30 de Noviembre de 2024

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Fedora

Eran las nueve de la noche y caminaba la rue Kléber. Tenía un par de botellas de vino en la cabeza y las luces de la calle bailaban a mi alrededor, el aroma a café de los cafetines me revolvía el estómago en un híbrido de náusea al recuerdo y nostalgia por mi tierra, desde las esquinas donde las estructuras urbanas permitieran asomar la lejanía se podía divisar la imponente torre Eiffel, estaba balanceándome al filo de un evento que marcaría un cambio en mi vida, y en tanto tiempo no me había detenido a pensar en una decisión que no afectara a nadie más que a mi, y es que Saturno me había hecho reorganizar mis prioridades, me había nacido una necesidad de cambio que universalizó mi punto de vista y mis decisiones de vida, pero mañana iba a ser un día para mí, y así quería verlo, mañana sería el tan llamado "día más feliz en mi vida" ...¿lo sería?.

Llegando al río hay un cafetín que siempre me gustó, era tan mío que nunca había llevado a nadie allí, no era lujoso, no era grande ni bullicioso, tenía a penas un par de mesas en el exterior, en verano sus sombrillas acompañaban el aire de Paris con un color marchito, y en una noche como la de hoy, más bien parecía provocar una sombra lúgubre que nos recuerda a los mortales la constante presencia de la miseria de nunca llegar a nuestro ser completo y deseado. Solía venir en mis años más jóvenes, con una laptop y un cappuccino, junto a ejecutivos y hipsters del común que cazan calles angostas y llenas de aromas europeos cotidianos tratando de atrapar a sus musas, me gustaba sentirme parte de ese mundo, donde solo era una persona más persiguiendo un sueño de grandeza que tal vez nunca se cumpliría. Y hoy me veía volver el modesto recibidor, como si fuera una chiquilla, repleta de dudas y a punto de saltar a un abismo.

La noche era muy fría, pero la gente aún transitaba, yo la veía pasar incesante al final de la calle, casi ignorando los pequeños negocios de aquel callejón, ya dispuestos a cerrar, esta vez pedí una copa de coñac, con el alcohol que traía en las venas ya ni me importaba el sabor al que sometería a mi lengua, además necesitaba recuperar temperatura, el sonido del río se sentía a lo lejos y la brisa nocturna se me colaba por los tobillos. A pesar de tener a Ángel esperándome en la habitación de hotel, pensaba en Cristóbal, me parecía un trato apenas justo, pues Cristóbal nunca sería mi esposo.

Nunca tuve intenciones de enamorarme de él, ni de enamorarlo, para mí esa idea del amor romántico sólo podía ser una revolución mental sin una finalidad productiva, mis padres, mis hermanos y en general mi familia, nunca me hicieron sentir que el amor era algo fundamental o necesario en la vida, por otro lado el arte me enseñó que el romanticismo es una exaltación del ser individual, la resistencia frente a las normas y es enteramente subjetivo, y eso sólo me gustaba reconocerlo allí, en el arte. Es por eso que me dediqué a admirar su evidente belleza de lejos, como admirando una pintura, me tragaba las ganas al escucharlo hablar, con esa soberbia insensata y me facilitaba odiarlo...al principio, pero las cosas no pueden mantenerse calmas renegando de la naturaleza, evitar envolverme en su risa estridente de niño de 6 años, sus maneras me van a perseguir eternamente, sus chistes malos seguidos de un ataque de risa, su predilección por los perros y su actitud defensiva por su familia rota, su manera de aplicarse a la universidad y su inagotable capacidad de aprender siempre cosas nuevas, esa imagen que tengo de su mente como una biblioteca repleta de conocimientos aleatorios y a veces, completamente inútiles, pero siempre entretenidos, ¿lo son? O ¿es acaso que no soy capaz de apartar la vista de sus labios cuando habla con esa vehemencia y pasión sobre cualquier cosa?, su forma de no conmoverse con nada y sin embargo saber que hay un cúmulo de emociones amontonadas en medio de su pecho, como nos habla con cariño a sus seres cercanos y como es de tosco con cualquier persona que no lo sea y como según su ánimo la voz le suena con el acento más rolo o el más carioca, como de repente cambia de idioma sin siquiera darse cuenta. Son estas imágenes bailarinas que flotan por las aceras las que me hacen darme cuenta de la humanidad que me ha despertado el solo hecho de amarlo, y aún así casi no habérselo dicho, en cambio haberme ido dejándolo en Bogotá con el corazón roto para venir a seguir con mi encomienda lo que, en teoría, todavía es vivir bajo el mandato de Octavia y sus reglas medievales, y es que el que diga que la monarquía ha terminado no se ha dado cuenta que solo ha cambiado su código postal, pero vivimos en un yugo que no podemos combatir a menos que hagamos parte de él, y cruzo los dedos porque al final todo sea verdad y seamos, algún día, finalmente libres.

Seres de SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora