Capítulo IV

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Una nueva mañana comienza bajo los intensos rayos de sol, que traspasan sin miramientos las cortinas delgadas e iluminan, con su calidez característica, la habitación de Shinichi Kudo.

Como si fuese avanzando lentamente, la luz empieza a revelar el interior, desde el velador más cercano a la ventana hasta cubrir la mayoría de la superficie del cuarto, incluyendo la cama, toda desarreglada y con dos cuerpos abrazados.

Shinichi detrás de Heiji.

Incómodo, Heiji despierta y se lleva una mano a los ojos para evitar el contacto con la luz, que le ciega un poco al abrirlos de repente. Pestañea repetidas veces y se restriega los párpados con los nudillos, bostezando a la pasada. Emite un gemido lastimero al notar lo cansado que se siente, sus extremidades pesan, su piel está pegajosa y un calor excesivo se le aprieta a la espalda...

No tiene tiempo para pensar mucho en eso, ya que el timbre suena. Hattori sigue aún muy somnoliento como para captar el sonido, ni a la primera ni a la segunda vez que retumba por las paredes del primer piso.

La tercera llamada si logra oírla, al decidir incorporarse en la cama y sentir el peso de un brazo a su alrededor. Aquello llama su atención y, ya más despierto, los recuerdos de la noche anterior resurgen como a flor de piel. El cuerpo cálido tras suyo revive una vez más la sensación de hormigueo en su estómago y en su paladar. No puede evitar palpar sus labios con las yemas de los dedos en un repentino lapso de ensimismamiento.

El timbre, sonando nuevamente, le saca de su ensoñación.

―Kudo ―balbucea despacio, sintiendo la boca reseca y la voz ronca―. Oye, Kudo ―llama de nuevo, moviéndose hacia atrás e intentando golpear a Shinichi con el codo.

―Mgghh... ―le gruñe en respuesta, encogiéndose sobre sí mismo para evitar despertar.

―Están llamando a la puerta...

―Déjala que suene... ―responde Kudo con tono somnoliento, inconscientemente arrimándose al moreno. De buena gana, éste hubiera hecho lo mismo, el agotamiento haciendo mella en su cerebro, pero el timbre vuelve a sonar y no le deja descansar.

―Kudo, ya ve a abrir la puerta.

―Que pesado...

Resoplando, Shinichi se levanta malhumorado de la cama y se desempereza; luego recoge lo que distingue como su pijama y se lo pone de la mejor forma que puede en el estado en que está. Todo el cuerpo le duele debido a la exigente actividad física que hizo anoche.

Tiene las mejillas ligeramente ruborizadas para cuando se dirige a la puerta, arrastrando los pies con flojera, pero antes de salir se voltea a ver a Heiji, quien a su vez le mira a él.

―¿Te parece si después conversamos..., tú y yo? ―a Shinichi le parece muy importante tener que hacerlo, necesita encontrarle lógica al acto primitivo en sí.

―Claro.

―¿Seguro?

―Que sí, Kudo, vete ya...

El color tostado del rostro ajeno tornándose rojo y el rodar casi exasperado de sus ojos, hacen que Shinichi frunza el ceño. Tiene la impresión de que Hattori puede hacerse el loco y pasar del tema fácilmente.

―Promételo.

―Lo prometo ―pronuncia después de una pausa larga, en que el timbre suena dos veces más sin que ellos se alerten.

―Bien ―responde el castaño, poco satisfecho con la promesa, para luego cerrar la puerta tras de sí.

En la habitación, Heiji se queda a solas pensando en lo sucedido. Había tenido sexo con Kudo, con aquel muchacho que él había reconocido como un rival de los buenos desde el instante en que lo vio, con ese chico que se ganó su confianza y su amistad casi de inmediato.

La noche más larga de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora