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Ross apretó la mandíbula mirando hacia la habitación de su compañero, estaba enojado y dolido por la situación, esos cambiantes habían acabado con su compañero. Mills apenas comía y de eso ya habían pasado dos semanas, Malik era el único que podía entrar a su habitación además de Erwan.

Ningún cambia-formas podía acercarse, ni siquiera él, Mills lo veía y se encogía de miedo, eso lo lastimaba aún más.

Aprovechando que Malik estaba con sus padres en la mansión jugando con los cachorros de Ritz se levantó y caminó hacia la habitación de Mills.

Mills se sentó sobre el colchón en cuanto atravesó la puerta, sus ojos azules cambiaron al dorado del Dragón. Mills no le tenía miedo, sin embargo, su instinto animal le decía que era peligroso que alguno de ellos se acercara, Ross planeaba enseñarle que estaría a salvo.

Mills no podía seguir viviendo entre cuatro paredes.

—No te acerques, Ross —pidió con la voz quebrada.

Ross lo ignoró y dio dos pasos, Mills se puso de pie y se fue hacia la pared, sus uñas se extendieron, los colmillos también.

—Por favor, no te acerques, apenas puedo controlar a mi Dragón y no quiero hacerte daño —lloriqueó.

Ross se detuvo sólo a milímetros de él, Mills estaba temblando, aterrado por la cercanía, acarició su mejilla haciéndolo estremecer.

—Mills, no hay necesidad de estar asustado, no te haré daño, eres mi compañero —dijo en un susurro cerca de su oído, su aliento hizo que la piel de Mills se erizara.

—Lo sé.

—Entonces deja de temblar.

—No puedo —aceptó con un suspiro.

Ross acarició su cintura por encima de la bata que traía puesta, Mills gimió.

—¿Qué se supone que haces?

—Quiero que nos enlacemos —Mills dejó de temblar y lo empujó.

—¿Qué acabas de decir?

—Quiero el lazo —repitió, Mills lo fulminó con la mirada, al menos ya no estaba encogido en el rincón, era un avance.

—No quiero que aceptes sólo porque tienes lástima de mí.

—No te tengo lástima, puedes usar la palabra que quieras para describir lo que siento por ti, pero no es lástima, nunca te la tendría.

—¿Por qué?

—¿Por qué debería tenerle lástima a alguien tan fuerte como tú?

—¿Fuerte? ¿Estás ciego? —preguntó con un resoplido.

—Eres muy fuerte, sino lo fueras no seguirías aquí, ya hubieses dejado de luchar, lo soportaste todo el tiempo y por eso pudimos ayudarte.

—Estoy roto, no me querías antes, ¿por qué me querrías ahora? —murmuró abrazándose así mismo, Mills hablaba de sus alas, lo sabía perfectamente.

Ross se acercó y besó sus labios.

—No soy uno de los tuyos, no me importa si estás roto o no, no me interesa que no puedas volar, yo tampoco puedo hacerlo, además, decidí esto mucho antes de lo que pasó, pero perdí demasiado tiempo —gruñó mordiendo su labio inferior, la cara de Mills no podía verse más choqueada.

— ¡!

—Tenías razón.

—¿Sobre qué?

—Sobre que no me hacía falta el vínculo para sentirme vacío, no podía sentir tu dolor o escucharte, pero cuando te vi así, sentí que mi mundo se desmoronaba, verte así hace que mi corazón se estruje y ni siquiera estamos enlazados —confesó.

Predestinados VI : Lazos de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora