XI.- Paseo por el parque.

20 3 4
                                    

You already know the thrill if you made it this far, bud'

Parte 1.

En una mañana normal, en una madriguera repleta de conejitos que no podrían reconocer la definición de "espacio personal" aunque esta les golpeara en la cara, todos durmiendo tan plácidamente que te daría envidia de solo verlos. Eran tantos los conejos reunidos en un mismo sitio, que no podrías distinguir donde comenzaba uno y terminaba dentro de ésa gran bola de algodón gris.

"¡Estos malditos enanos!" -Entre la bola de pelos salió chillando un conejo después de haberle dado una patada en la cara a uno de sus hermanos. -"¡Si pongo plantas espinosas en la entrada es por algo! ¡Fuera de aquí, mañosos!" -Chilló el furioso conejo mientras picaba a cada uno de sus indeseables inquilinos con su cuerno envuelto por chispas, logrando hacer que todos salieran de su madriguera uno detrás de otro.

Tras haberse asegurado de expulsar de su hogar a cada uno de sus indeseables inquilinos, el pequeño conejo saldría por detrás de ellos para así darle inicio a su rutina diaria, comenzando con ir a beber al arroyo más cercano al vivar, para después aprovechar los generosos recursos que la pradera le da y ponerse a pastar por un rato, claro que todo esto lo haría junto a un grupo de otros conejos de su comunidad, a este punto ya habría aprendido en carne propia el por qué no era buena idea alejarse demasiado del grupo. Para él, el lidiar con esta primera tarea era de lo más complicado pese a ser algo tan sencillo. Todas las mañanas se aseguraba de beber lo suficiente como para no tener que ir una segunda vez en el día, pudiendo evitar así el tener que ver su reflejo sobre la superficie del agua más de lo necesario, por más que lo intentase no podía librarse de este sentimiento de incomodidad... ¿sería acaso melancolía, quizá extrañando las comodidades de lo que fue su vida o tal vez es algo más?
Aun así miraba, miraba y se analizaba con detenimiento. Su cuerno, largo y macizo como siempre, sus largas orejas estaban igual de bien, algo dobladas aunque eso era algo que siempre le pasaba durante las mañanas, su rostro e incluso su pelaje se encontraba limpio pese a dormir bajo tierra. Casi siempre se quedaba absorto en su reflejo, tanto que no se daba cuenta que los conejos que le prestaban compañía ya le habrían dejado para ir a pastar a la pradera durante lo que restaba del día. ¿Pero a qué se debía esto? ¿Cómo es que los conejos pueden disfrutar de mañanas tan tranquilas cuando no hace mucho el simplemente hecho despertar con unos minutos de calma y tranquilidad eran un lujo?

"¡Bien!" -Chilló el pequeño de la nada, desconcertando a los conejos de su alrededor. -"¡Eso es gracias a mí!" -Ya acostumbrados a estas conductas extrañas de su compañero, volvieron a lo suyo como si nada hubiera pasado. -"Denme todas las miradas raras que quieran, estos monólogos internos son lo único que mantienen cuerdo!- ¡¿y tú de qué te estás riendo, Stephani?!" -Chilló con fuerza y amenazó con su cuerno a otro conejo que simplemente pasaba por ahí.

En fin. De no ser gracias a que mis trampas han estado trabajando a las mil maravillas, no podríamos disfrutar de esta tranquilidad. No es como si hubiera logrado la paz mundial ni nada parecido, pero la cantidad de ataques que ha habido por aquí han disminuido muchísimo en comparación de cuando salí del vivar por primera vez.

"Ahora viene la parte divertida de todo..." -Sus chillidos comenzaron a sonar un poco desanimados a lo que empujaba un montón de ramas y hojas secas cerca de sus trampas -"...la limpieza"

Es más que obvio que había que pagar un pequeño precio para recibir grandes benefi-

u"¡¿Pequeño?! ¡Hacer esto me toma todo el día!" -Chilló fuertemente sin provocación aparente. -"¡Y te dije que te fueras de aquí, Stephani!" -El conejo salió despavorido a perseguir al mismo conejo que solo se había acercado a pastar junto a él.

...

Para él, estos últimos días corrían de la misma manera: despertar, ir al arroyo, comer, limpiar y dormir, despertar, ir al arroyo, comer y limpiar, las únicas veces que sus días variaban era cuando eran atacados por alguna bestia del bosque o cuando lograba acostumbrarse al número de trampas que tenía y armaba un par más, lo mismo un día tras el otro, una y otra vez. Era trabajo duro, sí, pero lo mantenía a salvo y seguro.

Ah! Soy un conejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora