VIII.- Mirando a un nuevo horizonte.

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Tras despertar nuevamente en un lugar desconocido, el pequeño conejo investigó sus alrededores solo para descubrir los resultados que su anterior batalla causó en su cuerpo, eso y que estaba rodeado criaturas similares a él con un gran interés por conocerle mejor. Todo esto dentro de lo que parecería ser un paraíso bajo techo.

Quien le atendió y salvó su vida, no parecería tener malas intenciones para él, pues se encargaba de sus necesidades día a día, hasta cierto momento donde se desató el infierno.

En un intento desesperado por escapar de cientos de demonios con la apariencia de tiernos conejos, el conejo arrasó con el hogar del viejo y su familia, dejándolo donde estamos ahora mismo.

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Parte 1.

Ugh. Mi cabeza... esa señora loca...-El conejo había sido noqueado por la escoba voladora de una madre protegiendo su hogar y ahora se encontraba aturdido en el suelo.
"¡Te dije que dije que no quería a esas cosas dentro de la casa!" -Una potente pero femenina voz gritaba a lo lejos. —"¡Espera, cielo! ¡Agh, deja la escoba! ¡Es Pelusa! ¡Recuerda todo lo que tuve que hacer para conseguirlo!" -Seguido de varios golpes secos.

Tras juntar fuerzas, Pelusa logró alzar un poco la cabeza y lograr ver un poco de lo que estaba pasando. El viejo Romeo se encontraba tirado encima de él, mientras que la mujer delante de nosotros azotando su escoba contra el viejo. —"¡Si lo recuerdo! ¡Esos eran nuestros ahorros de casi dos años!"

Si la cagaste feo ahí, viejo...

La conciencia del conejo se desvaneció por completo tras estos últimos pensamientos.

Ugh...esto es malo. Un par de veces más de esto y terminaré por acostumbrarme a acabar inconsciente en cualquier lado... —El conejo comenzó a reincorporarse y a analizar su posición. —"¿Dónde estoy ahora?"

Pelusa había despertado dentro de una jaula de hecha de hierro, que a su vez, se encontraba dentro de otra habitación desconocida, tan obscura que apenas podía ver nada.
Pasado el rato en la obscuridad se dio cuenta de que estaba justo al lado de un ventanal por donde estaban entrando los primeros rayos de sol.
La habitación, mejor dicho estudio, era enorme o al menos lo así lo aparentaba por la cantidad de cosas que había. Lo primero que salta a la vista era el desorden encima de un escritorio que centraba la habitación. Hojas de papel y lápices desperdigados por todos lados, así como plantas secas y huesos de distintas formas y tamaños. Sus paredes de piedra grisácea ya se habían oscurecido un poco por la humedad y antigüedad del lugar, pegadas a éstas habían unas cuantas estanterías llenas de libros, los cuales era notable su antigüedad por el estado un tanto gastado de la cobertura de cuero. También se encontraban varios manojos de hojas de papel cocidas con cordel para hacer un libro, eran estos más de los que había en la estantería que los que llevaban cobertura de verdad. Había también una gran chimenea de piedra a lo lejos. Repleta de cenizas y hollín, a cierta distancia de todo lo demás de lo que había en la habitación.

Por alguna razón me recuerda a mi cuarto en la adolescencia...pero un poco más limpia.

Poco después de echarle un ojo al lugar. Un bulto de papeles y lápices que yacían en el suelo comenzaban a bostezar y estirarse, para luego terminar en convertirse en un hombre al final de sus treintas, que se quedaba calvo y lucía un feo bigote, comenzando a caminar hacia la jaula del conejo.

...

"¡Buen día, Pelusa!" —Exclamó el viejo con una sonrisa que levantaba sus bigotes. —"Vaya el día que fue ayer, ¿eh? La hemos librado. ¡Ugh! Aunque no podré dormir en cama por un tiempo..." —El viejo Romeo se frotaba las caderas con sus manos mientras le hablaba a un conejo, para poco después salir del despacho y regresar al cabo de unos minutos con un platón repleto de vegetales, que dejó dentro de la jaula del conejo.

Ah! Soy un conejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora