I: Un disparo

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“Pudiste ser menos letal, pero decidiste ser un franco tirador desleal y apasionado”

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Un lindo día acababa de pasar, yéndose así el sol y apareciendo la luna. La preciosa luna que atraía las estrellas que a Adam tanto le apasionaban. Su trabajo para él era lo mejor del mundo, el trabajo que no cambiaría por nada. (Bueno, por alguien sí, pero eso más adelante)
    Con compañeros agradables que no le trataban como a un crío de dos años, un bonito piso, un maravilloso trabajo y, por supuesto, el gran privilegio de comer macarrones con queso todas las noches, le fascinaba. Era su lugar ideal, el lugar en el que tanto ansiaba estar.

— Se lo digo en serio señor Harlan, esta gente nunca se aburre de escucharme hablar sobre el espacio. ¡Es fantástico! — exclamaba un orgulloso Adam hablando con su mejor amigo, a lo que él respondió tras una pequeña risa:

— Eso está genial Adam, ¡cuánto me alegra saber que allí eres feliz! Disfruta muchacho, que eres un alma joven. Aún te queda mucho mundo por descubrir.

— ¿Y estrellas?

— También, si descubres alguna estrella no dudes en llamarme lo antes posible. ¿Queda claro?

— ¡Sí, Harlan!

— ¡Genial, muchacho!

Tras esa pequeña llamada entre amigos y una gran despedida, Adam colgó el teléfono y sonríe levemente. Le echaba de menos, pero amaba su nueva vida en California. Sobre todo, porque tenía amigos que eran igual de frikis que él.

Uno de sus amigos toca la puerta de su piso. Adam abre, sonriendo al ver quién es y estrechándole la mano con mucho gusto.

— ¡Adam!

— ¡Hey!

— Verás, esta noche hemos pensado en comer todos juntos unas pizzas en la campa mientras observamos las estrellas, y he pensado: ¡Esto a Adam le va a molar! ¿Te apuntas, tío?

Sin pensárselo mucho y con gran emoción al ver que contaban con él, afirmó con la cabeza. El compañero de trabajo lo sumergió en un gran abrazo antes de irse.

— ¡Qué bien, Adam! Toma, —sacó unos billetes de su bolsillo y tras contarlos bien, se los dio— pide las pizzas que quieras. Elige tú, tienes barra libre. —Se río.

— Oh, entendido... —No le gustó el tener que comer pizza, él siempre cenaba macarrones con queso. Mas decidió aceptar la propuesta. Automáticamente, cambio la cara— Nos vemos dentro de un rato, ¡entonces!

— Vete pidiendo, ¡que no las queremos frías! —Se río mientras lo señalaba con el dedo y levantaba las cejas, sonriente.

El joven castaño entrecerró la puerta, dejando ver solamente su rostro. Esbozó una sonrisa, y se despidieron. Una vez se fue, cerró la puerta y fue a cambiarse de ropa. No iba a ir vestido de trabajador normal cuando se había comprado una camisa en la que estaba impresa la viva imagen de Saturno. Su planeta favorito. No tenía un porqué, le gustaba. Fin del asunto.
    Una vez vestido y arreglado, con la cartera y el dinero en mano bajó feliz las escaleras tras cerrar la puerta de su piso. Vivía en un segundo, tampoco era gran cosa. Le asfixiaban los ascensores, odiaba tener que ir en esas máquinas incómodas y, por lo general, horrendas hablando de decoración. Las escaleras cutrosas le gustaban más.

Feliz de ser el elegido para comprar las pizzas, salió corriendo del portal y se apresuró a pasar la carretera para ir a la pizzería que estaba en frente, donde ordenó su pedido.
    Confundido, sin querer tener contacto visual con nadie, miró el cartel.

El dependiente llegó a la barra y le atendió.

— ¿Qué va a pedir?

— Pizzas.

— Bueno, sí, eso me lo imagino. ¿Qué pizzas va a pedir?

El joven Adam se quedó sorprendido, y le miró a los ojos.

— ¿Hay pizzas distintas?

— Claro, de distintos sabores.

— Pensé que de distintas formas... —susurró y empezó a señalar las que quería — De todos los sabores,

— Sí, —contestó el dependiente mientras apuntaba el pedido.

— Cien.

— ¿Está seguro?

— Sí, tiene razón... Doscientos, por favor.

— ¿De distintos sabores?

— Hombre, me imagino que alguno tendrán que repetir, pero sí.

El dependiente se quedó absorto ante tal pedido.

— Está bien, ¿tarjeta o en efectivo?

— ¿Me llega con esto? —Adam mostró el dinero que le había dado su amigo, que entre cuentas, el dependiente pudo resolver su duda.

— Sí, increíble pedido, pero sí. Te llega.

— ¡Genial! Para llevar, por favor.

Tras esperar unas horas, los pizzeros empezaron a sacar todas las pizzas. Adam agarró un par de ellas y se dispuso a pasar la carretera fantasma para llevarlas a donde sus compañeros. Mas quién le hubiera dicho que el comprar unas pizzas le podría haber costado una pierna.

Un disparo perforó su pierna totalmente fuerte, cayendo al suelo con varias pizzas en mano. El joven empezó a mirar a muchos lados a la vez, estaba mareado, tanto que no sabía dónde se encontraba.

Se escuchó un grito:

— ¡Mierda! ¡Por qué te pones en medio! —exclamaba alguien mientras se acercaba a Adam y le socorrió mientras el joven castaño, desubicado, preguntó:

— ¿Este es el cielo?...

— Sé que estoy bueno, chico, pero no creo que sea para tanto. —El desconocido se agachó y rompió un trozo de la camiseta de Adam para vendarle la herida con ello.

A Adam poco a poco se le aclaró la vista y lo pudo contemplar: un hombre alto, fuerte, mazizo y esbelto, de ojos marrones, pelo rubio/castaño y unos labios gruesos. Aunque eso no le sorprendió, le dio bastante igual, lo único que le importó fue su camisa.

Adam señaló su camisa.

— Tienes perritos.

Él se rió levemente.

— Bueno, ya veo que ves bien —se río a carcajada completa. Tras unos segundos, cambió la cara y lo agarró del cuello de la camiseta, acercándoselo a su cara amenazante— Ni una palabra de que he sido yo. ¿Te queda claro? Sino, lo último que verás en este mundo será este hombre con camisa de perritos partiéndote la cara a golpes.

En ese momento Adam no sintió miedo, estaba tan mareado que se le hacía imposible pensar en nada. Afirmó con la cabeza y el alto se fue, él agarró las pizzas como pudo y tambaleándose llegó hasta donde estaban sus amigos, que le estaban esperando en la puerta para ir a cenar.
    En cuanto apareció, todos le saludaron, mas al joven Raki se le veía extraño. Distinto, como inexistente. Afirmaba con la cabeza y sonreía, no quería que nadie se preocupase por él pero su poca presencia en la conversación preocuparon a sus compañeros.

— ¿Estás bien, Adam?

En ese instante, el joven se desmayó y todos se fijaron en su pierna. Estaba sangrando, algo le había pasado. Entre todos lo socorrieron, llamaron a la ambulancia y esperaron junto a él mientras estaba inconsciente a que llegasen los enfermeros.

El culpable de su desmayo se escondió en una de las esquinas para poder verlo, llegando a sentir lástima por él y rabia por haberle herido.

Por un disparo ‹ SpaceDogs ›Donde viven las historias. Descúbrelo ahora