Carajo
Me desperté sobresaltado, con la respiración agitada y el corazón que me latía a toda velocidad. Mis manos temblaban y mi cabello se pegada a mi frente por el sudor. Me volví a acostar y me tapé con las sábanas, porque a pesar de que sudaba, era noviembre, y el noveno círculo del Dante era más cálido en esos momentos que New Haven. Cerré los ojos y traté de conciliar el sueño otra vez, pero ahí estaba de nuevo. Traté de relajarme, de regular mi respiración, pero simplemente fue imposible.
Miré a través de la ventana y vi que estaba nevando. Me levanté de un salto de mi cama, extrañando mis cobijas calientitas, pero no había otra manera en que pudiera conciliar el sueño de nuevo. Me vestí a toda velocidad, me calcé las botas con una punzada en la pierna y tomé las llaves del apartamento con una mano, mientras intentaba ponerme el abrigo con la otra mano que me quedaba. Salí al pasillo, pero el frío me azoto en la cara, así que volví a toda prisa por una bufanda y un gorro. Morir congelado no estaba en mis planos a corto plazo.
Bajé en el ascensor y me sentí aliviado de que no hubiera nadie más en el ascensor, porque no estaba de ánimo para saludar a mis vecinos.
Claro que no va a haber nadie despierto cabezota, son las dos de la mañana.
Bueno sí, pero, aun así, agradecí no tener que fingir que me agradaba nadie, cuando en realidad, todos en ese edificio me importaban lo mismo que lo que decía mi profesor de algebra en la preparatoria.
Salí del edificio y caminé con las manos metidas en los bolsillos, arrepentido de no tener guantes; hacia el árbol que había reclamado como mío en cuanto lo había encontrado. Era un árbol perfecto. Estaba alejado de todo, pero no estaba aislado. La gente casi no pasaba por ahí, ya que había que pasar por debajo de un montón de árboles secos con fama de despeinar a las personas y de rasgar la ropa. Pero realmente a mí no me importaba. Solo necesitaba estar en ese lugar y tranquilizarme para poder volver a dormir lo que restaba de la noche o madrugada, antes de que sonara mi despertador para ir a clases.
Al fin llegué al árbol y le di dos palmadas al tronco. Se me había hecho una costumbre algo boba, pero para mí, era como si saludara a un amigo. La primera vez que lo había hecho, me había sentido como un tonto, pero con el tiempo, se había vuelto una costumbre que no me molestaba en lo más mínimo. Incluso, cuando estaba de buen humor, lo cual era muy raro, llegaba a darle las buenas noches antes de irme a dormir de nuevo.
Me estiré para sacar del hueco del árbol la manta que había escondido ahí hace un mes para evitar que mi trasero se congelara y también tanteé para sacar la cajetilla de cigarros y el encendedor. La sacudí y la estiré sobre el césped helado. Había descubierto que si fumaba un par de cigarrillos en la madrugada que me despertaba, lograba dormir más tranquilo. Mi madre me había regañado cuando había descubierto que fumaba y me dio una charla que duró más de una hora acerca del cáncer de pulmón, de lengua, de paladar y de como con cada cigarrillo perdía cinco años de mi vida. La había escuchado con paciencia, había sonreído, asentido había entrado del patio y había salido al balcón de la que solía ser mi habitación a fumar otro cigarro.
La noche pintaba bien. Hacía demasiado frío, pero en realidad, no me molestaba. Prefería mil veces el frío y abrigarme un poco, que sudar como un asqueroso cuarentón en el gimnasio que quiere recuperar la condición física después de haber pasado veinte años sentado en un escritorio frente a una computadora y de comerse su peso en comida basura. La nieve se había detenido por eso de las diez de la noche y había dejado toda la universidad cubierta de un manto blanco que le daba un aire de postal navideña para decir, me la paso genial aquí, los profesores son idiotas y aunque quiero tirarme del techo de la biblioteca, me la paso genial.
ESTÁS LEYENDO
Broken
RomanceHabía perdido todos sus brillantes colores, sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a la bailarina, lo miró ella, y el soldadito sintió que se derretía, pero continuó impávido con su fusil al hombro. Se...