Capítulo V: La revelación

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Rubí supo definitivamente que fue un error no comentarle al licenciado de la Barrera el motivo de su reacción al conocerlo. ¿Cómo? Quizás el instante en el que se topó con la joven Teresa frente a la mansión de su maestro y jefe.

Los ojos azulados de Teresa se mostraron hostiles al reconocerla, destellando un ligero desprecio que no se molestó en ocultar.

—Señora Ferrer.

—Teresa —saludó Rubí, sin necesidad de tocarla ni acercarse demasiado en un gesto de recelo.

—¿Se verá con el licenciado hoy?

«¿Qué carajos te importa?» quiso responder.
—Sí. Hablaré con él de un asunto importante.

—Qué extraño... no se me comentó nada sobre eso.

—Porque no es de tu incumbencia, niña.

Algo chispeó en los ojos de Teresa. Una molestia inminente.

—Todo aquello que tenga que ver con el licenciado es de mi incumbencia. No solo soy su pupila, sino que soy su mano derecha. La persona en la que confía plenamente —contestó con voz serena pero fría a la vez —. Además, sé bien que usted le ha mentido.

Rubí se sintió atrapada, pero luchó por verse desentendida.

—Ah, ¿si? ¿Y en qué le he mentido?

Una sonrisa sardónica se formó en los labios de Teresa.

—Su esposo, el arquitecto Ferrer Garza —comenzó —, se parece demasiado al licenciado. Incluso tienen la misma edad.

Rubí no pronunció ninguna palabra.

—Lo que me lleva a preguntarle lo siguiente: ¿usted buscó al licenciado con alguna intención oculta o fue mera coincidencia?

—¿Qué sucede? —El susodicho apareció, extrañado por lo que acababa de oír.

Tanto Teresa como Rubí lo observaron; la primera con una sonrisa ladina, la otra con una expresión cercana al horror. De más está decir que, sin importar qué es lo que dirían, el licenciado de la Barrera estaba a la espera de una pronta explicación.

Una que Teresa, le daría gustosa.

🥀

—¿Y bien? —Arturo de la Barrera era un hombre paciente, pero no le agradaban los rodeos. Teresa sabía eso, por lo cual le regaló la expresión más apenada y apartó la mirada luego.

—Que pena, licenciado, que tenga que enterarse de esto cuando ya habíamos decidido tomar el caso —susurró lo suficientemente alto para que él la escuchara —. He venido a su casa a tropiezos porque descubrí algo que me asusta.

Arturo le escuchó con atención, asintiendo con un gesto de entendimiento.

—¿Qué te preocupa?

Teresa solo tomó su teléfono y le enseñó una foto de Rubí con su esposo, el arquitecto Ferrer Garza. El licenciado, que esperaba cualquier cosa menos eso, torció el gesto en una mueca extraña que Teresa descifró como asombro.

—Es...

—Igual a usted.

El licenciado quedó consternado por completo, absorto en miles de sensaciones que le causaba aquella foto. Era verdad. Él y el esposo de Rubí eran tan idénticos que apenas podrían distinguirlos.

—Sé que me tomé atribuciones que no me corresponden. Lo lamento —se disculpó falsamente la joven.

—¿Cómo es que te enteraste?

—El día que se reunió con la señora Ferrer, ella tuvo una actitud demasiado extraña al conocerlo. Ese día no pude parar de pensar en el por qué y entonces decidí investigar por mi cuenta —explicaba con cautela. Arturo la observó con detenimiento y suma atención —. Ay, licenciado. Discúlpeme. Pero no pude evitar hacerlo por usted.

Eso logró que el licenciado abriera sorpresivamente sus ojos.

—¿Por mí?

Teresa asintió con suavidad, inclinándose hacia él sobre el escritorio con la ostentosa intención de mostrar con disimulo su escote. Arturo no pudo evitar bajar la mirada por unos segundos hacia allí.

—Lo estimo, licenciado, más de lo que he estimado a alguien —Estiró su delicada mano hasta tomar la de él. El contraste de ambas le deleitó cuando sintió que Arturo se tensaba un poco —. No deseo que le suceda nada malo. Porque si así fuera, no podría perdonármelo.

«No podría perdonarme el perder tan buen partido».

—Descuida, Teresa —consoló él, poniendo su otra mano sobre la de ella en un gesto reconfortante —. Nada malo va a sucederme. No mientras tú estés a mi lado.

Teresa se sonrojó al oírlo. No de pena, sino de felicidad. Estaba logrando todo aquello que se iba a proponer.

Sobre todo ahora que Rubí había quedado desenmascarada.

Tu ambición; mi perdición (Rubí & Teresa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora