Ni siquiera un adiós.

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Mi amada Rin:

Aún recuerdo aquella vez del verano, cuando decidimos hacer un picnic y terminamos en un bosque, me regañaste por habernos perdido pero yo no podía dejar de reír, mentiría si decía que no me causaba gracia tú seño fruncido mientras me gritabas que podía venir un oso a atacarnos por la comida que traíamos. Cuando te confesé que realmente la desviación había sido a propósito lo tomaste mejor de lo que espere, y cuando te hice recordar porque había escogido ese bosque, unas lágrimas salieron de tus ojos, te sentías mal porque habías olvidado nuestro primer aniversario como novios, no parabas de pedir perdón y me limité a callarte con un beso, porque no me importaba en lo absoluto lo despistada y distraída que eras, pues esas cosas habían sido unas de las tantas que me habían enamorado en ese mismo bosque, donde por tu culpa nos perdimos en una excursión en la secundaria, hacía ya varios años.

Mientras avanzabas me ibas dejando a lo lejos, tu energía y tu fuerza para moverte me hizo perderte de a poco. Tu hermoso pelo rubio jugaba con el viento, seguías sin darte cuenta de que ya me había quedado atrás, un sentimiento se apodero de mi mente en ese momento, lo recuerdo perfectamente, entonces me di cuenta de que eras solo tú, y pedí perdón en ese mismo momento por saber que era lo que nos esperaba en el futuro, aunque debo admitir que incluso en aquel entonces, creía que todo terminaría bien.

Recuerdo cuando fuimos a la playa en ese día algo frío de otoño, decidimos ir por que simplemente estábamos aburridos, era la primera vez que visitábamos la playa estando casados, llegamos justo en el atardecer, en el punto exacto cuando el sol y el mar se unen. Si pudiera revivir aquel momento lo haría sin pensarlo, era solo un momento entre nosotros y el sol que te miraba desde el mar, aquel día, agradecí a la vida por haberme permitido vivir momentos tan insignificantes pero valiosos, contigo. Comenzaste a jugar con la arena y saliste corriendo en dirección al mar sin importarte ni un poco si el agua se encontraba helada o si la marea estaba alta. Recuerdo bien que no te percataste de que me había quedado rendido en la arena por el cansancio que tuve después de haber caminado un rato, pero no te culpo, siempre estuviste por delante de mí, y aquello era una de la cosa que me inspiraban a seguir contigo, te mire y entonces me di cuenta de que el horizonte se había vuelto tan distante cómo tú, cada vez estabas más lejos de mí. Te pido perdón por no haber podido acompañarte a jugar con las olas mientras reías incesantemente, pero de verdad te prometo que me hubiera encantado hacerlo.

Pero lo que más agradezco fue aquella noche de invierno en la que me comenzaste a consentir de más, aquello era raro porque mi rol en nuestra relación era ese, cuando la idea de que hacías eso porque me habías sido infiel pasó mi cabeza no pude evitar desbordarme en llanto, y cuando te diste cuenta no te quedó más que decirme que tenías 5 semanas de embarazo, me odie aún más por creer que pudiste hacerme eso pero lo entendiste ya que esos días no habías estado tan presente en casa, y nuestras amistades no habían ayudado con sus bromas de mal gusto sabiendo lo sensible que era, aún así, no puedo quitar este sentimiento de odio que probablemente nunca se vaya, porque aquella fue la primera y única vez, que dudé del amor que me jurabas todos los días. ¿Podía ser más feliz? Aquellos fueron los meses más largos de mi vida, pero aprendí tantas cosas que podría jurar que merecía un título por aquello. Cuando me despertaste en la madrugada por las contracciones que sufrías, el pánico me consumió por completo, era notable que estaba más nervioso que tú, incluso ahora aún lamento que en ese estado hayas tenido que calmarme. Me sentí el hombre más afortunado cuando vi a la pequeña niña en tus brazos, las dos mujeres que más he amado en la vida, su sola existencia, siendo simplemente la razón de mi felicidad. En cuanto cargue a la pequeña rubia en mis brazos, me di cuenta de que lo estábamos haciendo bien, y volví agradecer a la vida, por haberme dado la dicha de ser padre de una niña tan hermosa, pero sobretodo, de haberla salvado del destino que se me encomendó cuando yo nací.

Probablemente estás leyendo esto porque ya he muerto, pero no llores mi ausencia, porque lo que más adore en vida fue verte sonreír, y ser la razón de tus sonrisas. Si hubiera podido no te hubiera arrastrado a todo el cansancio que tuvimos que pasar entre las visitas al hospital y los tratamientos constantes, el solo recordar tu figura cansada de tanto cuidar de mí me destroza por dentro, el saber que todas las noches llorabas pidiéndole a Dios que me mejorara, terminó por romperme el corazón.

Tranquila, amor, la vida siempre ha sido así. Fue un deseo egoísta de mi parte, pero al final fue la única razón de mi felicidad, haber podido estar contigo el resto de mi vida. Siempre supe que era egoísta tenerte a mi lado, porque siempre supe que algún día simplemente dejaría de estar a tú lado, muchas veces pensé en que tu vida sería mejor con alguien con quien puedas compartirla plenamente, así que si lo decides así, me harías muy feliz sabiendo que continuaste con tu vida, solo viviéndola como mereces, con alguien que te haga feliz, y que cuide de ti y de nuestra hija. Recuérdame con una sonrisa, la misma que hizo que luchará por tanto tiempo, ocultándote la enfermedad que me consumía hasta que ya no pude evitarlo. Preferiría que estuvieras molesta conmigo en lugar de estar llorando mi muerte, al menos puedo decir con certeza que te ame hasta mi último respiro. Gracias por ser mi amiga, mi compañera, mi novia, mi amante, mi esposa, y por ser la madre de mi hija, por favor cuida de ella y hazle saber que su padre la amo con todo su corazón hasta el último día, dile que lamento no poder acompañarla el resto de su propia vida que recién comenzaba. Perdón por que esta sea la forma en que me despido de ustedes, pero no podía mirarte a los ojos sin sentir culpa alguna, no quería aceptar que era la causa de tu sufrimiento. Te amo.

Atte: Len Kagamine

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Después de algunos días del funeral de su esposo, ella había encontrado la carta que su marido le había dejado en la caja donde guardaban desde el primer regalo que se dieron ambos en San Valentín, hasta su última carta de amor de la secundaria. De sus ojos azules no paraban de salir lágrimas y había comenzado a gritar el nombre de su difunto esposo, pidiéndole que volviera, teniendo la esperanza de que apareciera detrás de la puerta para consolarla con besos y abrazos al oír sus gritos y su llanto. No quería llorar, porque él se lo había pedido, pero no podía aceptarlo, no podía aceptar que el amor de su vida había muerto, no podía aceptar que su alma gemela no volvería a recibirla en casa junto con su pequeña niña con un gran ramo de flores seguido de un tierno beso, no podía aceptar que su pequeña hija de 5 años crecería sin su padre, que ya no estaría con él en sus cumpleaños, que ya no le podría pedir que le contara un cuento para dormir o que le preparara la sopa que tanto le gustaba comer. Junto con Len una parte de Rin se había ido, pero él le había dejado el regalo más hermoso que le pudo dar, su razón de vida, su hija. E incluso, a pesar de eso, no quería aceptar que su historia de amor había terminado con la muerte de su amado. Solo quería despedirse, verlo por un momento más, aquello que no había logrado hacer, y que la tenía aún más destrozada. Porque incluso en sus últimos momentos de vida, Len había pedido al médico que no dejara pasar a su esposa y a su hija.

Detrás de la puerta de la habitación de sus padres, se encontraba una pequeña rubia llorando en silencio, no entraría a consolar a su madre porque sabía que no iba a lograrlo, solo su papá podría ayudarla, pero él ya no iba a volver, y ella apenas lograba entenderlo.

Rin x Len ♥︎ One shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora