Runaway

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Pasado.

Diciembre había llegado, y el cumpleaños número dieciséis de Louis estaba a sólo días.

Hacía tiempo que había dejado de gustarle su cumpleaños. Exactamente desde que su padre se había ido con su amante y que cruelmente fue al siguiente día de su cumpleaños número trece. Aún habían quedado sobras de la cena navideña que su familia había preparado toda la tarde y de pastel en el refrigerador. Esa mañana había bajado por una rebanada de pastel después de haberse desvelado toda la noche por jugar la nueva Nintendo que su papá le había obsequiado. Apenas había cerrado el refrigerador cuando escuchó a su madre llorar en la sala.

Después de que su madre le dijera entre sollozos apenas entendibles que su padre los había abandonado, había tomado un bate y el Nintendo para destrozarlos en el jardín. Entre lágrimas amargas y gritos de ira, todas las piezas del Nintendo habían sido destruidas hasta que no hubiera rastro de que alguna vez había sido una consola.

Su madre no lo detuvo y nadie lo hizo. Internamente había deseado que lo hicieran, que su madre llegara y lo abrazara para pedirle que se calmase. Pero nadie llegó. Sus lágrimas, su corazón destrozado y su resfriado posterior por haber salido descalzo en la nieve se curaron solos. Y no había vuelto a ser el mismo desde entonces.

Ese día había comprendido dos cosas: Uno, los adultos eran una porquería. Hacían lo que querían sólo porque podían y nunca tomaban en cuenta que otros también tenían sentimientos. No les importaba nada que no fueran ellos. Y eso estaba jodido.

Y dos, las Nintendo estaban mejor hechas de lo que parecían.

No era un recuerdo que le gustara repetir y nunca lo hacía si podía evitarlo. Este año se cumplirían tres años desde que aquel cobarde los había abandonado. Debería superarlo, ¿verdad? Debería de seguir con su vida porque el desgraciado seguramente lo estaba haciendo y no darle la felicidad de que se diera cuenta de que le había jodido la vida en todos los sentidos. Pero no podía.

Lo odiaba tanto que no le daría el lujo de siquiera su remordimiento. Quería recordar su odio para que ante cualquier momento de debilidad, si el bastardo se dignaba a regresar a suplicar perdón cuando su amante lo abandonara por alguien más joven; tuviera el corazón endurecido con su padre para decirle que se fuera a la mierda.

Su deseo de cumpleaños era irse de ahí, tan rápido como se pudiera y de una vez por todas. Para empezar de cero lejos de su pasado y fingir que no era el chico al que su padre había abandonado. No tenía que ser el odiado Louis por los maestros. Podría ser un Louis nuevo.

Pero Harry, el chico que en el tiempo de un año se había vuelto su mejor amigo, no dejaba el tema del cumpleaños en paz. Cuando cumplió quince, por las fiestas lo había pasado con su familia y no lo habían dejado siquiera verlo.

En ese lapso de tiempo, había aprendido que el abuelo de Harry era demasiado controlador con su único nieto. Apenas podían salir fuera de la escuela, e ir a la casa de Harry o viceversa ni siquiera era un tema de conversación.

Harry no tenía muchos amigos, lo cual era perfecto porque Louis tampoco los tenía. A pesar de que toda la escuela conocía su nombre y su historial tanto académico como familiar, hablaran entre clases y se toparan en las fiestas que de vez en cuando surgían; nadie realmente era alguien digno de llamar amigo.

Nunca se preocupaban si había almorzado, o sobre qué hacía en sus ratos libres. Era divertido hablar con el Louis de la escuela, pero nadie lo quería tener cerca al ser un epicentro de problemas. Y a nadie le gustaban los problemas.

Bueno, excepto a Harry.

Así que de la nada, ambos se empezaron a encontrar en un punto del camino para irse a la escuela juntos. Almorzaban juntos, cubrían sus espaldas (Harry más que nada cubría la suya) y parecía que por una vez, su vida pintaba bien. Tenía alguien con quien hablar de todo y reír de la nada, alguien quién se quedaba cerca no importaba cuanto la cagara.

Love Too Much. [l.s]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora