CAPITULO 1

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Eran las doce de la noche, yo estaba sentada en una de las sillas de la terraza en casa de mis padres. Amaba apreciar la luna mientras en mis dedos posaba un cigarrillo prendido, quizás debía dejarlo pero me la duda a los dieciséis años me podía mas que saber que era malo fumar, desde esa edad que no dejo de fumar. Se que estudio medicina y se las consecuencias de hacer esto, estuve en tratamiento por culpa de mis padres y se dieron cuenta que no había caso.

No soy la oveja negra de la familia, quizás lo sea un poco. Mi familia es la típica de padres empresarios, hija con un gran futuro, hijos con escuela y ropa lujosa, siendo niños caprichosos con regalos de sus abuelos.

Ya eran las cuatro de la mañana, me acosté en mi cama esperando a que la alarma sonará.

Mi madre organizó un viaje de dos semanas a Hawaii, obvio que mi padre aceptó la idea. La habitación estaba oscura, con una leve y ligera luz de la luna que lograba entrar desde mi ventana, siempre imaginé que alguien entraría a mi habitación a estas horas de la noche, pero a estas alturas me di cuenta que solo esas cosas pasan en las películas y libros.

Sufro de insomnio y cansancio, es raro de explicar pero esto no se ha vuelto una enfermedad para mi, me gusta mirar la oscuridad en los ojos cerradas y procesar los problemas, peligros, el futuro y demás. A veces eso se hace un poco complicado ya que hago que mi mente trabaje cosas que probablemente ni existen o que no se logren cumplir.

Mire mi celular, faltaba una hora para que la alarma de mis padres sonara. Tengo 23 años y estoy obligada a vivir con mis padres aunque no se me ha rogado mucho, aceptaba la idea de ser mantenida hasta tener un trabajo decente, digo osea mis padres tienen dinero y en que lo van a gastar si no mantienen a nadie.

Por fin, era la hora. Mis padres se levantaron primeros, mamá me dijo buenos días cuando entro a mi habitación y tomo mis maletas ya armadas.

—Desayuna algo, en una hora tenemos que estar en el aeropuerto—comentó mi padre cuando me vio en el living.

—No tengo hambre. Buenos días pa— deposite un beso en tu cabeza mientras él tomaba su café amargo.

Ya era la hora, estábamos en el avión. Estaba acostumbrada a viajar en avión, no me gustaba la idea de viajar con mis padres, son de lo peor, nunca se llevaron bien. 

Entramos al hotel, era muy prolijo y vistas con olor a dinero. En la recepción había un hombre con uniforme y un muchacho de pelo castaño y un cuerpo muy marcado, pagando supongo que su habitación. El atuendo del muchacho era muy playero.

—Son 4.000 dólares— dice el de atrás de la recepción.

—No cree que es mucho— se queja el muchacho— tome ocho, quiero dos noches.

Logramos conectar miradas, para que se queja si toma dos noches. Fuimos al ascensor, mis padres, el muchacho y yo. Mis padres solo hablaban de sus planes y yo solo me observaba las manos.

—No son de por aquí,¿verdad?.

—Vinimos por dos semanas— le respondí.

—Seguramente nos encontraremos muy seguido en este hotel. Tienen la habitación 118 y yo 117, será un gusto tener que cruzarlos— sus ojos bajaron por el resto de mi cuerpo.

—Ya subimos— dice mi madre, cortándole la mirada del muchacho.

La habitación de él estaba frente a la nuestra, que maldita coincidencia. Cuando entramos había una hermosa vista, dos habitaciones, con baño incluido.

Acomode mi cosas, me acosté placenteramente a leer un libro. 

Unas vacaciones diferentes (sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora