Caso 005: Las Brujas de San Tlán.

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Castillo Soles de Lunas, San Tlán de los Cantos, México

Eran rumores. Todo en San Tlán lo era, pero a como era el lugar, todos aquellos rumores se tomaban como verdaderos.

Algunos lo eran, otros no. Los de la familia Montealvaréz lo eran.

Generaciones de generaciones seguidas por rituales antiguos en donde las mujeres eran obsequiadas el don al nacer.

Su familia tenía un poder inimaginable, uno que nadie más tenía.

Aurelia creía que eran superiores que todos los demás, que incluso las criaturas. Se sentía invencible sabiendo que el poder corría por sus venas, por eso, se sentía tan encabronada con la idea de que fue marcada por una criatura y ella no pudo hacer nada al respecto para detenerlo.

Desde que era pequeña le habían enseñado el poder que ella tenía, como cambiaba el juego cuando nacías con este.

Eran como las dos de la madrugada cuando escuchó los gemidos de dolor de alguien en la planta baja. Ella junto con su hermana bajaron tomadas de la mano en su pijama a juego.

En el salón de rituales que lucía como una cocina a sus ojos, se encontraba con hierbas colgadas en las paredes, velas rodeando la habitación y una persona en una cama gritando de dolor. Era una mujer de cabello negro que apestaba a putrefacción. Tenía ojeras fuertes, los labios con un hilo de sangre de estárselos mordiendo casi al punto de machacarlos y enfrente de ella se podía ver a otra mujer con un aspecto más tétrico, vestida con ropa antigua y mirándola fijamente.

La tatarabuela Montealvaréz se encontraba con su cabello desordenado largo, cayendo en sus hombros, hasta su espalda y con una camisola blanca y con un chal oscuro, tapándole, a lado de la cama, murmurando un canto mientras elevaba sus manos en el aire con los ojos cerrados.

Muy pocas podían escuchar, pero detrás de ella se encontraban sus hermanas, sus hijas y las hijas de sus hermanas cantando el mismo cántico.

Pronto la mujer de ropa antigua comenzó a gritar de agonía como si la estuvieran matando, intento atacar a la mujer en la cama, pero la tatarabuela le gritó "¡Deja en paz a esta mujer! ¡Mujer de malas intenciones, vete de aquí! ¡Nadie te tiene miedo!" y Aurelia podía asegurar que sus palabras vibraron en la habitación como un temblor.

Pero si había alguien que temía, y era Aurelia.

La mujer de cabello recogido y en vestido floreado se giró hacia ella, sus ojos se fijaron penetrantes hacia la niña de seis años y fue como si hubiera sabido que fuera a morir.

La invocación de ese espíritu se lanzó hacia la pequeña Aurelia que chilló con fuerza.

Su padre tomó a ambas niñas y comenzó a jalarlas fuera de la habitación, pero el espíritu había tomado a Aurelia de su pie jalándola hacia ella cada vez más.

Aurelia lloraba junto con su hermana, mientras que su padre jalaba con más fuerza.

"¡No le tengas miedo, Aurelia! ¡Mírala y no le tengas miedo! ¡Haz que te tenga miedo!" le había dicho su tatarabuela mientras mezclaba ingredientes en un cazo religioso.

Aurelia no podía dejar de llorar y por más que intentará no temerle, el hecho de que estaba siendo jalada a su muerte le asustaba más.

"¡Te desterró, espíritu malicioso!" gritó mientras la madre de Aurelia le daba a la mujer en cama lo del cazo que había preparado la tatarabuela.

El espíritu gritó en agonía y se desvaneció en parpadeos.

En el tobillo de Aurelia se encontraban marcas de una mano, estás desaparecieron, pero el recuerdo jamás lo hizo.

EL DISCURSO DE MICTLÁNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora