Capítulo V

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El silencio de la casa de pronto se vuelve espeso e incongruente. ¿Dónde está el ruido de la aspiradora que la criada estaba pasando hace un rato? ¿Qué pasó con el cantar de las aves que retozaban en el jardín, cerca de la ventana abierta de esa habitación?, se pregunta Shinichi mentalmente, metiendo el móvil dentro de su bolsillo sin saber qué más hacer. No puede evitar sentirse incómodo ante la mirada, ahora descolocada, de Heiji.

―No puedo creerlo... ―murmura éste en voz baja, adentrándose nuevamente a la alcoba, Shinichi le sigue pasos atrás―. ¿En qué diablos está pensando? Le dije muy claramente que hoy llegaría a Osaka... ¡Ah, pero no, ella tenía que venir! ¿Y para qué? ―despotrica el moreno, paseándose de un lado al otro.

Alarmado por el exabrupto, Shinichi se apura en cerrar la puerta de la habitación para que no se esparciera el escándalo.

―Shh... ¡Hattori, cálmate! No estamos en mi casa o en la calle, no puedes comportarte de esta manera mientras trabajamos.

Hattori bufa, pasándose las manos por la cara―. Tienes razón. Lo lamento.

―Lo que a mí me preocupa, lo que me he estado preguntando, ¡es cómo vamos a mirar a las chicas ahora! ―declara en voz baja, pero suficientemente audible para Heiji. Éste, de inmediato, capta la idea, sabe a lo que se refiere.

―Kudo...

―No, por favor, ¡Kudo nada! Esto... debimos conversarlo esta mañana, ¡no ahora! Cuando la visita de las chicas a mi casa ya es un hecho y nosotros aquí: en medio de un caso... ―Shinichi gesticula con las manos para enfatizar su punto, porque ahora realmente le molesta estar en esa situación.

Nunca le ha gustado dejar asuntos a la deriva, ¿por qué esta vez es diferente?, piensa apenas desviando sus ojos al moreno, el que se remoja los labios con saliva antes de tragar, indeciso sobre qué decir.

Suspirando, el castaño se apoya contra la superficie de madera de la puerta y se pasa la mano derecha por los cabellos, atusándolos hacia atrás. Es muy claro que la diferencia la hace él, puede asegurarlo cuando sus ojos se encuentran con las esmeraldas del detective de oeste.

―Somos amigos, Hattori ―declara, tratando de mantener ese hecho como irrefutable en su mente sin dejarse influenciar por los últimos y candentes recuerdos juntos―. Hasta ahora, hemos aprendido a conocernos muy bien y tú, mejor que nadie, sabe que yo quiero a Ran, la quiero tanto que arriesgaría mi vida con tal de proteger la suya ―le mantiene la mirada con seriedad―. Lo sabes tanto como yo conozco los sentimientos que escondes por Kazuha... y lo que sucedió anoche... ―chasquea la lengua, sintiendo problemas para expresarse―. ¿Te has puesto a pensar cómo las enfrentaremos ahora? ¡Es como si las hubiéramos engañado!

―¡De acuerdo, Kudo, lo entiendo! ―le gruñe, abalanzándose hacia él para acorralarle contra la puerta― ¡Yo no quería que terminara de esta manera!

La acción toma por sorpresa al castaño, quien queda apegadísimo a la madera, con la boca entreabierta y con Heiji respirando de su mismo aire. Inconscientemente ambos contienen el aliento y rozan sus narices, sin evitar mirarse primero a los ojos y luego a los labios. "Ya se está haciendo como una maldita costumbre", piensa acongojado Shinichi, cerrando los ojos y bajando la cabeza para evitar el contacto.

Aquello logra apartar unos centímetros al moreno, quien se muerde el labio inferior avergonzado. Sin embargo, no aleja su cuerpo del de Kudo y tiende a ladear el rostro para buscar su mirada insistentemente.

―No te acerques tanto, Heiji ―murmura, tragando saliva con dificultad.

―Sí, lo siento, yo... ―responde, retirándose con cierta reticencia de su lado. Tiene que tomarse unos segundos de profundas respiraciones para reordenar sus pensamientos―. Ninguno pensó que esto sucedería, pero ellas no tienen por qué enterarse ―dice de pronto, mirando hacia el piso alfombrado.

La noche más larga de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora