo colchón con sábanas rojas por la vejez de sus telas».

Teresa soltó un chillido de alegría, alzó los brazos en señal de victoria y a su vez saltó a la cama. Ella no era una joven alocada, no demostraba sus sentimientos positivos de aquella forma pero hizo caso omiso al reproche de su voz interior y volvió a chillar, completamente feliz.

«¡Adiós a la maldita pobreza

Unos toques en su puerta le hicieron volver a incorporarse, dejando atrás su eufórica emoción.

—¿Si? Pase —accedió ella. Volvió a sentarse como una señorita decente lo hace.

De la puerta emergió la empleada de la casa, la señora Reina
que de reina no tenía nada más que el nombre. Pobre cristiana— con una bandeja que no portaba nada más que un té verde a pedido de Teresa.

—Buenos días, señorita Chávez. Aquí le traigo su tecito para que inicie bien el día —saludaba Reina, depositando la bandeja frente a Teresa. Esta tomó la taza humeante con ambas manos.

—Muchas gracias, Reina. —Teresa se llevó la bebida a la boca y cerró los ojos, deleitándose con el aroma.

Ella había oído que beber té verde en ayunas funcionaba bien para la digestión y desinflamaba el vientre. Un furor en países de Asia y parte del oriente. Pero no esperó que el nuevo sabor le gustara tanto.

Tras díez minutos arreglándose y terminando el té, Reina volvió a aparecer para anunciarle:

—La señorita Luisa la espera para desayunar.

«¡Ah, mi nuevo mantenimiento

—¿El licenciado...?

—Fué con el notario Cáceres a una reunión.

Aquello significaba que no vería a su mentor y maestro hasta el mediodía. Después de todo, hoy se reunirían con la señora Ferrer para ponerla al tanto de cómo va el proceso de su caso.

Tu ambición; mi perdición (Rubí & Teresa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora